CAPITULO II

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-Gracias. -Se dirigió Claudia al joven que la había ayudado cuando nadie más lo hizo. Adastros se acercó presuroso, ya que escuchó la conversación de unos hombres que salían sobre lo acontecido y muy preocupado le preguntó qué había ocurrido, sabía que si algo le sucedía a Claudia él sería castigado ya que era su responsabilidad cuidarla.

-Estoy bien Adastros, no te preocupes.

-Mi señora sabe lo que me haría su padre si algo le sucediera.

-No tenemos que contarle, será nuestro secreto.

-Oh señora, él siempre se entera de todo, me reprenderá. No me vuelvo a separar de su lado, no cometeré el mismo error dos veces.

La voz de Adastros se quebraba por el temor que le infundía la idea que el árabe la hubiera lastimado.

-Vamos a casa. -Fue todo lo que recibió por respuesta. Al llegar las cadenas que ataban al joven de manos y pies fueron retiradas como al resto de los esclavos y ayudado por el otro sirviente subió a la carreta. Adastros se sentó con ellos en la parte de atrás.

La propiedad en la cual se ubicaba la residencia permanente de Antonio Kaeso se encontraba en las afueras de la ciudad en campo abierto, rodeada de árboles de olivo, higueras, sembradíos de trigo y cebada, viñeros, diversos árboles frutales y cultivos de hortalizas y legumbres.

Sofisticados sistemas de riego anegaban las cosechas, tomando el agua de un arroyo que corría en medio de la propiedad. La vivienda estaba edificada a quinientos metros de la entrada principal, rodeada de hermosos jardines. El ingreso a la morada era custodiada por dos hermosas estatuas de mármol. Era amplia, con enormes ventanales que brindaban suficiente iluminación y ventilación a las estancias. Pintada de un color blanco hueso, tenía un espacioso patio interior cuyas paredes exhibían bellísimas pinturas dibujadas sobre ellas. Una fuente se encontraba en medio del patio recubierta con pintorescos mosaicos. A unos cuántos metros se encontraban las caballerizas y casi al final después del puente que atravesaba el arroyo, se extendía una planicie que era utilizada para el pastoreo. Cerca de cincuenta cabezas de ganado compartían espacio con las ovejas, divididos únicamente por una cerca.

Dos personas los recibieron al llegar, uno ayudó a Claudia a bajar de la carreta mientras que el otro, en compañía de Adastros, dirigía a los esclavos por un sendero de piedra hasta un claro dónde otra fuente con una ninfa al centro y de cuyo cántaro se desbordaban tres chorros de agua, les daba la bienvenida.

Todos se miraban con expectación, la madre apretaba a su hijo con fuerza como si se lo fueran a arrebatar en cualquier momento. Claudia se posicionó en medio de ellos y preguntó si todos hablaban su idioma, únicamente la mujer y el niño africanos no contestaron. Se dirigió a Adastros dándole una indicación, él corrió en dirección a la casa regresando minutos después con un hombre de color, alto y corpulento, Claudia le sonrío y señaló a la mujer y este se dirigió a ellos en un idioma que la mujer comprendió.

-¿Y bien? -Preguntó Claudia con interés.

-Habló su idioma mi señora, traduciré lo que usted diga.

-Gracias Sarabi.

Comenzó a hablar: -Sé que deben de estar asustados y preguntándose qué sucederá con ustedes de ahora en adelante, a lo cual responderé (hace una pausa) que son hombres y mujeres libres.

La conmoción por las palabras recién mencionadas por Claudia fue evidente. Se reflejó en sus rostros la incertidumbre e incredulidad ante lo escuchado.

-Reconozco. –Continúo. -Que lo que he dicho es difícil de creer pero es cierto. Estoy en total desacuerdo con la esclavitud y que las personas sean vendidas como si fueran objetos y no seres humanos. (Se nota verdaderamente la indignación que esto le causa). -Son libres de irse, nadie los va a detener, se les dará provisiones, y todo lo necesario para su viaje. Sin embargo, si deciden quedarse, se les brindará un techo, comida, vestido, calzado y un honorario por sus servicios e igual si en el futuro deciden abandonarnos, pueden hacerlo. Como pueden ver la propiedad es enorme, hay mucho trabajo por lo que siempre requerimos mano de obra. Tienen mi palabra que recibirán un trato justo, dentro de estas paredes no serán esclavos, sino parte de nuestra familia, tendrán nuestra confianza y aprecio. Pero como he dicho, a nadie se obligará a quedarse, si deciden marcharse lo único que les pido es que se queden con nosotros un tiempo, para que recuperen sus fuerzas y puedan emprender el viaje en buenas condiciones. Ahora solicitaré que aquellos que decidan irse levanten la mano.

Los esclavos nuevamente se miran entre sí pero nadie se mueve, ningún romano era de fiar podría ser un engaño.

-No teman. -Agrega Claudia. -No hay mentira en mis palabras.

Aun temerosos cinco levantaron la mano, recibiendo una sonrisa de aprobación por parte de la joven.

-Adastros, por favor llévalos a sus aposentos, que se aseen, luego llama al médico para que los revise.

-Sí señora.

Los que se quedaron fueron la mujer africana y su hijo, una joven pelirroja y el muchacho que evitó que el árabe la golpeara.

-Ustedes son bienvenidos a nuestra familia, Azeneth_Señala a una anciana que se encontraba junto a ella. _Se encargará de acomodarlos. Por el momento al igual que los otros, descansen, haré que el médico los revise luego.

Azeneth les hace señas para que la acompañen, Sarabi se va con ellos.

Claudia suspira, por alguna razón se alegra que el muchacho tomara la decisión de quedarse, había algo en él que la cautivaba.

Claudia: Belleza Indomable.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora