Capítulo 23: El peligro de la perfección

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Setenta y cinco horas de vigilia

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Setenta y cinco horas de vigilia.

Monter dio un paso hacia atrás. El tobillo le temblaba, y tan solo media zancada más fue suficiente para que su espalda se quedara pegada sobre la pared. Descabezado estaba a su lado, y el ruido de su motor, parecido al zumbido de algún insecto, casi quedó ensordecido por los disparos.

—¿A qué estás esperando? —Nedi señaló el arma con la mirada.

Reiseden se agachó para recogerla, sin ninguna prisa, pero no quitó la vista de su hermano mientras lo hacía. Solo bastaba con dedicarle esa expresión para saber que, aún sin haber recuperado el revólver, le estaba apuntando con él. Tenía bien claro cuál era su objetivo y porqué lo fijó. Si destrozó el mundo, poco le importaba destruir una vida más. Sin embargo, esa vida era diferente porque podría haber sido la suya. Por esa razón, tampoco se atrevía a agarrar la culata de la pistola. Y cuando lo hizo, se sintió cohibido. Torció la cara. Echó de menos su máscara. El plástico negro le servía para ocultar toda debilidad que se reflejara en su semblante. Lo que le hizo débil entonces fue la duda. No sabía si hacerlo o no. Quería, pero algo le frenaba. Necesitaba su enfermiza identidad, por ese motivo recogió la máscara y volvió a ponérsela. Ver a través de ella le ayudó a hacer que el mínimo sentimiento de empatía que guardaba se desvaneciera. Ese casco le servía para camuflar cada ápice que le hacía parecido a su hermano.

—¿Sabes... cuántas noches he pasado en vela preguntándome si por algún rincón del planeta yo formaba parte de una familia? Una vez soñé que tenía un hermano. Después, esa cuestión resonaba por mi cabeza una y otra vez... —confesó Nedi—. Me preguntaba si nos pareceríamos.

Reiseden se imaginó que disparaba el arma. Visualizó en su cabeza el rostro de Monter, hecho un amasijo de carne suelta, sangre y sesos desparramados por el hierro. Necesitaba dejar de oír lo que él decía. Necesitaba dejar de ver su cara. Necesitaba matar la similitud que compartían.

—Ahora la realidad es diferente. Tú y yo somos diferentes. Debería haberme alegrado al enterarme de que tenía un hermano, y también unos padres —continuó Monter.

No bajó el revólver. Pero seguía sin dispararle.

—Nuestros padres podrán opinar lo que quieran... —agregó el chico, observando el cañón de la pistola—. Pero si yo tuviera esa arma entre mis manos, sé que no te dispararía con ella. Eso me hace ser mucho más humano que tú. Así deberían ser los líderes de nuestro mundo. Aquellos que se quedan quietos esperando que todos los problemas les ahoguen, los que van de frente y no se esconden tras las mentiras para salir impunes. También sé que no soy nadie, y haber hecho el intento de salvar mi mundo no me ha convertido en ningún héroe. Mi genética ha estado siempre programada para ser un don nadie, ¿no? Pero ahora mismo sí soy alguien. Soy tu hermano, y podría haber sido tú si me hubieran escogido.

Nedi se acercó a él. Un paso, otro paso. Volvió a recorrer la distancia que retrocedió antes con los dedos temblorosos. Apretó las manos cuando sintió el orificio de salida del revólver sobre su frente, rozándole la piel, grabando en su carne la primera toma de contacto que tendría una bala sobre su cabeza.

Insomnio: Primeros Confederados | SC #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora