Reencuentros

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Reencuentros

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Había sido llevado fuera por Lal, quien a pesar de haber expresado su deseo de ayudar a Colonello y Reborn, cedió ante los argumentos de estos. Por supuesto, amenazó al rubio con un «más te vale que les des una buena lección, novato» junto a una mirada que prometía venganza hacia sus captores.

En el jardín de la mansión, la arcobaleno intentaba entretenerle. De hecho, Tsuna trataba de minimizar su trabajo y distraerse contándole sus experiencias, haciéndole entender por qué no había crecido desde que se conocieron. Sin embargo, le era complicado debido a los gritos y súplicas que sonarían en medio mundo, y que provenían del interior del lujoso edificio.

—¿Estarán bien? —se preocupó por quinta vez el pequeño, mirando de nuevo el caserón.

—No son ellos los que están sufriendo, Tsuna-kun —respondió con tranquilidad.

—Lo sé, pero sea quien sea, está sufriendo mucho… —se apenó—. ¿Puedes pedirles que paren?

—Te secuestraron, ¿recuerdas? —el castaño no podía negar tal afirmación—. Podrían haberte hecho mucho daño.

A la opinión de la militar, se lo merecían. Intentar hacerle algo a un niño tan dulce como el que tenía en frente debería ser castigado por ley. Pero como no lo era, ellos se tomaban la justicia por su mano.

Lo que daría por enseñarles que podía hacerles el as de las fuerzas militares. Comparado con ella, Colonello era un principiante.

Si se contenía, era porque entendía que el pequeño no necesitaba ver eso y alguien debìa quedarse con él.

—Lal-nee… me dan pena… —su rostro se tornó triste, reforzando sus palabras—. Estoy bien, no me han llegado a hacer nada, ¿podemos decirles que es suficiente?

La pequeña sonrisa que trataba de ofrecerle a modo de convicción sorprendía a la arcobaleno. ¿Qué clase de niño se preocupaba por alguien que intentó herirle?

—Tienes muy buen corazón, Tsuna-kun —suspiró—. Está bien, pero promete que te quedarás aquí en lo que yo hablo con esos dos.

Alegre, el pequeño asintió y se quedó en su sitio, sentado en césped mientras veía a Lal regresar a la mansión.

Borró su sonrisa cuando la vio desaparecer.

No le había comentado nada a nadie, no quería preocuparlos innecesariamente, pero estaba preocupado. ¿Le estarían buscando sus padres?

Después de la disputa con su padre, lo dudaba por él. Sin embargo, su madre sí podía llegar a hacerlo, de hecho la recordaba amable hasta hacia más o menos medio año. No supo por qué, pero dejó de prestarle atención.

Su padre no solía pasar mucho en casa, y cuando lo hacía, parecía decepcionarse de verle. Era torpe, con malas calificaciones y no servía ni para bajar las escaleras sin caerse. Por tanto, sabía que su opinión respecto a él no era la mejor.

Su madre pasaba más tiempo con él, y cuando dejó de hacerlo pensó que sería por la misma causa, por su torpeza. Por eso intentaba hacer todo más fácil para ella, pero no parecía funcionar.

Añoraba cuando le arropaba por las noches, o cuando le sonreía. ¿Por qué? ¿Por qué todo eso cambió de un día para el otro? ¿Qué había  hecho mal?

Las lágrimas salieron sin que se percatase, y sollozó silenciosamente un rato, hasta que vio la pequeña figura de Lal regresando, acompañada por los otros dos arcobalenos.

Se secó las lágrimas como pudo, con los bordes de la capa que le habían regalado. No quería que le vieran así, se preocuparían y no deseaba que le tuvieran lástima.

—Eres un buen niño, no te has movido como te dije —alabó la militar, sonriéndole.

—Lal nos dijo que estabas preocupado, asi que… —el rubio se detuvo al fijarse bien en el rostro del chiquillo.

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras? —cuestionó Reborn, con cierta preocupación palpable en sus preguntas.

—¿Eh? No estoy llorando… —intentó sonreír, pero fue en balde. Los arcobalenos le dedicaban una mirada interrogante y preocupada.

—Se nota en tus ojos, Tsuna-kun —apuntó la militar—. Los tienes rojos.

—Y-yo… lo siento… —agachó la cabeza, afligido—. No quería preocuparos…

Los tres se miraron comprensivos, y ninguno pudo evitar sonreírle al pequeño castaño para tranquilizarle.

—Está bien, no te preocupes por eso —habló el rubio—. Puedes contarnos lo que sea.

El niño miró con cierta sorpresa como los otros dos asentían en forma de confirmación a las palabras del arcobaleno de la lluvia.

—¡Gracias! —abrazó con sus pequeñas extremidades al trío, los cuales se sentían algo apretujados pero no se atrevieron a quitarle la alegría al chiquillo.

Solo cuando este sintió sus brazos cansados deshizo el agarre, y sonrió cálidamente a sus amigos.

—¿Y bien? —cuestionó Reborn, impaciente por saber qué o quién hacía llorar al adorable castaño.

Tsuna contó acerca de lo sucedido la noche del día anterior, sorprendiéndose de que no hubieran pasado ni veinticuatro horas. Para el niño, el recuerdo se le hacía lejano, sustituido por los que iba creando a cada momento. También habló sobre lo que le preocupaba, y se entristecía al ver los pequeños puños apretados que trataban de disimular cada uno a su manera.

Cuando terminó de relatar, observó que los tres tenían la misma expresión de momentos atrás, cuando vieron a sus captores con él.

—No te preocupes por eso, no lo merece —habló con desprecio la única fémina, con una mano levemente temblorosa en su rifle.

—Lal tiene razón, kora —apoyó Colonello, no muy diferente a su compañera.

—Los enamorados tienen razón, no estés triste por eso —terció el sol, con los brazos cruzados.

—¡Reborn! —ambos aludidos exclamaron al unísono, con sus rostros sonrojados.

Tsuna rió ante la cara de los dos militares, y los arcobalenos no pudieron evitar sentirse más aliviados al escuchar la alegre risa del pequeño. Definitivamente, era mucho mejor que verle apenado, y darían lo que fuese si pudieran verle siempre feliz.

—¡Es verdad! —exclamó el castaño, recordando algo. Sacó el sombrero de su cabecita y se lo extendió al hitman, quien lo miró sorprendido—. Prometí que te lo devolvería cuando nos volvieramos a ver, Reborn-nii. Lo he estado cuidando.

Colonello y Lal no pudieron evitar soltar una leve risa al ver el rostro del sol. No todos los días podían verle asombrado, y lamentaron no tener una cámara para capturar el momento.

—Puedes quedártelo, no me importa —esbozó una leve sonrisa cuando apreció la expresión de felicidad que el castaño adquirió ante sus palabras.

—¿De verdad? —el hitman asintió—. ¡Muchas gracias, Reborn-nii! —le abrazó eufórico, y quizá en otra ocasión el arcobaleno se hubiera quejado, pero esa vez no lo hizo.

No quería quitarle aquella sonrisa a Tsuna.

—Cada día me sorprendes más, Reborn —burló el rubio—. No sabía que eras tan bueno, kora.

—Tú deja que me suelte y te enteras —le miró con molestia, y muchos se hubieran atemorizado ante aquella mirada.

—Idiota —Lal le ahorró un poco el trabajo dando un golpe a su alumno en la cabeza.

—Muy femenina estabas siendo, kora —murmuró por lo bajo Colonello, y esta vez fue golpeado con más fuerza—. ¡Eso duele, kora!

—Tú no sabes lo que es el dolor de verdad —el de orbes azules no se atrevió a contrariar a su entrenadora, menos con aquella sonrisa que parecían compartir todos los espartanos.

—Colonello-nii tiene miedo de Lal-nee —canturreó el pequeño castaño, soltando al arcobaleno y poniéndose el sombrero que le había sido oficialmente regalado.

—¡E-eso no es verdad, kora! —negó, pero su titubeo no pasó desapercibido ni para el niño.

—Reborn-nii, ¿por qué miente Colonello-nii? ¿Es malo tener miedo? —cuestionó curioso. El hitman y la militar no pudieron evitar reírse ante las palabras del pequeño—. Aunque yo no tengo miedo de Lal-nee… —murmuró para sí.

—¡No le tengo miedo, kora! —reiteró.

—No es malo, simplemente es un golpe a su orgullo —contestó divertido Reborn.

—¡No es cierto, kora! —negó de nuevo.

—¿Orgullo? —repitió, ladeando la cabeza ligeramente, intrigado.

—Es algo que el idiota tiene en exceso —respondió Lal esta vez—. No aprendas de él.

Tsuna asintió con vehemencia, estando de acuerdo con ella. Colonello solo pudo suspirar resignado, y entonces su mascota apareció para demostrarle algo de apoyo, posándose encima de él.

—¡Colonello-nii! ¡Tienes un pájaro muy grande encima! —señaló el castaño preocupado, dando unos pasos hacia atrás y sorprendiendo levemente al rubio. Estaba acostumbrado a que el ave se pusiera ahí, y por tanto no hacía diferencia, pero lo sintió al ver la reacción del niño.

—No te preocupes, es un amigo, kora —sonrió—. ¿Verdad, Falcon?

Este emitió un graznido en respuesta afirmativa, y el castaño se sintió un poco más valiente al ver que el pájaro no hacía nada que pudiera herirle, acercándose a él.

—¿P-puedo tocarlo? —miró dubitativo al arcobaleno de la lluvia, quien asintió. Entonces acarició la cabeza del ave, y no parecía molestarse porque lo hiciera.

Pronto pareció que el animal había decidido cambiar de dueño, pues en cuestión de minutos ya no quería separarse de la cabeza del pequeño, quien estaba más que encantado.

—Parece que te han sustituido —rió Lal, mirando al soldado, quien estaba lejos de parecer molesto pese a sus muecas.

De hecho, era difícil estarlo viendo la carita alegre de Tsuna.

—No soy el único, kora —Colonello miró a Reborn, quien observaba con sorpresa como Leon, su camaleón, se transfomaba en diversos objetos infantiles con el propósito de divertir al pequeñín.

De hecho, parecía una competencia entre los animales por ver quien entretenía más al castaño.

—No sé qué tiene, pero encanta incluso a los animales —comentó el hitman, y los otros dos no pudieron estar más de acuerdo.

Incluso un león caería ante los encantos del pequeño, y este no parecía darse cuenta de lo adorable que podía llegar a ser.

—¡Esto es muy divertido! —camaleón y ave parecieron darse una tregua, y ambos hacían volar a Tsuna por los aires—. ¡Mirad! ¡Estoy volando!

Leon se había covertido en una especie de bolsa en la que contenía al infante, y eran sostenidos por Falcon, que daba vueltas con ellos en el aire.

Incapaces de negarle algo al niño, no objetaron nada. Parecía contento, y con eso les servía.

—¡Tsuna-kun! —dos voces al unísono exclamaron el nombre del pequeño, y los tres arcobalenos se dieron la vuelta, para descubrir a el rayo y la tormenta, quienes parecieron aliviarse al verlo sano y salvo.

—¡Fon-nii! ¡Verde-nii! —exclamó alegre el castaño desde su posición—. ¡Hola! —agitó su manita, con una gran sonrisa en su rostro, mientras descendía lentamente.

—¿Qué clase de cuidadores sois vosotros? —reclamó Lal—. ¡A bonitas horas llegáis!

—Es verdad, kora —apoyó Colonello.

—Callaos —cortó el científico molesto.

—Mejor decidnos dónde están esos tipos para enseñarles una lección —añadió Fon, y los demás bebés no se lo hubieran creído si no lo hubieran visto en persona.

Fon, el pacífico y calmado Fon, crujiendo sus manos con sus orbes denotando molestia.

—No te preocupes, ya les hemos dado una buena clase —sonrió Reborn.

—Si no hubiera sido por Tsuna-kun, hubieran aprendido mejor —comentó Lal—. Es demasiado inocente.

—Suponía que algo así pasaría —sonrió con leve resignación el rayo, seguido por la tormenta.

—Nunca pensé verte de esa manera, Fon —comentó Reborn, pero antes de que el aludido pudiera responder, se vio atrapado junto a Verde por los brazos del pequeño.

—¡Os he extrañado mucho! —exclamó Tsuna, y ni siquiera el arcobaleno científico se atrevió a rechistar por el abrazo.

Debían admitir que le habían echado de menos, y no pudieron respirar tranquilos hasta que le vieron con su carita sonriente.

—Lo sentimos, Tsuna-kun, no debimos descuidarnos —se disculpó Fon por los dos.

El castaño se separó de ambos y negó con la cabeza, sonriéndoles con calidez.

—Yo sabía que vendríais a por mí —afirmó, con tal convicción que nadie se hubiera atrevido a decir lo contrario—. Confiaba en eso, y habéis venido.

Sus palabras llenas de sinceridad conmocionarían incluso a la persona más insensible del mundo, y los arcobalenos se le echaron encima, siendo Reborn empujado por los dos militares. Sin embargo, no se aquejó al ser recibido por los brazos del infante.

Leon y Falcon se posicionaron en el pequeño, el primero encima de su hombro y el otro en su cabellera castaña.

Tsuna sonrió con gran felicidad y lágrimas de alegría salían de sus orbes achocolatados, los cuales cerró para sentir mejor el calor que sentía al abrazar a sus amigos.

No le gustaban las despedidas, pero se dio cuenta de que sin ellas, no habría reencuentros en los que se sentía querido, muy querido, y no pudo evitar dar gracias por ello.

Quería sentirse así para el resto de su vida.

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