-¿Puedo saber que esta haciendo?- pregunto, cuando él empieza a colocarme las esposas.

¿Me mataría?,¿Me castigará?,¿Pero que coños estaba haciendo? No respondió mi duda. Puso ambas manos en los brazos de la silla y se acuclillo, no demasiado, pero si lo suficiente para poder estar en mi misma altura.

Creo que nunca me voy a acostumbrar a que fuera tan alto, era como una constante demostración de cuanta presencia tenia en cualquier postura que se encontrará.

-Del uno al diez, ¿Cual estado de penetracion prefiere?- su voz era misteriosa y muy juguetona, nada parecida a la habitual.

Trate de de cifrar algún sentido a su pregunta. No lo encontré. Su mirada era lejana, y sin gracia.

Algo sabia, no era ninguna porcelana que diría cinco o seis, al contrario, era más diez o once si estuviera de último número.

-Díez- mi respuesta trajo su mirada a la mía, dándome una escaneada de unos segundos.

Después de esos mínimos segundos donde nuestras miradas se conectaron, el vibrador empezó. Era fuerte, ¡Ohh si!, esto era mejor que los pequeños toques que Adam me estaba dando en toda la tarde.

-Corrase- me ordena Adam, concentrado aun en mi expresión.

Y malditamente lo hice, tanta contención y tortura me iba a matar. Abrí mis piernas y cerré mis ojos y mi boca, para dejar mi órgasmo ser míos y no también de Adam.

En ese preciso momento que me deje ir, mi cuerpo dio una sacudida de placer tan grande, que mis paredes íntimas se contraen fuertemente, y mi liberación fue grande. La mejor que pude haber tenido en la historia.

Después de unos minutos del mejor placer, abrí mis ojos pesados. Adam ya no estaba. Mire para todos lados, y solo encontré una sala vacía y un montón de trabajo que me esperaba. Con un suspiro y una queja de mi cuerpo, continúe con mi trabajo.

No me encontré con Adam después, solo tuve un mensaje suyo a las ocho diciéndome que podía irme- bueno así no fueron específicamente sus palabras- Tampoco me cruce con Anthony, Stiven, Samuel o Carlos.

En realidad cuando salí del edificio, el lugar parecía un cementerio, no había ni un alma en pena. Solo estaban los guardaespaldas de Adam. Sebastián estaba en la puerta hablando con unos hombres.

-Adiós Sebastián- me despido cuando paso por su lado.

El asiente. Sebastián no era un hombre de muchas palabras, al contrario lo que hablaba era al grano, pero quien lo culpaba, Adam tampoco era los que le gustaba decir demasiadas palabras.

Al llegar a mi auto, mi celular empezó a sonar, Samanta.

-¡Clarooo!, se me olvido que los ricos no se cruzan con los pobres- estaba enfadada.

No había tenido mucho tiempo de llamarla, ¿Cómo lo iba hacer si prácticamente vivía en ese edificio? Tantas cosas que me han pasado en mi vida y tan pocas que podía contarle a mi mejor amiga.

-Vamos, Samanta. He tenido mucho trabajo, no sabes cuanta tortura ha tenido que soportar tu amiga- puse voz de víctima, y su risa poco graciosa llego al otro lado.

-No me digas, ni una llamada, además ¿Tampoco le dijiste al vigilante que era de tus visitas concurridas?- pregunta ahora un poco menos enojada.

Mierda. No había tenido TIEMPO, para nada en realidad.

-Voy en camino, llegare en diez minutos- sabia que estaba en mi casa, Samanta no era de las que preguntaba por algo tan irrelevante.

-Eso espero- cuelga sin más.

EL OSCURO CORAZÓN DE ADAMWhere stories live. Discover now