╰✯┋Prólogo┋

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Las frías gotas de lluvia golpeaban sobre el cristal, derramándose cual lágrimas, acompañando al gemido del viento en una perfecta y nostálgica melodía que recorría cada resguardo de aquella mansión.

La vela encendida era la única luz; pero más que ayudar, proyectaba sombras fantasmagóricas sobre las paredes, y las esculturas de celestes ninfas parecían sonreír en una macabra mueca, dando esa impresión inquietante.

Finalmente, la habitación fue iluminada por un relámpago, y dentro de ella, una figura humana que miraba por la ventana con nostalgia: el único habitante de la mansión Liebheart.

El vacío de aquel lugar era escalofriante y el abismal frío podía sentirse colándose por los huesos. Sin embargo, al joven Liebheart le parecía común el frío y la soledad, eran de hecho cosas que formaban parte de su vida desde hacía tiempo, y había terminado por acostumbrarse a ellas.

Pero esa noche sabía que no estaba solo, una presencia se podía percibir y tuvo la ligera impresión que, tal vez, lo que por tanto tiempo había estado esperando se encontrara justo detrás suyo.

Le recibió girando el rostro, dejando a la vista los ojos azules apenas visibles tras los mechones castaños, y en cuanto un nuevo relámpago cruzó el cielo, la sala se iluminó hasta dejarle distinguir al otro ser que se encontraba allí.

—Te estaba esperando —dijo desde la ventana, disgustado al saber que no podría conocerle debido a la túnica ancha y la máscara sin expresión que ocultaba su rostro.

—¿Sabes por qué estoy aquí? —cuestionó el individuo no invitado con marcada parsimonia.

—Por supuesto que lo sé, he estado esperando cada noche desde aquella vez.

—¿Esperando tu propia muerte?

—Esperando por la tuya.

Sin perder el tiempo el castaño se dispuso a cumplir su objetivo, apoyó sus manos sobre la mesa de la habitación para saltar ágilmente tras su adversario y apresarlo, amenazando con las afiladas agujas que rodeaban su cuello.

Finos hilos de brillante carmesí comenzaron a deslizarse, mas el inmutado sujeto tomó la mano de Liebheart hasta lastimar su brazo y obligarlo a soltar sus armas.

—Me temo que en ese caso tendrás que esperar un poco más, y por desgracia yo también. Aún no eres capaz de ofrecer una pelea digna.

—Irrumpes en mi tranquilidad sólo para marcharte sin más, ¿Crees que no haré nada por vengar la muerte de mis padres?

Se abalanzó nuevamente, desprovisto de armas, resopló por el titánico esfuerzo y llevó el puño a los labios de su contrincante, nuevas gotas de sangre cayeron al piso, pero el intruso no parecía dañado.

—Si lo que tu corazón anhela es venganza tal vez deberías buscar en otro lugar, me temo que no soy la persona a la cual buscas.

El extraño dio la vuelta, dejando aturdido al joven Liebheart, quien no dudó en seguirle.

—El aroma a muerte que emana de ti es el mismo, sé que hay más de uno de ustedes, lo que quiera que sean. Y yo mismo los eliminaré.

Un golpe le llevó de vuelta a la realidad, escupió un poco de sangre y nuevamente dio la cara, contemplando el rostro de su oponente, esta vez sin la máscara puesta.

Su mirada era gris al igual que sus cabellos. Justo como el asesino de sus padres. Era un enemigo formidable.

—¡Guarda silencio, bastardo! Nuestro padre ha sido demasiado piadoso al permitirte seguir con vida, si fuese por mí habría terminado contigo con mis propias manos.

Dirigió su puño al estómago del mortal, sin darle tiempo de esquivarlo. Le sujetó del brazo hasta casi arrancárselo, pero una voluntad interior le hizo detenerse, y, arrojándolo sobre el piso, se dirigió a la ventana.

—Que lamentable espectáculo estoy dando. Mis órdenes no han sido...

Una magnífica espada incrustada en su costillar derecho fue el motivo de su pausa. Miró con desagrado la sangre escurriendo por la afilada arma y desencajándola de su cuerpo se la devolvió, no sin antes causarle un daño equiparable al incrustarla en su hombro.

—Así que Shannon Liebheart ¿cierto? —comenzó a caminar, rodeándolo— me encantaría quedarme a jugar un poco más contigo, pero he comprobado que aún no estás listo, pequeño apóstol. —Y sin despegar la mirada gris del joven en el piso desapareció tras la ventana.

Vencido y sangrando, Shannon se arrastró sobre la alfombra hasta conseguir inclinarse. La cruz de plata que descansaba en su blanco cuello subía y bajaba según el ritmo de su agitada respiración.

Llegó hasta la ventana, mas no hubo rastro de aquel sujeto, indignado retiró con furia la espada de su brazo y dejó que la lluvia y su sangre se mezclaran.

Deseaba verlo otra vez. Asesinarlo. Destrozarlo. Hacerle sentir el mismo infierno que se había vuelto su vida tras la llegada de "ellos".

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