CAPITULO 2

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        Claudia está sentada sobre su cama, sostenía en sus manos un pergamino y mientras lo volvía a leer las lágrimas se precipitaban de sus azules ojos. Lucio había muerto, ¿Qué clase de broma del destino era esta? una muy cruel de seguro, no pudo estar con Dedrick porque precisamente debía estar con Lucio, ni siquiera pudo despedirse de su esposo, decirle que lo amaba, y ese mismo día partía hacia lo incierto, no creía poder soportar tanto sufrimiento a la vez.

Antonio entra a la habitación con un semblante que demarcaba una profunda tristeza, Claudia se aferró a él mientras que el llanto la consumía. En silencio padre e hija permanecieron abrazados, sabiendo que quizás no se volverían a ver nunca más.

-Adastros espera, Azeneth está con él, es hora.

-¿Y Octavio?

-Con Azeneth, no debemos prolongar esta partida.

Claudia sigue a su padre hasta que llegan a la entrada principal de la residencia.

-Te amo padre.

-Y yo a ti Claudia, y doy gracias por llegar a conocer a mi nieto y que compartieras conmigo la felicidad de ser abuelo.

-Ven con nosotros, no me iré sin ti.

-Deben marcharse, hay algo que no te he mencionado, Acacia está enferma, creemos que es la plaga, por eso Adastros y Azeneth han permanecido en la casa y no he permitido que se acerquen a ella.

-¡Acacia! -Exclama Claudia con sorpresa recordando a aquella pelirroja que llegó al mismo tiempo que su amado Dedrick. La muerte rondaba su hogar, no había escapatoria.

-Pero si ella está enferma que te hace pensar que alguno de nosotros no lo estemos.

-Porque hemos sido precavidos, Acacia ha sido la que ha intercambiado nuestra correspondencia con la casa de Plubio, sin querer la he condenado.

-No te culpes padre, no conocíamos el alcance de este mal.

-Ten guárdalo muy bien.

Antonio entrega a su hija una fuerte cantidad de monedas de oro y denarios.

-Desearía que fueras más acompañada pero casi todos se han ido y los que han quedado han estado en contacto con Acacia, no puedo arriesgarme.

Antonio toma a Octavio entre sus brazos y lo besa en la frente, con ternura lo acurruca en su pecho tomando su mano, ése era el adiós, posiblemente no lo volvería a ver.

-Sé un hombre de bien, y respeta siempre a tu madre.

Después de la muerte de Diana, su madre, Claudia vio llorar a su padre por segunda vez. Él le entrega al niño y sin más preámbulos entra a la residencia, no podía despedirse era demasiado doloroso. Claudia lo observa alejándose pero no lo detiene, era mejor dejar las cosas así. Con ayuda de Adastros sube a la carreta y Azeneth le entrega a Octavio, Adastros toma las riendas de los caballos e inician el viaje.

El corazón de Claudia iba partido en dos, nuevamente dejaba atrás el calor de su hogar, y sin saber cuando retornaría a casa. Para sorpresa de Adastros no habían avanzado mucho cuando Claudia le dice que se detenga.

-¿Qué sucede señora?

-No iremos a Roma, no me expondré ni a mi hijo a la enfermedad

-Pero su padre ha dicho...

-No importa lo que mi padre dijera, él ya no está aquí para tomar las decisiones, nos iremos sí, pero a otro lugar.

-¿Dónde señora?

-No lo sé pero mi corazón me indica que no debemos ir a Roma, quizás....

La idea pasa por la mente de Claudia, no sabía si podría llegar por sus propios medios pero lo intentaría.

-¡Señora! -Exclama Adastros contrariado.

-Iremos a otro lugar, yo te indicaré el camino.

-¿A qué otro sitio?

Azeneth que no había comentado nada agrega: ¿Estás segura de querer ir ahí? él ya no está solo.

-Sé que él nos cuidará, Ilse tiene un compromiso con nosotros, desde que pactamos se le han dado privilegios a su gente.

-¿De qué hablan ustedes? -Adastros seguía sin comprender.

-¿Estás segura? -Azeneth miraba fijamente a Claudia.

-No, pero es mejor que ir a Roma y exponer a mi hijo a un viaje tan tedioso. Adastros iremos a la aldea de Dedrick.

El anciano abre los ojos como platos, la noticia lo ha sorprendido grandemente, sin embargo él era el sirviente y ella su señora haría lo que se le indicara.

Viajaban por el camino principal durante el día y por las noches acampaban en lugares que los mantuvieran ocultos, no encendían fogatas por lo cual las noches de invierno se tornaban frías y siniestras.

Octavio a pesar de los temores de Claudia lucía encantado con esta aventura. Claudia recuerda el día en que supo que estaba embarazada, la emoción de sentir vida creciendo en su vientre, el dolor del parto que fuera sustituido por la alegría de tenerlo por fin entre sus brazos, el rostro radiante de Lucio al corroborar que era varón. Octavio ahora yacía dormido en su regazo, al verlo le recordó a Lucio, tenía mucho de sus facciones en él. ¡Uta!, ¡Uta! se repetía en su interior, ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué no permitiste quedarme al lado de Dedrick? ¿Por qué tus palabras terminaron persuadiéndonos?

Ahora Lucio estaba muerto y también había perdido a Dedrick, jamás se sintió tan desamparada como hasta ese momento, sin embargo por alguna razón que no entendía corría a su encuentro.

-¿Está bien mi señora? -La anciana miraba con preocupación a Claudia.

-No Azeneth, no lo estoy, llevo un gran dolor en mi pecho que no me deja respirar, lo he perdido todo, siempre me caractericé por ser tan fuerte y ahora fuerza es lo que necesito para seguir adelante.

-Usted tiene la llave para esa fortaleza mi señora. -Y al decir esto vuelve a ver a Octavio.

Claudia estruja a su hijo contra sí, Azeneth tenía razón Octavio era su razón de vivir ahora, él formaba parte de ella, por su hijo no se rendiría y por primera vez desde que inició el viaje renovó su ánimo y se prometió a sí misma no quebrantarse pasase lo que pasase.

El cielo se oscureció clara señal de que pronto llovería. Los relámpagos resplandecieron en lo alto despertando a Octavio quién miró a su madre aún adormilado.

-Son sólo relámpagos amor, no te asustes.

-Debemos refugiarnos mi señora, es una tormenta no podemos quedarnos a la intemperie.

-Allá, veo humo por allá. -Azeneth señalaba una nube de humo gris a la distancia.

Adastros alentó a los caballos de manera que fueran más rápido, llegaron cuando empezaban a precipitarse pequeñas gotas. Una mujer sencilla metía la ropa de un tendedero, al ver a los recién llegados corrió hacia la casa, saliendo un hombre luego, al parecer su esposo.

-Señor, mi señor. -Adastros se dirigía al hombre con cuidado tanteando la reacción de aquel desconocido.

-Mi esposa, mi hija y nieto, estamos de paso, pronto lloverá y no tenemos donde resguardarnos, apelo a su gentileza y caridad para estos viajeros y nos recibieran en su hogar durante la tormenta.

El hombre de contextura frágil y delgada, dirige su mirada a Claudia y al niño que llevaba en brazos, terminando por Azeneth. Sin decir nada les hace señas para que entren, las dos mujeres ingresan a la vivienda pero Adastros se queda desatando los caballos con ayuda del aldeano para luego ser llevados a un granero. Ya caía la lluvia cuando ellos también entraron en la casa.

Claudia: Belleza Indomable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora