XVIII

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Discordias y sacrificios.

—Ya sabía que Salazar Slytherin era un viejo chiflado y retorcido —dijo Ron a Cyrine, Harry y Hermione, mientras se abrían camino por los abarrotados corredores al término de las clases, para dejar las bolsas en la habitación antes de ir a cenar—. Pero lo que no sabía es que hubiera sido él quien empezó todo este asunto de la limpieza de sangre. No me quedaría en su casa aunque me pagaran. Sinceramente, si el Sombrero Seleccionador hubiera querido mandarme a Slytherin, yo me habría vuelto derecho a casa en el tren.

Hermione asintió entusiasmada con la cabeza, pero Harry no dijo nada y Cyrine tenía la cabeza en otras cosas como para pensar en ello.

Se le estaba juntando todo últimamente y comenzaba a dudar. En ningún momento había cambiado palabras con sus hermanas y es como si no existieran. A los que más veía, era a Freya, quien era la única que le devolvía el saludo y con la que intercambiaba un par de palabras antes de que se fuera. Las gemelas, Aurore y Aida la miraban mal cada vez que se presentaba en la sala común de Slytherin acompañada por Draco y Nott, con el que hablaba usualmente o cuando se cruzaban por los pasillos en ocasiones, así que no contaban. A Sebastian nunca lo veía y la mayor parte del tiempo parecía desaparecer cada vez que, inconscientemente, miraba la mesa de Hufflepuff.

A pesar de todo, se sintió mal. Compartían la misma sangre y vivían en la misma casa (cuando no estaba con los Malfoy), ni siquiera intercambiaba palabras escritas con sus padres desde su segunda clase con Dumbledore, donde le escribieron diciendo que él se encargaría de todo y que esperaban no tener problemas cuando regresara a casa al fin de curso.

Ni siquiera se atrevió a preguntarles si podía pasar navidad con ellos, eran letras perdidas.

Pero para cuando salió de su ensoñación, se encontró a sì misma caminando fuera del colegio. Harry, Ron y Hermione no se visualizaban por ningún lado y soltó un suspiro mirando al cielo. Se apoyó contra la pared y se quedó allí, quieta y a la espera de... bueno, ni ella sabía que estaba esperando. Miró la intensidad del paisaje y se acomodó en la ventana, dejando que los pies colgaran fuera de ella y recordó la vez en la que se encontró con Hermione en primer año... era casi la misma situación, salvo porque...

Cyrine mordió su labio inferior mientras toqueteaba su barbilla con un dedo, recordando las clases de Dumbledore y creyendo que nada malo resultaría si ponía un poco en práctica lo enseñado. Enfocó su mente en eso para mantenerse ocupada y colocó ambas manos frente a frente, a una distancia de menos de veinte centímetros. Inhaló largo y tranquilo y lo retuvo hasta que brillantes partículas comenzaran a unirse entre ellas, formando la singular forma de un pequeño pajarito, paso a paso hasta que pronto estuvo agitando las alas, dejando a la cola relucientes puntos azules parecidos a la brillantina.

Embelesada, Cyrine se permitió bajar las manos y el pájaro continuó manteniéndose en el aire, revoloteando a su alrededor y cubriéndola de pintas brillantes. Ella rio contenta, mientras se permitía disfrutar un tiempo a solas que, sin saberlo, le ayudaría.

Más tarde, Cyrine volvió radiante y notablemente relajada a la sala común de Gryffindor y se unió a los chicos que no le dijeron nada sobre su repentina desaparición y, sin mediar palabra con ninguno, abrió sus deberes de Encantamientos para comenzar su tarea, ayudada por El libro reglamentario de hechizos (clase 2). No fue hasta como diez minutos después de completo silencio, que Ron cerró repentinamente su libro y Hermione lo acompañó.

Extrañada, Cyrine miró a Harry en busca de respuesta, pero él se encogió de hombros, imitando a sus amigos.

—Pero ¿quién podría ser? —dijo Hermione con voz tranquila, como si continuara una conversación que hubieran estado manteniendo—. ¿Quién querría echar de Hogwarts a todos los squibs y los de familia muggle?

「Loyalty」 HPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora