—¿Envenenaste las palomitas? —preguntó incorporándose en la cama, cerró el libro, se sacó los auriculares y lo miró a los ojos.

—No, el refresco —rio Adler y colocó todo en la mesa de noche al lado de la cama. Ella enarcó las cejas.

—¿Qué sucede? ¿Qué deseas? Si pretendes ser amable para que te presente a mis amigas una vez que vayas allá, olvídalo, tendrás que conseguir tus propias chicas, no podría desearle algo tan malo ni a mi peor enemiga —respondió y él negó con la cabeza.

—Estamos solos, todos salieron. ¿Por qué no hacemos algo divertido? —dijo acercándose con lentitud, Frieda rio y negó con la cabeza.

—Ni aunque fueras el último hombre del planeta, Adler, olvídalo —respondió ella fingiendo que le daba nauseas—. Mira, de solo pensarlo me pongo enferma.

—Qué pena, princesa, pero no tienes opciones, le he echado llave a todas las puertas y si gritas nadie te escuchará —añadió con seriedad, Frieda frunció el ceño y achinó los ojos.

—Sí recuerdas que soy cinturón negro, ¿no? —cuestionó irónica, Adler sonrió al recordar las golpizas que le daba de niño.

—¿Y sigues en forma? —inquirió con diversión.

—¿Quieres probar? —respondió ella con gesto amenazador.

—Oh... sí —susurró él y ambos rieron—. Hagamos un trato, juguemos a la lucha, como cuando éramos pequeños. Si yo gano, me dejas hacerte mía —sonrió enarcando las cejas de manera sugestiva, a Frieda ese gesto le dio risa.

—Suenas como el patético chico malo y posesivo de un intento de novela erótica —añadió poniendo los ojos en blanco—. ¿Y si yo gano? —preguntó ella, Adler se encogió de hombros y fingió pensar unos minutos, entonces hizo un gesto exagerado como si se le hubiese ocurrido la mejor idea del mundo.

—Podrás hacer de mí lo que desees —exclamó el chico señalándose a sí mismo—. Seré tuyo —añadió poniendo la mano en el pecho y haciendo una reverencia exagerada.

—¡Puaj! Antes me tomo tu refresco envenenado —dijo Frieda tomó el vaso en sus manos para beberse el contenido casi sin respirar, luego se atajó la garganta como si le faltara el aire y fingió caer muerta sobre la cama, Adler rio, en ocasiones ella podía ser muy divertida.

—Bien, hablando en serio, solo quiero una tregua. Digo, viviremos juntos, ¿no? Corrección —dijo poniendo una mano en su pecho—. Tendrás el honor de vivir conmigo, y bueno, tenemos que practicar a llevarnos bien, ¿no lo crees?

—Si ganas la lucha, hacemos la tregua —dijo Frieda poniéndose de pie sobre el colchón. Entonces llamó a Adler con las manos para que se animara a pelear con ella. Este la miró pensativo.

—¿Y si pierdo? —cuestionó.

—Obvio que perderás, iluso. Y cuando eso suceda, tendrás el placer de ser mi esclavo por una semana, me atarás los cordones, levantarás lo que se me cae y me servirás la comida. Además harás las tareas domésticas que me toquen hacer —añadió.

—¡Otra vez con eso! —bufó poniendo los brazos en jarra—. Siempre la misma prenda, nada original lo tuyo, princesa Fri.

—Hace como cinco años que no luchamos, la última vez que fuiste mi esclavo no lo hiciste bien y mamá me regañó por haber barrido mal la sala. Espero hayas mejorado —dijo mientras lo seguía llamando y se movía amenazadora pasando su peso de un pie al otro. Él sonrió.

—Puedo ser tu esclavo sexual, si lo deseas —añadió y entonces ella se quedó quieta.

—Lo peor de todo esto es que aunque cuando eras niño no tenías mucho cerebro, ahora que has crecido, la única neurona que te funciona solo piensa en sexo —bufó—. Admite que no te animas a enfrentarte a mí —dijo sentándose de nuevo en la cama.

Ni príncipe ni princesa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora