Al día siguiente, Dionisio madrugó, se duchó y volvió a vestirse con vaqueros, una camisa de color beige y chaqueta de cuero café. En cuanto estuvo listo, bajó al restaurante del hotel y tomó un desayuno ligero. Estaba de muy buen humor debido a todo lo ocurrido al día anterior. Esa mañana en especial se sentía muy optimista respecto a Cristina a pesar de no saber con certeza si ella iría a su cita con él, pero aun así estaba seguro de que ella tarde o temprano sería su mujer, pero más valía que fuera más temprano que tarde.

-Buenos días, Dionisio -llegó Ulises, interrumpiendo sus pensamientos.

-Ulises, buenos días. -lo saludó él.- Toma asiento. ¿Gustas algo para desayunar?

Ulises negó.

-No, nada. Muchas gracias, vengo por ti para llevarte a mi casa antes de irme a San Jacinto.

Dionisio arqueó una ceja.

-¿Vas a San Jacinto?

-Sí, solo por un día. Voy a acompañar a Acacia.

Dionisio asintió.

-¿Ella cómo está? ¿Pudo solucionar su problema con su amiga?

Ulises sonrió.

-En realidad no pasó nada, todo fue una trampa porque le preparamos una fiesta sorpresa.

-¿Fiesta sorpresa?

-Sí. Acacia a pesar de ser de aquí, vivió muchos años en San Jacinto y ahora que ha vuelto, ha decidido quedarse a vivir aquí, así que sus amigos decidieron hacerle una fiesta sorpresa.

Dionisio sonrió.

-Me alegro, me alegro. Se ve que es una buena muchacha.

-Lo es.

-¿La quieres mucho?

-Demasiado. -sonrió Ulises.- Es una gran mujer y muy bella.

Dionisio asintió.

-Como su madre.

Ulises lo miró con sospecha.

-¿No me digas que te interesó, Cristina?

Dionisio le sonrió.

-¿Y por qué no?

-Es una mujer casada.

Dionisio soltó una carcajada antes de inhalar aire profundamente.

-Lo sé, Ulises. Lo sé -dejó de sonreír y miró al joven fijamente.- Pero eso no es más que un estatus social ¿Por qué habría de ser impedimento para mí?

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Cristina observó cómo los rayos del sol se filtraban en su habitación, a decir verdad no pegó ojo en toda la noche. Era el día de su aniversario y ella se sentía muy sola y muy triste.

-Buenos días, mamá.

Acacia ingresó a la habitación y se encontró con su mamá en la cama, lo cual era toda una sorpresa ya que Cristina era muy madrugadora.

-¿Mamá te pasa algo? -preguntó, sentándose a su lado.

Cristina miró a su hija y le sonrió.

-No te preocupes, hija. No es nada.

-¿Cómo que no es nada? ¿Qué pasa?

-Nada, solo que...

-Extrañas a tu marido, ¿no es así? -dijo Acacia con amargura.

-Un poco -admitió Cristina.

-Mamá, no debes depender para todo de Esteban. -la regañó su hija.- Debes dedicarte tiempo para ti, salir con tus amigas a cenar... Tu vida no debe basarse en Esteban.

-Pero él es mi marido.

-¿Y? Recuerda que antes de ser esposa, eres mujer. Si sigues así, no vas a conseguir nada más que quedarte sola.

Aquello hizo que Cristina sintiera un escalofrío.

*Ya lo estoy* pensó.

-Tienes razón, hija... Debo dedicarme tiempo para mí.

Acacia le sonrió.

-Me alegra que pienses así... Bueno, mamá... Me tengo que ir -le sonrió con tristeza.- Estaré de regreso mañana.

-Que te vaya muy bien, mi amor. -le sonrió Cristina.

Acacia se inclinó y besó a su madre en la mejilla antes de ponerse en pie.

-Te amo, mami.

-Y yo a ti mi amor.

-Nos vemos mañana ¿Sí?

Cristina asintió.

-Piensa en lo que te dije.

-Lo haré.

Acacia le dedicó una última sonrisa antes de salir de la habitación. Dejando a su madre echa un mar de preguntas y dudas.

>> -Mamá, no debes depender para todo de Esteban. Debes dedicarte tiempo para ti, salir con tus amigas a cenar... Tu vida no debe basarse en Esteban... Recuerda que antes de ser esposa, eres mujer. Si sigues así, no vas a conseguir nada más que quedarte sola.<<

¿Salir con amigas? La única amiga que tenía era su comadre y no tenía ganas de verla ese día en especial.

*¿Y amigos?* le dijo su mente.

Al momento que ese pensamiento le llegó, la imagen de Dionisio invadió su mente... Él la había invitado a cenar...

-No. -se incorporó en la cama.-No, no debo aceptar. No es correcto.

*Solo es una simple cena... ¿Qué tiene eso de malo?* se dijo a sí misma *¿Acaso piensas quedarte aquí? ¿Encerrada, llorando? ¿Sola?*

Eso último fue como sal en una herida abierta. ¿Realmente quería pasarse la noche encerrada en su habitación? ¿Sola? Cuando podría ir a cenar con Dionisio, siempre y claro fuera como amigos... De todas formas, su marido no estaba ahí para verlo.

Al pensar en su marido y en su problema, Cristina pudo sentir como la furia crecía dentro de ella.
Su marido no estaba con ella, había olvidado su aniversario y seguramente esperaba que ella lo recibiera con los brazos abiertos. ¡Pues no! Como bien había dicho su hija, ella antes de esposa era mujer y esa noche no tenía ganas de estar sola, llorando por tonterías.

-No, no pienso quedarme sola cono una tonta. Tengo derecho a tener amistades, a divertirme... Y lo voy a hacer. -aseguró.

Esa noche no habría cabida para lamentaciones y lágrimas.

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Dionisio miraba con una amplia sonrisa la mesa que había preparado para su cena con Cristina. La llevaría a casa de Ulises como forma de mantener el anonimato con el resto del pueblo para así hacerla sentir segura, en caso de que ella decidiera cenar con él, claro. Miró el reloj y se percató de que eran las 6:30 de la tarde, sonrió y tomó las llaves de la camioneta y salió en busca de aquella mujer tan bella.
Sonrió e inclusive tarareó una melodía durante todo el trayecto hasta llegar a la Benavente. Se sentía optimista, pero al llegar, su optimismo decayó un poco. Afuera no había nadie esperándolo. Frunció el ceño y miró su reloj de pulsera. Las 6:55 pm. Bueno, aún era temprano ¿cierto? Habían quedado a las siete... Sin más remedio, se dedicó a esperar a Cristina, dentro de la camioneta, pero cada segundo que pasaba, le parecía una eternidad. ¿Y si no aparecía?, se preguntó.
Nervioso, se pasó una mano por su bien recortada barba antes de volver a mirar el reloj. 7:00 pm.
Inquieto, decidió salir de la camioneta y una vez fuera, comenzó a caminar de un lado para otro. Al cabo de un rato, volvió a mirar el reloj. 7:08 pm.

*No va a venir*, suspiró.

Ella había decidido no a ir a cenar con él y no había nada que él pudiera hacer. Un poco enfadado por su rechazo, dio la espalda a las puertas de la Benavente y dio un par de pasos hacia la camioneta.

-Dionisio... -sonó una voz suave a su espalda.

Dionisio se detuvo y lentamente se giró hacia aquella voz. Al girarse se encontró con Cristina, quien le sonreía nerviosa. Él la miró de arriba abajo y se quedó sin aliento al contemplar lo hermosa que estaba. Vestía unos vaqueros ajustados negros, botas negras a la altura de las rodillas, una blusa negra combinada con blanco... Su cabello lo tenía suelto, apenas sujetado por una pequeña horquilla del lado derecho. Nada del otro mundo, nada de vestidos, zapatillas, montones de maquillajes y joyas, nada a lo que él estaba acostumbrado a ver en la ciudad pero para él Cristina estaba realmente hermosa.

-Cristina... -murmuró.- Viniste.

Ella asintió, con una leve sonrisa y Dionisio le respondió con otra aún más brillante. Se acercó a ella lo suficiente para ofrecerle el brazo.

-¿Estás lista?

-Lista. -confirmó ella.

Dionisio la guio a la camioneta, le abrió la puerta y la ayudó a subir antes de cerrarle la puerta. Al cerrar la puerta del copiloto, Dionisio no pudo evitar soltar una risita ronca.

-Ay, Cristina, Cristina... -suspiró, mientras comenzaba a rodear la camioneta- Ya eres mía. -aseguró, antes de abrir la puerta del piloto.

Comenzaron el trayecto y Cristina se sentía nerviosa. ¿Habría hecho bien al asistir a aquella cita?, se preguntó.

*¿Preferirías quedarte sola en tu casa?* le preguntó su mente. *Además, es una simple cena entre amigos, nada más*

Suspiró para calmarse.

-¿Ocurre algo? -preguntó Dionisio, sin apartar la vista de la carretera.

-No, nada... -mintió.- ¿A dónde vamos? -preguntó.

-A casa de Ulises.

Cristina abrió los ojos perpleja.

-Pero...

-Tranquila, Ulises no está.

Cristina sabía que no podía ser eso, pero saber que Ulises no estaría la relajó un poco, cuando lo normal hubiera sido que quisiera estar rodeada de gente y no a solas con Dionisio...

Al cabo de unos minutos, llegaron a una pequeña casita en medio del campo a las afueras del pueblo. Era una pequeña casita que Cristina nunca había visto pero que le pareció encantadora.
Dionisio apagó el motor, bajó de la camioneta y fue a abrirle la puerta a Cristina, tendiéndole la mano para ayudarla a bajar.

-Muchas gracias -sonrió ella, aceptando su mano.

-Gracias a ti, por aceptar cenar conmigo esta noche -dijo él, llevándose a los labios la mano de ella, a la que le depositó un suave beso, sin dejar de mirarla a los ojos.

A Cristina se le formó un nudo en la garganta al ver como la afectaba su contacto. Después de todo, quizá había sido una mala idea ir a aquella cita...

-¿Entramos? -ofreció él.

Ella asintió.
Juntos entraron a la casa y Cristina pudo percatarse que por dentro era muy acogedora, amueblada con muy buen gusto.

-¿Te gusta? -preguntó Dionisio al ver que ella miraba tan atentamente la casa.

-Sí, es muy bonita -se giró a mirarlo con una sonrisa.

-No tanto como tú...

Cristina se sonrojó un poco y se giró, fingiendo interesarse en unos cuadros.

-¿Te ofrezco algo de beber? ¿Una copa de vino? -preguntó Dionisio.

-Por favor. -le sonrió.

Dionisio le devolvió la sonrisa y partió rumbo a la cocina. Un par de minutos después, volvía con las copas de vino.

-Toma -dijo, tendiéndole una copa a Cristina.

-Gracias. -dijo aceptándola.

-¿Un brindis? -ofreció él.

Ella enarcó una ceja.

-¿Por qué brindamos?

-Por nosotros... -levantó su copa.

Cristina sonrió.

-Está bien. -asintió y levantó su copa.- Por nosotros. -chocando su copa contra la de Dionisio.- Porque esto sea el principio de una bella amistad. -sonrió.

Dionisio negó con la cabeza y dejó su copa en la mesilla que había a un lado.

-No, Cristina. -la miró fijamente, se acercó a ella y con suavidad le quitó la copa de vino para dejarla a un lado de la suya.- Yo no quiero que seas mi amiga. Yo no quiero amistad de tu parte.

Cristina levantó la barbilla, nerviosa por la cercanía de Dionisio.

-¿Ah, no?

-No. -reafirmó, mirándola fijamente.

-¿Entonces? ¿Qué es lo que quieres de mí?

-Esto...

Acto seguido, Dionisio cruzó la distancia que los separaba y la tomó en brazos antes de besarla apasionadamente. Un beso fiero y salvaje, pero un beso tan pasional que Cristina no pudo resistirse...
Cristina se resistió unos segundos pero al poco tiempo sus defensas cayeron y le rodeó el cuello con los brazos. Dionisio por su parte profundizó el beso y aprovechó que Cristina había bajado sus defensas, para introducir su mano bajo la blusa de ella y así poder sentir el tacto de su piel.
Tan absortos estaban ambos en su fiero beso que no se percataron de que alguien había ingresado a la casa.

-Buenas noches. -se oyó una voz, dejándolos a ambos pasmados.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now