Capítulo 2

82 6 2
                                    

Habían pasado veinte minutos desde que Tim se había ido de la farmacia y Teddy comenzaba a preocuparse. No lo creía capaz de dejarla ahí, a la deriva. Pero, como ya lo había pensado antes, realmente no lo conocía, así que podía esperar cualquier cosa. Fue en ese momento que se dio cuenta de que no tenía su teléfono, no sabía dónde vivía y ni siquiera sabía su apellido. Estaba perdida, era muy probable que no lo volviera a ver nunca más. Por algún motivo había vuelto a su vida, pero sentía que no había aprovechado esa oportunidad. Miró nuevamente el cóctel de pastillas que había preparado horas antes. Sentía que era el momento de hacerlo, de acabar con todo.
Pocos minutos después, Teddy se alegró de escuchar frenar un auto. Con una sonrisa miró hacia la puerta y ahí estaba, Tim había vuelto, había cumplido su promesa.
— ¿Cómo puede ser que no haya ibuprofeno en una casa de médicos? No tiene sentido —se quejó al poner un pie dentro.
— ¿Médicos? —preguntó ella, tratando de disimular la estúpida sonrisa que tenía en la cara.
—Mis padres. Los dos. Y mis abuelos, bisabuelos y todos mis antepasados.
—O sea que eres la oveja negra de la familia.
—Algo así, supongo. OK, aquí me tienes, puedes seguir con tu entretenido relato —dijo mientras se volvía a sentar en el piso. Teddy lo imitó.
—Pasaban los meses y cada vez me entusiasmaba más con el taller de teatro. Recuerdo que esperaba con ansias que fuera jueves a las seis y media de la tarde para ir allí y olvidarme de todos mis problemas. Me hacía feliz. Podía ser otra persona, podía ser como quisiera, sin que nadie me juzgara —sus ojos se iluminaron mientras hablaba—. Hasta parecía no ser tímida, no tenía vergüenza de hacer nada, porque sabía que todos estábamos ahí para divertirnos.
—Entonces no entiendo por qué querías acabar con tu vida.
—Nada es fácil para mí. Lo que yo no sabía era que, todos esos momentos de extrema felicidad serían compensados con soledad, muchísima soledad. Y en cuestión de meses. Recuerdo una mini obra que hicimos en una de las clases como si hubiera sido ayer. En realidad no me acuerdo cuál fue la consigna. Pero se que hicimos de cuenta que estábamos en un circo. Cada uno tenía su rol, algunos hacían trucos de magia, otros contaban chistes y yo hacía malabares con Christopher, uno de los chicos. También había una de esas que caminan por la cuerda, que se encuentra a metros de altura. Era Demi. Y cuando estaba a mitad de camino de la supuesta cuerda, caía al piso y moría. Todos corríamos a su encuentro, pero ya era tarde. Y ese era el fin.
—Muy trágico.
—Sí, algo. Pero lo que importa de todo esto, es una frase que el profesor nos dijo. Una frase que ronda mis pensamientos desde el día que me quedé completamente sola. La muerte es la manera más fácil de terminar la historia. Eso fue lo que nos dijo. Y tenía razón. Cada vez que no se nos ocurría cómo terminar la obra, simplemente moría el protagonista.
—Es por eso que decidiste hacer lo mismo con tu vida, ¿no?
—Exacto.
— ¿Y cuál es el motivo por el que sólo mirabas las pastillas pero nunca las tomaste?
—No las se tomar —Tim la miró sin comprender.
— ¿Cómo que no las sabes tomar? —preguntó comenzando a reír.
—No se. Las pongo en mi boca, las retengo con la lengua y dejo pasar el agua. Me da miedo ahogarme.
— ¿Y cómo pensabas matarte entonces? —indagó entre carcajadas.
—Es lo que estaba pensando cuando llegaste. Se me ocurrió que podría triturarlas y disolverlas todas en agua, ¿crees que sirva de todas formas?
Ambos rieron. Teddy notó como brillaban los ojos verdes de Tim y un escalofrío recorrió su espalda.
— ¿Por qué no vamos a otro lado? Es estúpido que sigamos conversando en una farmacia cuando ya no piensas tomarte todas esas píldoras. Además el piso está frío.
—En realidad no es estúpido porque yo debería quedarme aquí toda la noche. Pero mi hermano debe estar borracho por ahí, festejando con sus amigos, por lo que nunca se va a enterar. Vayamos a mi departamento, estaremos solos y nadie nos molestará.
—Me parece bien.
La chica tomó su abrigo y ambos subieron al auto. Teddy le indicó el camino a su departamento y luego de diez minutos llegaron. En otro momento habrían tardado mucho menos, pero el tránsito que había ese día era increíble. Y siendo Año Nuevo, no se podía esperar menos.
— ¿Sabes? —Preguntó Tim mientras bajaban del auto—. Aún no te he preguntado por qué estás sola en un día como hoy.
— ¿No es obvio? Te dije que nadie me quiere —abrió la puerta de su casa y ambos entraron.
— ¡Oh, vamos! ¿Vas a decirme que ni siquiera tus padres?
—Mi papá vive en Londres, Dios sabe con quién. Y mi mamá iba a estar con la familia de su pareja. El año pasado cometí el grave error de acompañarla, por eso este año lo pensé dos veces y decidí por quedarme en la farmacia.
— ¿O sea que tú le pediste a tu hermano trabajar hoy?
—Sí —contestó secamente mientras encendía la calefacción.
— ¡Estás loca!
— ¿Y qué querías que hiciera? ¿Irme a un bar, sola, y encontrarme con mi príncipe azul como en las películas? —preguntó sarcásticamente.
—Habría sido más divertido aunque sea.
— ¿Y perderme este encuentro contigo? Jamás —se respondió a ella misma—. Ahora, no es raro que yo esté sola, ¿pero tú? ¿Dejaste a tu familia para acompañarme a mí, una persona que apenas conoces? ¡Eso es estar loco!
—Tengo esa maldita costumbre de preocuparme más de lo que debería.
— ¿Me vas a decir que no es por la conexión?
—No siento ninguna conexión y no creo en esas cosas, así que ya para —le ordenó, molesto, así que Teddy cerró su boca.
El departamento de Teddy era pequeño, pero ideal para una sola persona. Tenía un living comedor, una cocina, una habitación y un baño. Todo estaba prolijamente acomodado y limpio. Las paredes estaban repletas de fotografías, al igual que varios estantes de una biblioteca ubicada en el living. Las fotos no eran de personas, ni siquiera de ella misma, sino de lugares. Muchos lugares, todos distintos. Tim las observó por un largo rato mientras caminaba hacia la mesa, donde Teddy ya había tomado asiento.
— ¿Esa esquina está en Tavistock Road? —inquirió Tim, sorprendido.
— ¿Sí? —contestó Teddy, sin comprender el asombro.
— ¡Vivo a dos cuadras de ese lugar! —agregó él, girando su cabeza para mirarla.
— ¿Vives en Londres? —exclamó sorprendida.
— ¿No te lo he dicho?
— ¡Claro que no! ¿Y cómo es que te encontré dos veces por esta zona?
—Mis padres viven aquí. Yo me mudé a Londres con los chicos de la banda hace unos años. Ahora estoy aquí por las fiestas, y aquella vez habíamos sido convocados para tocar en Crypt.
— ¡Tendría que haberme quedado en esa farmacia y me tendría que haber tomado todas esas malditas pastillas! —gritó enojada.
— ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? —se sentó frente a ella.
— ¿Es que no lo entiendes? —Preguntó poniéndose ambas manos a los costados de su cara—. Apareciste para salvarme la vida. Por un momento creí que valía la pena seguir viviendo. Pero me vas a dejar, y voy a volver a estar sola.
Tim no sabía qué contestarle. Hasta ese momento había manejado bien la situación, pero sentía que no podía hacer nada para cambiar la realidad. Se mordió el labio mientras mantenía la mirada fija en el borde de la mesa de madera. Teddy notó su preocupación y por dentro se alegró, podía asegurar que él también sentía la conexión de la que ella hablaba y que no quería abandonarla.
—Lo siento —dijo Teddy, estirando su mano para colocarla en el brazo del muchacho—. No debería hacerte responsable de mis problemas. Soy yo la que arruino todo.
Tim levantó la vista y le sonrió.
—A decir verdad, hasta ahora no he notado que hayas hecho algo malo. Digo, de la historia que me estabas contando.
— ¡Es cierto, debo continuar! ¿Te conté que Sarah estaba extremadamente celosa, no?
El chico asintió con la cabeza.
—Esto no viene al caso, pero quiero que lo sepas —sus mejillas se colorearon—. Una noche cálida de agosto, Christopher, que también es músico, se enteró que una banda de rock tocaría en Crypt. Con que ese era su nombre —agregó por lo bajo.
Tim sonrió cuando reconoció la historia.
—Yo no soy muy amante de la música, pero me insistió tanto que terminé aceptando. Como siempre —murmuró como para ella—. Así que fuimos, Christopher, Mel, Russell y yo. Te juro que no recuerdo ni una palabra de las varias canciones que tocaron. Pero hay una imagen que no pude borrar de mi mente desde aquel día —río sintiendo algo de vergüenza por lo que iba a decir—. Y es la tuya. ¡Oh Dios, me siento muy estúpida diciendo esto! —soltó instantáneamente.
Tim cubrió su cara con ambas manos. Sentía ese maldito calor en sus mejillas, que le advertía que estaba totalmente colorado. Odiaba que le pasara eso, pero sabía que no podía hacer nada para evitarlo.
— ¡Oh, vamos! —Dijo Teddy, agarrándole las manos y tratando de quitárselas de su rostro—. ¿Me vas a decir que eres tímido?
—Sí, demasiado.
—Bueno, no pareces.
— ¿Y tú sí? —preguntó, finalmente descubriendo su cara.
Teddy no pudo evitar sonreír al ver el brillo que había en sus ojos. También le pareció notar un rastro de una sonrisa en él, una de esas que es estúpido intentar ocultar, porque siempre terminan siendo evidentes.
La chica se estiró para tomar una cámara Nikon que se encontraba en un modular cerca de la mesa. Sin previo aviso, enfocó la cara de Tim y le tomó una foto.
— ¿Qué haces? —gritó él, intentando sacársela de la mano.
—Deberías ver tu cara —dijo ella, riendo, poniéndolo aún más nervioso—. ¿El guitarrista del que me hablaste no era también el cantante?
—No, también había otro. Dominic —Tim suspiró—. No sabes lo duro que es para mí ver como todos mis amigos, mis ex compañeros, ya están recibidos y trabajando. Y yo aquí, perdiendo el tiempo, tratando de ganarme la vida con lo que debería ser mi pasatiempo.
—Hace unas horas no pensabas lo mismo.
—Lo que en realidad pienso es lo que te acabo de decir. Lo otro es sólo para engañarme a mí mismo, es como me gustaría que fuera.
—Se que no quieres que te hable de la conexión, pero así como la siento, siento que tienes potencial para dedicarte a la música. Quizás creas que estoy loca, pero yo me haría caso.
— ¿Me haría caso? —Repitió riendo y enfatizando la primera palabra—. Suena como algo que mi amigo Tom diría. El cantante.
—Recuerdo sus cachetes rosas —comentó simpática.

Something In Me Was Dying (Novela de Keane)Opowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz