Lo cierto es que cada noche, cuando todos iban a dormir, uno de ellos dos se colaba en la cama del otro y pasaban largas horas conversando sobre cualquier cosa o simplemente besándose. Al principio, Frieda quiso convencerse a sí misma que aquello era puramente físico, que se gustaban y nada más, sin embargo, Adler iba colándose no solo en su piel, sino también en su alma. Podían hablar de cualquier cosa y eso le encantaba, se había dado cuenta de que aquel chico distaba mucho del muchacho que ella creía que era, y descubrir su personalidad y las mil maneras en que podían encajar en cualquier clase de conversación, le agradaba tanto como sus besos y sus caricias.

Además la relación era siempre divertida, aún seguían haciéndose bromas o diciéndose cosas con doble sentido, con la diferencia de que ya no se molestaban. Adler por su parte, sentía que Frieda crecía y crecía dentro de su corazón y su mente, ya no podía sacársela de sus pensamientos y cada vez le costaba más seguir ocultándolo frente a sus tíos. Y no solo eso, quería pedirle a Frieda que fuera su novia, pero tenía miedo. Frieda le había dicho varias veces que no quería ese tipo de relación.

Sin embargo, el chico se encontraba confundido. Por un lado ella se comportaba igual que cualquier muchacha de su edad que quisiera tener una relación de noviazgo con un chico. La relación de ellos no era puramente física, y aunque debía admitir que Frieda lo volvía loco en todos los aspectos, tenía muy en claro que no iban a llegar a más, la chica no quería y él respetaría esa decisión aunque tuviera que darse baños de agua helada cada noche antes de dormir. Sin embargo, ella tampoco quería formalizar, y a veces él se sentía algo tonto al querer tener con ella algo más serio. Y es que Berta lo había criado como todo un caballero, le había enseñado desde siempre a respetar a las mujeres y darles su lugar, pero Frieda no quería un noviazgo, y eso a él no solo lo confundía, sino que en ocasiones le molestaba, pues le hacía sentir que ella no sentía lo mismo por él.

Adler nunca había experimentado cosas tan intensas como las que vivía con Frieda, Ava le gustaba mucho y creía haberla amado, sin embargo, la intensidad con la que se le presentaban todas las nuevas emociones y sensaciones junto a Frieda, lo dejaban anonadado. Todo con respecto a ella —ya fuera bueno o malo—, siempre era intenso, tanto si se trataba de conversaciones simples, momentos apasionados, celos o incluso discusiones.

Al llegar a su casa, Adler se dio un baño y se vistió con una camisa verde oscura y un jean. Cuando bajó para buscar a sus tíos e informarles de los planes, los vio viendo un programa en la sala. Se acercó a ellos sonriente y luego de saludarlos les comentó lo que haría.

—Iré a buscar a Fri de lo de Marcia e iremos al cine, entre unos cuantos amigos. No se preocupen, yo la cuido y me encargo de traerla sana y salva —informó.

—¿Van a cenar por allí? —preguntó Carolina y el chico asintió—. Entonces lleva dinero y dáselo a Frieda —dijo su tía buscando su cartera.

—No, tía, no te preocupes... yo me encargo —añadió el joven algo inseguro. De inmediato sintió los ojos de Rafael clavarse en los suyos.

—No tienes que gastar lo que te mandan tus padres en Frieda, Adler —añadió Carolina entregándole un billete. Adler pensó en rechazarlo pero la mirada intensa de su tío lo ponía bastante nervioso así que decidió que mejor aceptaba en silencio—. No lleguen muy tarde, mañana hay clases —dijo la mujer dándole un beso.

—Y cuida bien de mi niña —pidió Rafael y Adler asintió deseando salir lo antes posible de ese sitio.

En el camino a lo de Marcia, Adler pensó que aquello no terminaría bien. Mentir de vez en cuando a los padres podía ser algo normal a la edad de ellos, pero ocultar una relación como la que estaba teniendo con Frieda —aun cuando no sabía de qué tipo de relación se trataba—, y siendo que él estaba viviendo en la casa de sus tíos, le parecía algo parecido a la traición o a la falta de lealtad.

Marcia y Frieda terminaron de estudiar y luego se prepararon para sus respectivas actividades. Frieda iría al cine con Adler y Marcia tenía el cumpleaños de una prima. Aunque Frieda no había llevado más que la ropa que traía puesta —pues había ido a estudiar—, su amiga insistió que debía ponerse un poco más guapa y le prestó algunas prendas.

Un rato después ambas estaban listas y mientras se disponían a tomarse un montón de selfies, escucharon sonar el timbre.

—Tu príncipe —dijo Marcia con voz soñadora y Frieda le dio un golpe amistoso.

En efecto, era Adler, y apenas la vio, sintió que su corazón aceleraba su ritmo. Estaba sencilla, una pollera corta con rayas horizontales, una blusa negra al cuerpo y un saco de hilo encima.

—Te ves... bonita —sonrió con dulzura. Frieda le devolvió la sonrisa mientras pensaba que el chico era realmente guapo, ese color de camisa le resaltaba la piel blanca y el cabello rubio, que lo traía un poco largo y rebelde dándole ganas de meter sus dedos y entreverarlos.

Marcia los miró divertida mientras ambos parecían perdidos en alguna nube. Definitivamente su amiga estaba enamorada del chico al que siempre aborreció, pero no podía culparla, además de guapo era dulce, cariñoso y algo protector.

—Ya váyanse —dijo empujando a su amiga. Frieda volvió en sí y sonrió incómoda.

—Tú también te ves hermosa, Marcia —agregó Adler fijando la vista en la amiga de su chica.

—Gracias —asintió ella y volvió a empujar a su amiga.

Frieda rio y luego de tomar de la mano al chico, salieron de la casa de su amiga. Caminaron en silencio por la ciudad mientras la noche empezaba a caer sobre ellos.

—Sabes... estaba pensando... ¿No sería bueno que le dijéramos a tus padres lo que sucede entre nosotros? —dijo finalmente Adler animándose a sacar aquello que traía dentro.

—¿Te volviste loco? Además, Adler... no pasa nada entre nosotros —Aquello le dolió como si le clavaran una docena de clavos en el pecho.

—Frieda, ¿hasta cuándo vamos a negar todo lo que nos está sucediendo? —inquirió deteniéndola y mirándola, la chica se puso nerviosa.

—No estoy lista para nada más de lo que tenemos ahora, Adler. No quiero... —La chica hizo silencio sin saber qué más decir. Adler no insistió, se sentía algo molesto y a la vez confundido. Frieda era toda contradicciones, por un lado demostraba una cosa y por otro, simplemente decía otras cosas.

Llegaron al cine y él compró las entradas, palomitas y refrescos. Formaron la fila para acceder a la sala y luego esperaron en silencio a que la película comenzara... Esperaban poder perderse en la historia y dejar de sentir esa incomodidad en la que aquella conversacióninconclusa los había sumido.

Estoy en Brasil pero igual no les fallo

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Estoy en Brasil pero igual no les fallo.

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Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora