Capítulo: 27

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Es temprano, y todavía todos se encuentran andando por los pasillos.

— ¡Eh, guarra, por aquí! —me llama Mayra, alzando la mano y agitándola como si estuviera en el aeropuerto y soy yo a la que estaba esperando.

—Hola —la saludo con un beso en la mejilla— ¿Ya nos vamos? —seguro ya nos íbamos al hospital para empezar con las prácticas.

— ¿Por qué traes mochila? Rubén publicó en el grupo de que no era necesario traer cosas.

— Estás de coña. Me hubieras avisado tú.

—Pensé que lo verías —hace una mueca— Pero, podrías encargarlo allá, supongo.

Iba a regañarle pero en eso todos los de nuestro salón empezaron a caminar. Nos quedamos detrás del grupo que se había formado.
Mayra y yo miramos al frente. Rubén se encontraba guiando adelante. 

— Tu hombre —me codea ella, divertida.

— ¡Que no! —intento no gritar.

Empieza a reír exageradamente, llamando la atención de los que están al rededor. Se detiene al darse cuenta de su vergonzosa situación.

— ¿Qué te pasa? —le digo extrañada.

Carraspea.

—Lo siento, no he tomado desayuno.

[...]

Pude encargar mi mochila felizmente. Todos empezamos a colocarnos los uniformes.

— Bueno, chicos —toma la palabra Rubén— ya tenéis pacientes que atender. Os voy a dividir en tres grupos de cinco. Atentos si os llamo.—saca una lista de su bolsillo y empieza a nombrar a cada uno mientras se van armando los grupos.

Jordan y yo formamos del mismo. A Mayra le tocó con las más especiales.

— Menuda suerte la tuya. Menuda suerte la mía. —me abraza por los hombros.

— No te va a durar mucho. Además, seguro escucho algún chisme bueno, ya os digo.

El grupo de Mayra entra primero, mientras que los otros dos esperamos a que Rubén nos avise. 

— ¿Cómo está Juanito? —me pregunta Jordan.

— Está muy bien, pero aún le sigo regañando por no haberte mordido el sábado. 

— Oh, ¿sigues molesta por eso?

— Yo no. ¿Y ella? ¿Se lo tomó bien?

— Bueno, lo hablamos. Le dije que eras mi mejor amiga, y que no te tuviera celos. De todas formas le he prometido no jugar tanto así.

— Vaya, estás haciendo méritos.

— Un chico siempre hace méritos por la chica que le gusta.

— ¿Y la cajita mágica? ¿Se lo diste?

— No, todavía no. Se lo daré cuando le pida que sea mi novia.

— ¿Y cuándo será eso? Apuesto a que ella tiene ansias de que se lo pidas ya.

— Lo sé... Yo también lo he pensado. Me estoy demorando demasiado, ¿verdad?

— Algo.

— Se lo pediré hoy. Deséame suerte.

— Ojalá se te caiga la cajita cuando se lo des.

— Ajá.

Alguien carraspea detrás de nosotros. Jordan deja de abrazarme. 

— Eh, Jordan, te toca entrar con el grupo.

— Vale, profesor. Hablamos después. —me dijo antes de que se fuera.

— Pero si soy de tu grupo, idiota.

— ¿Lo eres? —me preguntó esta vez Rubén.

— Sí. Tú mismo lo dijiste.

— Oh, cierto. Bueno, ve. Pero espera —saca de su bolsillo una pequeña pulsera de metal— No voy a mentir en decirte que lo he comprado yo, porque no, lo encontré afuera, de camino aquí.

Esbozo una pequeña sonrisa. De alguna manera me pareció tierno.

— Gracias.

— Oye y... ¿si te invito este fin de semana me lo vas a negar también?

— Bueno... Lo pensaré. 

Me sonrió y yo a él. 

— ¿Tu madre sigue bien?

— Sí, la he llevado al médico ayer por la noche. Está mostrando mejoras.

— Me alegra muchísimo.

— Gracias. Ya ve con el grupo. Hay muchas personas que te necesitan.

— Para eso estamos los doctores. 

Entro a la sala con los demás, y se encontraban dos pacientes. Presentan quemaduras, no tan graves, por suerte. Y es ahí donde me doy cuenta de lo que está pasando, de lo que quiero, y de lo que no. Me complace saber que he elegido bien desde un principio, y que no he desperdiciado mi tiempo. Más bien ahora quizás sí puedo desperdiciarlo con algo. Y ese algo quizás sea un alguien. 



 

 

Mi maestro de BiologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora