-El tiempo no sanara ni te hará olvidar nada, Alejandra.- respondió Dionisio, dolido al ver a su hija sufrir.- Pero está bien. Te di mi palabra que no insistiría y así será. Lo que menos quiero es presionarte.- aclaro.- Pero te pido que nunca dudes de lo mucho que te adoro y ten en mente que siempre estaré aquí para ti.- agrego Dionisio, viendo como la joven lo observaba en silencio y después de una leve inclinación de cabeza se retiraba y desaparecía al fondo del pasillo en dirección a la habitación de Cristina.    

Le dolía pensar en el rechazo de su hija, pensar en la posibilidad de que jamás lo aceptaría. Pero había algo más. Alejandra sufría y estaba seguro que algo terrible escondía. No era rencor el que ella le transmitía, sino resentimiento, un reproche muy grande por su ausencia en momentos cruciales de su vida.

-En estos momentos Alejandra está muy dolida, confundida incluso.- se escucho una voz a las espaldas de Dionisio haciéndolo girar y percatarse de que se trataba de Germán.- Pero ya se le pasara, Señor.

-¿Te conto todo?- pregunto Dionisio.

-La encontré muy mal, lloraba desconsoladamente y no tuvo más remedio que decirme lo que le sucedía.- explico el joven mientras él y Dionisio tomaban asiento en la sala de espera.

-¿Qué es lo que te dijo exactamente?- pregunto Dionisio un tanto tenso y más serio de lo que pretendía.

-Que usted es su padre.- informo Germán.

-¿Solo eso?- pregunto Dionisio, sabiendo que había más.

-Señor, yo no lo conozco lo suficiente, pero sí a Cristina y si ella ha decidido compartir su vida con la de usted, es porque usted debe ser una buena persona.

-No entiendo.- dijo Dionisio, confuso y sorprendido por la madurez del joven.

-Alejandra cree que usted la abandono, pero yo en cambio estoy convencido de que así no sucedieron las cosas.- aseguro el muchacho.

-Agradezco tu voto de confianza, muchacho y efectivamente, así no sucedieron las cosas.- dijo Dionisio con pesar.- Pero Alejandra se niega a escucharme y parece que no hay nada que la hará cambiar de opinión.  

-Ella es buena, señor. Muy noble.- dijo Germán sonriente, realmente embobado cada que hablaba o si quiera pensaba en Alejandra.- Solo necesita tiempo.

-Eso ya lo sé.- respondió Dionisio en tono fuerte y arrepintiéndose al ver la expresión de sorpresa en la cara del joven.- Perdón.- se disculpo al instante.- Dime algo, Germán...- agrego después de una larga y silenciosa pausa.- ¿Cuánto quieres a mi hija?- pregunto, sosteniéndole la mirada al joven.

-Mucho, señor.- contesto, convencido.

-¿La amas?

-Con toda el alma.

-Entonces no la abandones.- pidió él.- Pase lo que pase, si tu amor por ella es tan grande como dices que lo es, no la abandones.

-No entiendo por qué me pide eso.- dijo el joven un poco confundido.

-A mi hija le pasa algo más.- informo Dionisio.- Ella huye de algo, seguramente terrible que le sucedió en su pasado. Tú amor y tú cariño, pero sobre todo tú comprensión la ayudaran a superar esos golpes tan injustos que le ha dado la vida.- aseguro, pensando en cómo Cristina había sido su propia salvación.- Necesito saber si cuento contigo para restablecer la alegría y las ganas de vivir en mi hija.

-Por supuesto que sí, señor.- aseguro Germán sin dudarlo ni un segundo.- Pondré todo de mi parte para hacer a su hija feliz.

Dionisio asintió, complacido por la respuesta del joven. Tenía que averiguar cuanto antes de dónde y cómo, Alejandra conocía a Perla y a Danilo. Tenía sospechas. Sospechas que lo hacían arder de coraje y provocaban en él unas ganas enormes de vengarse. Haría lo necesario para liberar a su hija de sus demonios del pasado. Incluso hasta estaba dispuesto a matar. 

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now