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Desperté desorientada con un dolor punzante en mi espalda, luego de tallar por un largo rato mis ojos me di cuenta que estaba en el piso de la sala junto al umbral de la puerta, trato de recordar aunque la jaqueca no me ayuda mucho, en qué momento me quede dormida.

Luego de que todo a mí alrededor para de dar vueltas me paro del lugar agarrando todas mis pertenencias.

Ya adentro de mi habitación tiro todo al suelo, y empiezo a desvestirme, mi cuerpo está repleto de moretones lo que me hace sentir más sucia todavía.

Mi entrepierna todavía arde y duele, como si todo paso hace pocas horas, es como si su miembro aún está dentro de mí.

Luego de mirarme un largo rato en el espejo del baño, decido entrar a la ducha, giro la llave y espero que el agua se ponga tibia para empezar a bañarme.

Tallo mi cuerpo tratando de borrar cada recuerdo, cada golpe, cada lágrima, queriendo pensar que todo fue un mal sueño y que ya pronto despertare.

Pero me doy cuenta que no es así, todo es real y no puedo cambiar lo que paso por más que lo desee.

Mis lágrimas no tardan en salir de nuevo y la desesperación por saber que pasara cuando ese cerdo vuelva me pone peor, trato de sacar todo ese dolor que tengo dentro, mediante gritos, pero termino sentada en la ducha, totalmente mojada y sin nadie a mi lado.

Salgo de la ducha cuando estoy a punto de quedarme dormida, seco mi cuerpo, me pongo una sudadera y un pantalón largo de pijama, me acurruco en mi cama y pronto caigo rendida en los brazos de Morfeo.

Despierto aturdida por el ruido en la planta de abajo, supongo que es provocado por mi madre.

— Querida no vas a cenar, traje pizza. — grita desde donde sea que este.

—No, no tengo hambre —miento cansada de que se preocupe falsamente por mí, ni si quiera he comido nada hoy y no tengo ganas de hacerlo tampoco, solo quiero dormir, así nadie me daña nadie me hiere.

Despierto con las tripas alborotadas salgo corriendo de la cama hacia al baño, luego de varias arcadas vomito un líquido blancuzco y asqueroso el cual me deja un sabor amargo en la boca.

Cepillo mis dientes, mientras miro el reflejo del espejo, en verdad no me reconozco, ese pelo rubio enmarañado y asqueroso, no se parece en nada al mío, esos ojos verdes llenos de ojeras y apagados, unas mejillas pálidas y una boca reseca, definitivamente esa chica no soy yo o al menos eso quiero creer.

Me entro a la tina luego de prepararla con agua fría, tallo cada parte de mi cuerpo olvidándome del dolor que esto me causa.

Me detengo hay en ese punto frágil que tiene toda mujer y una lagrima se escapa de mis ojos, recorre mi mejilla y muere en mis labios.

Lavo mi cabello lo mejor posible, no quiero que nadie sepa lo que me paso y si sigo demacrada todos se darán cuenta.

No quiero ser el centro de atención, ni aquella chica a la cual todos le tienen lástima, porque la lastima es uno de los peores sentimientos que se le pueden dedicar a alguien.

Salgo de la ducha envuelta en una toalla blanca y pongo otra más pequeña en mi cabello.

Me siento frente al espejo y seco mi pelo, empapo cada parte de mi cuerpo con crema humectante, me pongo un conjunto de ropa interior de los que compre el otro día junto con mi madre, si así le puedo llamar todavía.

Saco del closet unos vaqueros negros para ocultar las marcas en mis piernas, una blusa color carne, holgada y de mangas largas, pinto mis labios de color durazno y decoro mis pestañas con rímel, coloco una base del color de mi piel en mi cara, para quitar un poco la palidez, y por ultimo un poco de rubor.

Me pongo mis botines negros, un poco de perfume con olor a vainilla y recojo mis cosas de la escuela, que están en el piso desde ayer.

Me miro por última vez en el espejo y me doy cuenta que esa chica de hace tan solo días desapareció por completo. Ahora mismo soy un reflejo de que el tiempo pasa lento para quienes viven en una desgracia.

Bajo las escaleras y me dirijo hacia la cocina, abro el refrigerador saco las verduras y las pongo a cocinar mientras llamo un taxi.

El cual tiempo después me deja en frente del colegio, camino a paso lento tratando de no derrumbarme, con la sonrisa más falsa que he tenido en años, no se compara en nada a aquellas que le dedicaba a mis tíos chismosos en navidad.

Gracias a Dios suena el timbre cuando casi estoy llegando a la clase de la profesora Julieta, siento que alguien tapa mis ojos con la palma de sus manos, tan solo ese tacto hace que todo mi cuerpo tiemble.

Me giro enojada, para darle una cachetada, dándome cuenta que es Kiam, es cual gesticula algo que no entiendo muy bien, con una sonrisa nerviosa.

—Hola René, te compre esto espero te guste— no puedo evitar soltar una carcajada por primera vez en días, al ver la cara de Kiam de un rojo carmesí y como se limpia las manos del pantalón disimuladamente.

—Gracias, pero no tenías por qué molestarte y no me gusta para nada, es horrible ese oso— hablo con un tono de desprecio.

Tomo el oso en la mano y empiezo a caminar hacia la clase con Kiam siguiéndome el paso, abro la puerta sin excusarme por llegar tarde, en fin no me interesa irme de aquí en cualquier momento.

Me siento en uno de los asientos del fondo y empiezo a copiar lo que está en el pizarrón.

No quería mentirle a Kiam, en verdad el oso es hermoso, me encanto, pero de verdad no creo en sus buenas intenciones, nunca debo olvidar que todos son iguales y que los finales felices solo existen en los cuentos, libros y películas.

Saco mi teléfono de la bolsa y reviso los mensajes de textos, tengo algunos de Kiam, uno de mama avisando que llegara tarde y otro de Amy, donde me avisa que vendrá hoy en la tarde a pasarse el fin de semana con su padre.

No le hago mucho caso, si hubiese sido de verdad mi mejor amiga, no me hubiera abandonado en estos momentos tan difíciles para mí.

SolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora