Capítulo I

7.6K 257 16
                                    



Bajo un cielo azul radiante y un casi asfixiante calor veraniego, un hombre recorría las principales calles de la plaza de aquel pueblo tan pintoresco... Vestía de una manera demasiado "formal" como para pasearse entre la multitud como un turista más, su vestimenta en la mayoría era de color negro lo que provocaba que la gente lo mirara de forma extraña, pero a él no le importaba, estaba acostumbrado a vestirse de traje y a soportar calores sofocantes más intensos que el que hacía en ese lugar, ya que debido a su empleo viajaba constantemente a varios estados de la república.
Él era socio de una empresa constructora donde hacían compraventa de propiedades, remodelaciones de edificios, etc.; Aquel era un empleo muy absorbente, que a veces le reclamaba de todo su tiempo y justamente era su empleo el que en esa ocasión lo había llevado hasta ahí. A El Soto. Guanajuato...
Él junto a su socio, estaban por comenzar un gran proyecto que no solo impulsaría la economía del pueblo sino también promovería el turismo, era por ello que él se encontraba en medio de aquel tour turístico, quería comprobar por sí mismo la situación en la que se encontraba el Soto, conocer sus principales puntos de interés, cuales eran mejores y un sin fin de detalles más, a fin de poder tener alguna base sobre la cual poder echar en marcha su proyecto.
En ese momento, la mujer que los guiaba hablaba sobre algo que él no tenía la menor idea de lo que era, suspiró, así que se cruzó de brazos y se dedicó a prestarle atención a la mujer, no le convenía nada distraerse. La gente comenzó a avanzar por la pequeña plaza en la que se encontraban y él no hizo más que seguirlos a paso lento, dejando que la multitud avanzara por delante de él, lo que le daba tiempo de poder apreciar con ojo crítico el estado de los edificios, los cuales a pesar de su antigüedad, estaban bien conservados. Miró alrededor de la plaza, observando y analizando los pequeños negocios de artesanías de la gente oriunda de aquel lugar, hasta que algo le llamó su atención.
¿Algo? No, algo no, más bien... alguien. Una mujer.
Pero no una mujer cualquiera, no. Era una mujer de tez blanca, quizá mediría 1.60 o poco más, esbelta, de exuberantes curvas, tenía el cabello largo y ondulado, tan negro como la noche... justo como a él le gustaba.
En ese momento, la mujer se encontraba de pie, de perfil, con las manos en la cadera, la cabeza en alto y la barbilla elevada de forma desafiante, su lenguaje corporal transmitía poder, seguridad y una gran confianza en sí misma. Parecía ser que ella era la dueña de todo y de todos, que ella con solo chasquear los dedos, todo el mundo haría lo que fuera por complacer sus caprichos al instante y él... Tenía que admitir que a él no le importaría nada ser alguno de aquellos en esmerarse para complacerla, siempre y cuando fuera dentro de una cama, envueltos entre las sábanas.
La mujer inhaló aire casi con fastidio y giró hacia donde estaba él, mostrándole por primera vez su rostro encantador, deslumbrándolo por completo... El hombre se quitó los lentes oscuros y la contempló en todo su esplendor, ella realmente era una mujer bella.

*Muy bella* pensó para sí, sin dejar de mirarla. *Tiene que ser para mí* -concluyó.

Decidido a presentarse ante aquella mujer y olvidándose del fatigoso tour, dejándolo para después, comenzó a avanzar de manera decidida hacia su presa.

-¿Dionisio? -lo detuvo una voz masculina, detrás suyo.

Dionisio giró y se encontró con su joven socio acompañado de una linda jovencita.

-¡Ulises! -sonrió Dionisio.

-¡Caray, Dionisio! ¿Por qué no me avisaste que vendrías a El Soto? -dándole un caluroso abrazo.

-Quería darte la sorpresa -contestó Dionisio, dándole unas palmaditas en la espalda.

-Y lo has logrado -sonrió Ulises, apartándose- Mira, te presento a Acacia Rivas -la miró- Mi... Mi...

-Una amiga -le sonrió ella a Dionisio, ofreciéndole su mano.

Dionisio soltó una carcajada ante aquello.

-Un placer conocerla, Señorita. -estrechando la mano de la joven.- Dionisio Ferrer, encantado en conocerla.

-El placer es mío. -sin dejar de sonreírle.

Dionisio giró la cabeza hacia donde momentos antes había visto a la mujer, pero ella ya no se encontraba ahí...

-¿Buscas a alguien? -preguntó Ulises.

Dionisio se giró a él y negó con la cabeza.

-No, no. Nada de eso, simplemente estaba admirando, conociendo el lugar. -mintió.

-Espero que mi pueblo sea de su agrado -dijo Acacia, sonriente.

-Lo es, es un lugar muy bello, muy pintoresco. -asintió.- Pero ¿tú eres originaria de Aquí?

-En efecto, nací aquí.

-Ella es vecina de las tierras que adquirimos para nuestro proyecto -informó Ulises.

Dionisio la miró sorprendido.

-¿Vecinos?

-Sí, mi hacienda colinda con sus tierras -sonrió Acacia.- Ulises me ha hablado sobre ese proyecto que traen en mente y quiero que sepa que me parece una excelente idea y cuentan con todo mi apoyo.

-Muchas gracias, jovencita. -dijo Dionisio.

-¿Y si vamos a que conozcas los terrenos? -sugirió Ulises a Dionisio.- ¿Nos acompañas? -preguntó a Acacia.

-Por mi encantada -dijo Acacia.

-Pues no se diga más -concluyó Dionisio.

Juntos partieron rumbo a la Benavente, tomando una desviación que llevaba a los terrenos recién adquiridos por Dionisio y Ulises. Al llegar al lugar, Dionisio quedó maravillado ante el maravilloso panorama.

-Es un lugar magnifico -exclamó.- Perfecto para nuestros planes.

-Lo sé -sonrió Ulises.

Los tres comenzaron a recorrer el lugar, inspeccionando el estado de la tierra y sus limitaciones con terrenos vecinos hasta llegar a donde una valla metálica separaba esas tierras de las de La Benavente.

-A partir de aquí, comienzan las tierras de Acacia -informó Ulises.

Dionisio miró a lo lejos, la gran extensión de terreno que se extendía ante él, donde podía visualizar gran variedad flora natural y multitud de plantaciones de cosecha.

-Te felicito, muchacha. Se ve que son unas tierras muy productivas -girándose a mirar a Acacia.

Acacia sonrió.

-Gracias, Señor. En efecto, lo son... -su sonrisa de desvaneció.- Aunque hubo un tiempo en que no lo eran en demasía.

Dionisio arqueó una ceja intrigado.

Acacia se pasó una mano por el cabello y la sonrisa volvió a su rostro.

-¿Les gustaría dar un recorrido por La Benavente para que la conozcan? -preguntó, mirando a Ulises y a Dionisio alternativamente.

-No quisiera molestar... -comenzó a decir Dionisio. Estaba fatigado y en ese momento lo último que quería era ir de excursión.

-Vamos, no será por mucho tiempo -agregó Ulises.

Dionisio suspiró.

-De acuerdo -accedió.

Volvieron a donde Ulises había dejado la camioneta y regresaron por el camino que habían recorrido poco tiempo antes. En menos de 15 minutos se encontraban ante las puertas de la Benavente, una gran e imponente hacienda que conquistó a Dionisio, las haciendas siempre habían sido de su agrado.

-Muy bonita -alagó, mirando la gran estructura que tenía ante sí.

-Muchas gracias -sonrió Acacia- Ha pertenecido a mi familia durante generaciones.

-Buenas tardes.

Dionisio giró y se encontró con un hombre joven de mirada arrogante.

-Buenas tardes -respondió Acacia con sequedad.

-Buenas tardes -imitó Ulises.

Dionisio los miró con curiosidad.

-Buenas, caballero.

-¿Se le ofrece algo, Señorita? -preguntó el joven.

-No, nada. Gracias, estamos bien -respondió ella.- ¿Dónde está mi madre?

-La señora salió en con su caballo hace un rato.

Acacia asintió.

-Puedes retirarte.

El joven asintió.

-Con permiso. -dijo antes de dar media vuelta e irse.

-¿Quién era ese joven? -preguntó Dionisio.

Acacia suspiró.

-El capataz de la hacienda y mano derecha de mi... de mi padrastro -dijo la palabra como si no le gustara- y de mi madre, pero aun así no me da buena espina.

-Entiendo...

Dionisio asintió, pero no dijo nada más a pesar de la extraña curiosidad que sentía por saber más sobre aquella muchacha.

-¿Les parece si comenzamos con el recorrido? -preguntó Acacia.

-Por supuesto -dijo Ulises.

Acacia los llevó a los cultivos y luego a los establos, donde Dionisio pudo comprobar la buena calidad de los caballos y demás ganado. Continuaron el recorrido hasta terminar de nuevo frente a la casa grande, justo cuando comenzaba a caer la noche.

-Déjame decirte que tienes un gran hacienda, bella e impresionante. -dijo Dionisio, mientras llegaban a una pequeña sala en la terraza del ala este de la hacienda.

-Muchas gracias, Señor Ferrer.

-No, no. Nada de "Señor Ferrer" -la interrumpió Dionisio.- Se escucha demasiado formal y teniendo en cuenta que seremos vecinos, llámame Dionisio.

Acacia sonrió.

-Está bien... Dionisio. ¿Les parece si vamos los tres a cenar?

-Por mi está bien -dijo Ulises y miró a Dionisio.- ¿Dónde te estás hospedando?

-En el hotel del pueblo.

-Perfecto, vamos al hotel por tus maletas y luego nos vamos a cenar.

-¿Cómo? ¿Por mis maletas?

-Claro, te llevaré a mi casa -sonrió Ulises.

-No, no. Mira Ulises...

-Nada, nada. Bien sabes que te quiero como a un padre y no dejaré que te hospedes en el hotel, cuando en la casa hay espacio de sobra para los dos.

-Buenas tardes...-dijo una voz suave a espalda.- ¿O noches, ya?

Dionisio observó cómo el rostro de Acacia se iluminaba con una radiante sonrisa y él giró hacia la recién llegada la cual sonreía ampliamente.

Al verla, Dionisio se quedó de piedra.

*¡Es ella!* se dijo internamente, sorprendido.

Ella. La mujer que había visto esa misma tarde en la plaza.

-¡Mamá! -exclamó Acacia con cariño y avanzó hacia su madre para fundirse en un fuerte abrazo.

-¡Mi amor! -exclamó la mujer.

-Me dijo "el rubio" que saliste -apartándose un poco.

-Sí, sí. Necesitaba tomar un poco de aire -le sonrió.

Acacia asintió sonriendo.

-Veo que tenemos invitados...

-Así es, mamá. A Ulises ya lo conoces -señalando al joven.

Ulises extendió la mano hacia la mujer.

-Por supuesto, hola Ulises. -saludó

Dionisio seguía sin poder dejar de ver a aquella mujer que tanto lo había impresionado con su belleza.

-Hola, señora. Un gusto volver a verla. -respondió él.

-Lo mismo digo -sonrió.

-Y él, es el Señor Dionisio Ferrer, socio y amigo de Ulises -lo señaló Acacia.- Dionisio, ella es Cristina Maldonado, mi madre. -dijo con orgullo.

Cristina tendió su mano hacia Dionisio.

-Mucho gusto, Señor Ferrer.

Dionisio tomó la pequeña mano entre las suyas y dio un paso hacia adelante, al tiempo que se inclinaba un poco y llevaba la mano de Cristina hasta sus labios hasta depositar en ella un suave beso, sin dejar de mirarla a los ojos.

-El placer es mío... -murmuró con satisfacción en la voz, haciéndola temblar.- Permítame decirle que es usted muy bella, señora.

-Muchas gracias. -sonrió, sonrojándose un poco, hacía años que no recibía halagos de alguien más que no fuera su marido.

¿Quién era ese hombre?, se preguntaba Cristina, mientras un escalofrío la recorría de pies a cabeza al sentir por primera vez su contacto, sus labios sobre su mano ¿Por qué la miraba como si ya la conociera? ¿Por qué ese brillo y ese ardor en la mirada?

-¿Qué lo trae por aquí, Señor Ferrer? -preguntó Cristina, mientras se preguntaba internamente si era correcto que él siguiera sosteniéndole la mano.

-Usted... -murmuró, lo más bajo posible para que Cristina fuera la única en escucharlo.

-¿Perdón? -preguntó Cristina, confundida.

Dionisio se volvió a erguir y con renuencia le soltó la mano a Cristina.

-Usted ya escuchó a su hija, soy socio de Ulises y vine a dar aquí por negocios -sonrió con picardía.

Cristina se obligó a devolverle la sonrisa. Aquel hombre daba la pinta de ser todo un caballero.

*Pero muy coqueto* se dijo.

-Qué bien... ¿Estarán por acá mucho tiempo? -mirándolos a ambos.

-No lo sabemos todavía -dijo Ulises.

-Espero que sí -agregó Dioni, sin dejar de mirarla de aquella forma que tan nerviosa la ponía.

-Señora... -la llamó una joven.

Cristina se giró hacia ella.

-¿Sí, Luisa?

-Dice mi abuela que la cena está lista para el momento que usted disponga.

Cristina asintió.

-Gracias.

-Con permiso -dijo la joven antes de retirarse.

Cristina se giró hacia los demás.

-¿Ya cenaron? -preguntó Cristina.

-No, mamá. De hecho estábamos hablando de ir a cenar al pueblo.

-Pues no será necesario, pueden cenar aquí. -miró a los dos hombres.- ¿Qué dicen? ¿Se quedan a cenar?

Ulises miró a Dionisio y éste asintió.

-Muchas gracias por la invitación, Señora Maldonado... -mirándola.

Cristina sonrió.

-No agradezca y no se diga más -sonrió.- Iré a pedir que pongan la mesa, en un momento regreso.

-Adelante.

Cristina dio media vuelta y desapareció por la puerta.
En ese momento un teléfono comenzó a sonar, era el de Acacia. Lo sacó con rapidez de su bolsillo y contestó.

-¿Sí, bueno?... Ah, hola Alejandra ¿Cómo estás?... ¿Qué?... Sí, sí, por supuesto, tú no te preocupes, enseguida salgo para allá. -terminó la llamada.

Ulises la miró con preocupación.

-¿Pasa algo?

-No lo sé, era Alejandra. Estaba muy rara, me pidió que saliera para su casa lo antes posible -lo miró con preocupación.- Tengo que ir a verla.

-Lo sé ¿Quieres que te acompañe? -se ofreció Ulises.

-Me encantaría, pero no puedes dejar solo al Señor Ferrer... -mirándolo.

-Por mí no se preocupen, vayan y yo me iré después al pueblo. -dijo Dionisio.

Ulises hurgó en su bolsillo y sacó unas llaves para luego tendérselas a Dionisio.

-Toma. Son las llaves de mi camioneta, para que puedas irte al pueblo, yo me iré con Acacia y después te alcanzaré.

-De acuerdo.

-Lamento mucho no poder quedarme un poco más, pero esto es urgente. -se disculpó Acacia.

-No te preocupes, muchacha. En otra ocasión será.

-¿Puede disculparme con mi madre?

-Por supuesto.

Acacia se acercó a Dionisio y le besó la mejilla a modo de despedida.

-Me dio mucho gusto conocerlo.

-Igualmente -sonrió.

-Nos vemos después -se despidió Ulises, Dionisio asintió.

Ambos jóvenes dieron media vuelta y se alejaron. A los pocos segundos, Cristina apareció de nuevo.

-Podemos pasar al comedor. -Frunció el ceño al no ver a los muchachos, Dionisio se giró hacia ella.- ¿Y los chicos?

-Tuvieron que salir de prisa -informó Dionisio. Cristina frunció el ceño.- Acacia recibió una llamada de una muchacha... mmm... -tratando de recordar el nombre.- ¿Alexandra?

-Oh... Alejandra. -suspiró.

-Exacto, me pidió su hija que la disculpara por irse así de pronto y sin avisarle.

Cristina suspiró.

-No importa, eso sí, espero no sea nada malo.

Dionisio no supo que decir y un incómodo silencio se instaló entre ambos. Cristina podía sentir como la embargaban los nervios al verse a solas con aquel hombre que prácticamente era un desconocido para ella.
A Dionisio por su parte, no le incomodaba aquel silencio, al contrario, lo encontraba perfecto para poder admirarla a su placer y completo deleite. Y al observarla fijamente, por segunda ocasión en aquel día, pudo constatar lo bella Cristina.
Ese mismo día al verla en la plaza, lo había embelesado con su belleza y ahora teniéndola más cerca, pudo comprobar que no había estado equivocado al respecto, inclusive podría asegurar que Cristina era más bella de lo que le había parecido al principio. Y él era un coleccionista de hermosos tesoros, ¿Cristina podría ser un nuevo tesoro por el cual él estaría dispuesto a hacer todo lo posible para hacerla suya? Cristina estaba frente suyo, pero no lo miraba, le rehuía la mirada fingiendo mirar hacia la gran extensión de terreno de cultivo que tenía a su derecha, su expresión reflejaba serenidad e inclusive indiferencia pero él sabía que su presencia la ponía nerviosa, la forma en como ella retorcía sus dedos la delataba... Él sonrió con satisfacción, después de todo, ella no le era indiferente. Con lentitud, desvió su mirada del rostro de Cristina y fue deslizándola hacia abajo, dándose un banquete visual con las curvas de aquel cuerpo tan tentador para él... De Cristina irradiaba una sensualidad innata, una sensualidad sobre la cual Dionisio se preguntó si Cristina era consciente de ella.
Lanzó un suave e inaudible suspiro y siguió observando aquel espectacular cuerpo de tobillos suaves y frágiles, de piernas muy bien torneadas, cadera estrecha y cintura muy bien definida...

*Tiene que ser mía* decidió, posando la mirada de nuevo en el hermoso rostro de ella.

Sabía que esa podría ser una decisión demasiado apresurada, pero no le importaba. De hecho, había tomado la decisión al verla en la plaza. Él era un hombre que sabía lo que quería en cuanto lo tenía en frente y Cristina le había interesado desde el primer momento en que sus ojos se posaron en ella.
Sí, ella tenía una hija y recordaba que Acacia había mencionado un padrastro, pero a él no le importaba que Cristina estuviera casada o no, eso no tenía que interferir en sus planes ¿O sí? Él no quería cursilerías baratas de esas que tanto les gustaban a las mujeres, no. Lo que él quería era tenerla desnuda y a su merced en su cama, complacerla, satisfacerla y gozar hasta que ambos quedaran rendidos y jadeantes de pasión. Sí, eso era lo único que le interesaba de Cristina Maldonado. Quería su pasión, su ardor... Quería saber cómo era ella en la intimidad, una linda y complaciente gatita o una exigente tigresa salvaje. Ningún compromiso a largo plazo, solo un instante de placer. Después, cuando finalmente consiguiera satisfacer su deseo por ella, se desharía de ella como si nada hubiera pasado... Como siempre hacía. Él era un hombre libre y lo seguiría siendo siempre, jamás ninguna mujer podría lograr lo contrario.

Una vez definidos sus planes, se percataba de un pequeño inconveniente ¿Cristina lo rechazaría? ¿Amaría tanto a su marido como para serle siempre fiel? ¿O caería rendida en sus brazos? ¿Lograría que aquella mujer se convirtiera en su amante?

La miró de arriba abajo y se dio cuenta de que posiblemente le sería difícil, pero no le importaba. A él, a Dionisio Ferrer le encantaban los retos y por los Dioses que iba a ganar este. Haría que Cristina fuera suya a como dé lugar.

-Señora Maldonado... -la llamó.

Cristina tembló sobresaltada al escuchar aquella potente voz y giró a verlo, sonriéndole nerviosa.

-¿Sí?

Dionisio dio unos pasos hacia ella, hasta quedar frente a frente, casi tocándose.

-Creo que lo mejor es que me vaya... -murmuró con voz ronca.

Cristina lo miró, nerviosa. No sabía porque aquel hombre la afectaba tanto. Quería que se fuera para poder estar tranquila lejos de su imponente presencia, pero tampoco podía ser descortés. Lo había invitado a cenar y no quería parecer mal educada.

-¿No se quedará a cenar? -preguntó sonriendo levemente.

*Que diga que no, que diga que no...* imploró por dentro.

Dionisio le sonrió seductoramente, haciéndola temblar de pies a cabeza.

-Le agradezco su ofrecimiento, pero creo será mejor hacerlo en otra ocasión, en este momento, sus empleados podrían pensar mal de vernos juntos... -su mirada reflejaba diversión y ladeó la cabeza, señalando hacia un costado.

Cristina giró la cabeza para ver hacia donde señalaba él y pudo ver a la distancia a El Rubio apoyado sobre la pared de uno de los establos, observándolos atentamente. Dionisio tenía razón, sus empleados podrían pensar mal de ella... Se giró nuevamente hacia Dionisio e inhaló profundamente mientras daba un paso atrás para separarse de él.

-En otra ocasión será -dijo y estiró su mano derecha.- Un placer haberlo conocido, Señor Ferrer.

Dionisio aceptó su mano y dio un paso hacia adelante.

-El placer es mío -dijo, haciendo una leve reverencia, hasta llevarse la mano de ella a los labios para depositar un suave beso.- Y por favor, no me llame Señor Ferrer. -incorporándose, sin dejar de mirarla a los ojos. Cristina se sentía casi hipnotizada con su mirada...- Estoy seguro de que ahora en adelante nos veremos muy seguido... -¿Eso era una promesa? se preguntó Cristina.- Así que mejor hablémonos de tú. Para ti, soy Dionisio. -cubriendo la mano de ella con ambas manos.- ¿Te parece?

Perdida en su mirada, Cristina sonrió, olvidándose momentáneamente de sus nervios.

-Sólo si tú... -tuteándolo por primera vez.- Me llamas Cristina.

Dionisio le devolvió la sonrisa.

-Será un placer...

Cristina no supo porque aquellas tres palabras le parecían que iban cargadas con una excesiva connotación sexual.

-¿Puedo verte mañana? -preguntó él. Cristina enarcó una ceja.- Me gustaría invitarte a cenar...

La sonrisa de Cristina perdió su intensidad y se aclaró la garganta mientras hacía ademán de apartar la mano, lo cual Dionisio no permitió.

-Yo...

-Por favor. -la miró con aquella fiera sonrisa.

-Señor Ferrer, yo...

-Dionisio -la interrumpió.

-Está bien. Dionisio -aclaró.- No puedo aceptar tu invitación a cenar.

Dionisio arqueó una ceja, con interés.

-¿Y por qué no?

-Porque soy una mujer casada -concluyó ella, levantando la barbilla de forma desafiante, esperando el momento de ver la desilusión en los ojos de Dionisio. Cosa que no ocurrió. Al contrario, parecía que en sus ojos se había instalado un brillo de ¿Diversión?

-Eres una mujer casada, pero yo no -sonrió seductor, llevando la mano de ella hasta sus labios para besarla suave y lentamente.- Solo te estoy ofreciendo una simple cena -prometió. "Por el momento", agregó internamente.- Piénsalo... -soltó su mano y dio un paso atrás sin dejar de mirarlo.- Si decides aceptar mi invitación, te estaré esperando mañana, a las 7 en punto ante las puertas principales de tu hacienda. -Cristina lo miraba pero no dijo nada.- Hasta luego. -se despidió él antes de dar media vuelta.

Cristina observó a aquel hombre alejarse y se sorprendió mucho al tener que reprimir las enormes ganas de llamarlo, de pedirle nuevamente que se quedara a cenar con ella, de decirle que aceptaba encantada su invitación para el día siguiente.

*¿Acaso estás loca?* se regañó a si misma *¿Cómo puedes pensar siquiera eso? ¡Eres una mujer casada! ¡Amas a tu marido! ¡Le debes respeto! Así que no puedes salir a cenar con un desconocido.*

Y era verdad. No podía salir con el primer hombre que se le cruzara en su camino mientras su marido estaba de viaje.

-¡Señora! -la llamó Luisa.

Cristina se giró.

-¿Sí?

-Tiene una llamada del patrón.

-Está bien, gracias.

Cristina entró a la casa y tomó el teléfono de la sala.

-¿Bueno?

-Cristina, mi amor...

*Esteban...* al escuchar la voz de su marido, la sonrisa volvió a su rostro y Dionisio quedó momentáneamente en el olvido.

La Mujer Que Yo RobéWhere stories live. Discover now