Capítulo veintidós

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Una parte de mí no quería creerlo, pero era cierto. Sus cosas ya no estaban.

Registré cada centímetro de la casa, buscando un mínimo rastro suyo y, exceptuando los libros que había dejado sobre mi cama, no encontré nada más que sus cajas con tés y su taza en la que los bebía. Todo lo demás que sabía que fuera suyo, había desaparecido. No había nada.

Saqué mi celular rápidamente y la llamé. Tenía que hablar con ella, decirle lo que pensaba y saber el porqué de su no anunciada partida. La llamada saltó inmediatamente al buzón de voz. Insistí dos, tres e incluso cinco veces más, pero todas daban con el mismo resultado.

No quería atenderme las llamadas.

¿Qué estaba sucediendo? Una parte de mí, quería explotar. No sabía nada de ella. No sabía si estaba bien o todo lo contrario. ¿Había hecho algo mal? ¿Qué razones tenía para irse?


—¡Mierda! —grité, lanzando mi celular, sin importarme donde fuera a caer.

Llevé mis manos a mi rostro e hice lo que días atrás no había hecho: llorar. Era la única manera que tenía para no enloquecer por completo.

Me acerqué a la pared más cercana y lo único que pude hacer, fue golpearla con todas mis fuerzas.

Lorianne estaba abandonándome, justo en el momento en el que me había enterado de lo que realmente sentía por ella. La quería... o al menos eso pensaba. Me quemaba el cerebro pensando dónde podía haberse ido y las razones, pero sólo se me ocurrió una persona que podía haberla ocultado: Rachell.

Fui a buscar el teléfono del apartamento a gran velocidad y llamé a la rubia.

¿Diga?

—Rachell, soy Chad. No hay tiempo para explicaciones —dije sin pausas—, necesito que me digas, ¿está Lorianne contigo?

No. No comprendo, ¿no está contigo?

—No. Necesito encontrarla, así que si logras comunicarte con ella, por favor, llámame —le rogué.

Claro, claro. No hay problema.

Corté la llamada y llevé mis manos a la cabeza, preocupado una vez más. Rachell no tenía ni idea de qué estaba sucediendo con Lorianne, ¿a quién más podía llamar? La pelirroja no socializaba con muchas personas, exceptuando a Rachell, Thomas, Jenna y a mí. No podía haber hablado con nadie más, a menos que ella no me hubiera dicho algo más, cosa que me parecía un poco ilógica.

Me encontré desesperado, ¿cómo haría para encontrarla? Mi cabeza daba vueltas, pensando qué hacer. No podía llamarla, salir a buscarla era estúpido y no sabía a quién más preguntar por ella. Estaba ansioso y cargado de estrés, tampoco podía dejar de llorar. Estaba sintiéndome cansado físicamente, necesitaba que alguien me ayudara. Tomé el teléfono del apartamento una vez más y le marqué a Thomas, quién contestó casi al instante.

¿Chad? ¿Qué tal todo? Hace unos minutos dejamos de hablar y ya estás...

—No está —le interrumpí.

¿Qué? —preguntó confundido— ¿Cómo que no está? ¿Quién no está?

—Lorianne —respondí, sin poder evitar mi voz entrecortada—. Llegué y ella... ella no estaba y sus cosas tampoco y estoy empezando a pensar que algo le sucedió o que hice algo y...

Hey, cálmate.

—Thomas, no puedo —dije llevándome una mano al rostro, no podía parar de llorar.

Bienvenida Otra VezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora