Capítulo dieciocho

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—Voy... voy de camino.

Excelente, Sr. Adams. Lo esperamos con ansias, que pase una buena mañana.

—Igualmente. Gracias.

Colgué el teléfono y llevé mis manos a mi rostro. ¡Tenía trabajo, lo había logrado! Había enviado mi solicitud de trabajo y di una pequeña entrevista muchos meses atrás, esperando poder conseguir un puesto en una de las empresas constructoras más reconocidas de todo el país.

Volví a la habitación para buscar mi ropa para ducharme y encontré a Lorianne despertando.

—¿Por qué la gran sonrisa? —preguntó con su voz mañanera.

—Me llamaron de Homlt.

—¿Y bien? —se sentó y esperó mi respuesta.

—¡Me aceptaron! —ella sonrió también.

—¡Esa es una gran noticia! Felicidades.

—Debo ir a conocer las instalaciones y a firmar unas cosas —anuncié, tomando mi ropa de mi armario.

—Sí, yo debo ir a trabajar. Pero la cafetería cerrará a las 4 pm, así que creo que llegaré aquí más temprano —dijo levantándose de la cama, con el cabello hecho un desastre.

—¿A las 4? —asintió— ¿Quieres que pase por ti para venir juntos?

Ella me miró un par de segundos, analizando mi pregunta.

—No tiene nada que ver con lo del beso de ayer, ¿cierto? —alzó una ceja.

—No, para nada. Eso... creo que es mejor dejarlo en el pasado, ¿sabes? Sé que fue un error, pero fue producto de la emoción. No volverá a pasar.

—¿Nunca?

—Nunca jamás.

—¿Tema olvidado entonces?

—No quiero repetirlo. Digo, ni siquiera me gustó —ella frunció el ceño.

—Hey, alto ahí —me señaló—. No exageres.

—Sabes lo que quiero decir, no pienso repetirlo.

—Entendido —asintió.

*

Al entrar al gran edificio, observé hasta donde mis ojos me lo permitieron. Miraba cada columna, mueble, ventana y persona que se cruzaran en mi camino, en fin, observaba cada cosa que había en el lugar.

Al entrar, me recibió una chica pelinegra, con una gran sonrisa.

—¿Chad Adams? —preguntó y le asentí— Ah, un placer. Mi nombre es Francine Hoult, secretaria del señor Wallace, estoy aquí para darle la bienvenida y el recorrido por el edificio. Pase por aquí —señaló unas puertas y entré.

Ella me mostraba cada centímetro del lugar y yo no dejé de asombrarme por todo lo que veía.

Después de firmar mi contrato y que Francine me mostrara mi oficina, me dejó sólo, para que pudiera acoplarme más a mi nuevo lugar de trabajo. Tenía una ventana que daba a la ciudad, un gran escritorio con computadoras, una gran silla giratoria para mí y dos frente a mi escritorio, y lo mejor de todo, el restirador de madera más perfecto que había visto en toda mi vida.
Las paredes estaban vacías, pensé al instante en llenarlas de fotografías.

Bienvenida Otra VezWhere stories live. Discover now