Ilusión

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Ilusión

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Cuando arrivó en el lugar, sintió como sus ropajes se mojaban al chocar contra un suelo húmedo, y también caía agua sin cesar encima suya.

Estaba lloviendo, y con bastante fuerza.

Corrió a refugiarse inmediatamente en el primer edificio que encontró. Su alrededor era oscuro, quizá por las negras nubes que cubrían el cielo y desataban su furia.

Añadido a eso, la calle —si es que se le podía llamar así a ese camino con asfalto desgastado— estaba desierta, aunque dudaba que alguien viviera por los alrededores. La única edificación que estaba de una pieza e iluminada era en la que se resguardaba. Las demás —que tampoco eran demasiadas— estaban derruidas y abandonadas.

Estaba mojado, tenía hambre y encima frío. Perfecto.

Miró la puerta del lugar, que se alzaba imponente hacia él. No quedaba más remedio, debía pedir ayuda.

Por si acaso, hizo uso del caramelo que el científico le había otorgado. Estaba bueno, y menguaba un poco su apetito, por tanto era un beneficio.

Respiró profundamente y sacó su pequeña manita, la cual estaba oculta debajo de la capa que había obtenido, y tocó la puerta.

Al cabo de unos minutos, escuchó el quejido de las cerraduras abrirse, como si estuviera en una película de terror. Tembló ligeramente, con miedo a lo que pudiera salir del interior y arrepintiéndose de haber llamado.

Se encontró con el rostro de un hombre mayor, le multiplicaba la edad por mucho. Parecía fuerte, de pelo negro y ojos oscuros.

Sonrió, pero Tsuna no lo identificó como una agradable expresión. Retrocedió un paso, desconfiado, con su intuición gritándole que se fuera de allí lo más pronto posible, pero el mayor no le dio tiempo para nada.

Quedó inconsciente debido a un golpe en la nuca, tras haber opuesto resistencia al ser capturado.

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—Sí, tenemos otro crío —escuchó difícilmente una voz, que calló un momento para escuchar una respuesta, posiblemente telefónica—. Sí —afirmó—. Es pequeño, y no parece estar enfermo. Tendrá cinco años, seis a lo mucho.

Dejó de prestar atención y sentó en el suelo, mirando desorientado a su alrededor. Estaba en un lugar más iluminado que la calle, de paredes grisáceas y suelo de mármol. Había una puerta metálica, muebles de madera, la mayoría rotos, y colchones bastante desgastados en el suelo. Ventanas eran tapadas con tablones de madera mal dispuestos, y dejaban filtrar la luz eléctrica —proveniente de dos sucias lámparas— al exterior.

Sin embargo, lo que más le sorprendió fue verse rodeado de niños. De distintas edades, diferentes rasgos pero todos mirándole con la misma expresión de curiosidad en un imperfecto círculo alrededor de él.

Ninguno era mayor que él por mucho más de dos o tres años, y aun así, tenían múltiples heridas en sus pequeños cuerpos, y sus vestimentas estaban sucias, quemadas y rasguñadas.

—¿Este es el niño nuevo? —cuestionó uno de gafas y pelo oscuro, que parecía ser uno de los mayores.

—Sí, pero no parece que haya sido abandonado —respondió otro, un rubio que parecía ser también mayor—. Solo es mirar su ropa, no parece de un huérfano o algo por el estilo.

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