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Apenas ingresaron a la fiesta Frieda entendió que Adler era bastante apreciado entre sus amigos, todos lo saludaban y le daban la bienvenida, él la presentaba como su prima y le iba diciendo los nombres de los chicos, pero ella casi no recordaba ninguno, no era buena con eso y menos con nombres en alemán.

Finalmente se acercaron a la mesa donde había comida y bebidas. Un chico se mantuvo con ellos, se llamaba Burke y se veía bastante guapo, parecía ser muy amigo de Adler y conversaban en alemán sobre una chica. Frieda no prestó demasiada atención pues estaba concentrada en probar un poco de cada una de las comidas que allí había.

No se dio cuenta de cuánto tiempo pasó, pero cuando se giró para ver a los chicos, Adler había desaparecido.

—Tranquila, vuelve enseguida —dijo Burke sonriedo—. Me pidió que te cuidara.

—No te preocupes, me cuido sola —respondió en fluido alemán.

—¿Quieres que vayamos a dar una vuelta? Puedo mostrarte el lugar.

—Bueno... —aceptó Frieda sin mucho más que decir.

Burke le llevó a recorrer la casa, había jóvenes en todos los sitios, algunos tomaban algo, otros bailaban y algunos conversaban en el jardín, había un grupo que jugaba a las cartas en medio de una sala. Se notaba que todos eran de la edad de Adler, y ella se sintió algo pequeña y perdida.

—Iré a traer algo de tomar —dijo Burke cuando llegaron al jardín, ella asintió y quedó esperando sola en ese sitio.

Burke se tardó un poco más de la cuenta, lo que hizo que Frieda se sintiera algo tensa. Ingresó de nuevo a la casa y buscó entre la muchedumbre a ver si encontraba a Adler, ¿a dónde se había metido?

—¿No viste a Adler? —preguntó a uno de los jóvenes que le había presentado más temprano. No recordaba su nombre pero sí su rostro, pues traía el pelo con rastas y un enorme aro en forma de círculo colgaba de su oreja derecha.

—Creo que entró a la biblioteca —dijo señalando una puerta que quedaba cerca.

A Frieda le pareció extraño que ingresara a la biblioteca en medio de la fiesta, pero de Adler podía esperarse cualquier cosa. Caminó entonces a ver si lo encontraba allí. Abrió la puerta y entonces se percató que sí, que en efecto, de Adler podía esperarse cualquier cosa, incluso algo que ella no imaginaba.

Allí estaba él, de espaldas a ella, con los pantalones en la rodilla. Una chica —cuyo rostro no alcanzaba a ver— estaba rodeándolo con las piernas y sentada en un escritorio justo frente a él.

Aquello le pareció asqueroso, repugnante y horrible. Salió de allí lo más rápido que pudo, encolerizada, molesta, al borde de la histeria. Pensaba irse, sin más, pero Burke la encontró cuando salía de la casa.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora