Margarita le dirigió una mirada gélida, sin pronunciar palabra.

–No recuerdo que Rodrigo te haya regalado una flor alguna vez, ni siquiera cuando se comprometieron... –comentó como al pasar–. Ahora tenés un jardín entero para vos sola y, en vez de aprovecharlo, te enojás.

La tía suspiró con pesar ante el silencio enfurecido de su sobrina.

–¡Pero vamos, criatura! Decí algo de una vez, no podés estar ofendida de por vida. No es bueno para la salud.

–No puedo creer que hayas accedido a participar de este circo –le contestó Margarita, herida.

Su tía volvió a suspirar.

–Vamos, linda, no te pongas así. No es para tanto...

Margarita, que estaba dándole la espalda, se volvió hacia ella con violencia.

–Voy a casarme ¿te acordás? Con el hombre al que amo, no con un loco que decidió hacerme víctima de su triste vida. Y vos lo alentaste. Me sigue, me hace ridículas declaraciones, me envía cartas y ahora... esto. Y vos lo ayudaste.

–Lo lamento, hija mía. Perdoname, por favor. No creí que fueses a afligirte de esta manera sino no habría participado. Es que es lindo, a veces, ser la destinataria de un galán. Creí que te ibas a sentir halagada, no acosada.

Margarita no se dejó conmover. Simplemente, le ordenó, con voz dura:

–Es culpa tuya que mi habitación esté así. Por lo tanto, te corresponde sacar toda esta basura.

–Está bien, querida –se apresuró a aceptar su tía, contrita.

Y, lentamente, comenzó a agarrar las flores, hasta que desocupó el escritorio. Viendo libre la silla, Margarita aprovechó para sentarse. Su tía salió del dormitorio con los brazos tan cargados que parecía la personificación de la Primavera.

Margarita paseó la mirada por la habitación hasta que sus ojos cayeron en un papel escrito que había resbalado vaya a saberse de dónde, ubicándose a pocos centímetros de sus pies. A regañadientes, impulsada por la curiosidad, lo levantó y leyó:

"Tu cabello,

un mar de fuego inmutable

que me devuelve el aliento

dejándome sin respiración.

Ya no sé si es el atardecer,

el amanecer o, tal vez,

un nuevo Renacer."

Dejó el poema a un costado con el entrecejo ligeramente fruncido. No sabía si le había gustado o no, lo cierto es que le había dejado en el pecho una vaga sensación de inquietud. Su tía volvió para seguir llevándose más flores. Margarita, la ignoró y agarró otro sobre.

Casi pega un saltó cuando leyó su contenido:

Poema al centro de tu rostro

Tienes esa particular sencillez

en esa especial redondez.

Atraes el color del olor,

presintiendo, sin saber, su sabor.

Nace de tu frente

el tabique prominente.

Se eleva en las alturas,

protegida por tus mejillas.

Todo tu carácter

representado en minúsculo

el Poeta, el Diablo y MargaritaWhere stories live. Discover now