Carolina ingresó al cuarto y corrió las cortinas dejando entrar mucha luz.

—¡Arriba! ¡Es día de campo en familia! —gritó entusiasmada y luego se acercó a tocarla—. ¡Despierta, Frieda!

—Mmmm —murmuró ella sintiendo que la cabeza se le partía en miles de pequeños fragmentos.

—¡Arriba! Ya todos nos esperan —insistió.

—Mamá, no me siento bien, me duele la cabeza. ¿Qué tal si me quedo a dormir y van ustedes? —dijo abriendo lentamente los ojos, la luz parecía encandilarle.

—Mira, lo que pasa es que esto lo habíamos planeado mucho antes de que tú decidieras emborracharte anoche —mencionó casual y la chica la miró atónita—. Parte de ser adulta y querer hacer cosas de adultos implica asumir las responsabilidades —añadió con dulzura—. Así que tu levántate, báñate y lávate el pelo que lo tienes asqueroso, y te espero abajo en veinte minutos.

Aquello lo dijo con su sonrisa de siempre, esa que la hacía parecer un ángel, pero con su mirada verde fija en los ojos de su hija. Su mirada no condecía con su sonrisa, esta se veía amenazante y altiva. Frieda conocía bien esa mirada, y cuando se ponía así no había nada más que decir. Bufó levantándose quejosa.

—¡Es un hermoso día para disfrutar! —dijo Carolina alegre y salió de la habitación.

—Vaya hermoso día —dijo Frieda ingresando al baño y metiéndose bajo el agua helada a ver si así se sentía un poco mejor.

Bajó casi media hora después y vio como todos se movían de un lado al otro entusiasmados preparando viandas y mochilas para el paseo. El único que aún seguía desayunando era Adler, que le señaló una silla al lado suyo. Ella sin ganas de discutir se sentó allí.

—Buenos días —saludó por educación aunque no lo creyera así y escuchó como todos le respondían el saludo.

—Tómate esto y el café, te ayudará a aguantar el día —dijo Adler pasándole una pastilla por debajo de la mesa. La aceptó porque no veía otra manera de sobrevivir a tanta energía que tenía el resto de su familia. No habló con el chico que se veía entre cansado, molesto y avergonzado al mismo tiempo.

Salieron de allí casi media hora después de que ella bajó y se dispusieron a viajar. Iban a un sitio que quedaba a una hora de viaje y Frieda pensó que podría dormir un rato. Subieron a la camioneta de varias hileras de asientos que tenía Niko y se ubicaron como siempre, Niko y Berta adelante, Rafa y Caro en segunda hilera y los tres chicos en la última, la única diferencia fue que esta vuelta Adler quedó en el medio —en vez de Samu—, pues quería cerciorarse de que Frieda estuviera bien.

Sus padres pusieron música a todo volumen y se pusieron a cantar como si fueran niños, aquello hizo que la cabeza de Frieda doliera más y Adler la miró preocupado cuando la vio atajarse la frente.

—¿Estás bien? —preguntó y ella lo miró con odio.

—Sí, no sabes lo bien que estoy —respondió irónica.

—¿Te duele la cabeza? Déjame hacerte un masaje —pasó su mano por atrás de su cabeza tocándole el cuello. Frieda iba a decirle que se alejara pero su toque se sintió demasiado bien y lograba relajarla, así que cerró los ojos y trató de no pensar. No supo en qué momento se quedó dormida pero cuando despertó estaba recostada por el hombro de Adler.

Al percatarse de eso se movió inmediatamente y él la miró sonriendo. La verdad es que estaba disfrutando del olor a flores de su cabello recién lavado y mientras cerraba los ojos y fingía dormir, se impregnaba de aquel aroma que le parecía tan agradable en aquel momento.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora