CAPÍTULO 32

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Estábamos acostados en el cofre del carro observando el cielo, hundidos en pensamientos y miradas.

— He estado pensando en nuestro futuro.

— ¿Ah si?

Lo miré sorprendida.

— Si, firmaré los papeles del divorcio, luego nos iremos a San Francisco y después viviremos juntos...

Me miró, esperando a que dijera algo, pero yo no estaba segura de qué sugerir, no sé si él esté listo para el matrimonio.
Un momento ¿matrimonio? Me refiero a que; si lo amo y mucho, pero ¿él querrá casarse? Porque ahora que lo pienso sería fantástico, tendríamos unos bonitos niños, una casa grande, sería un excelente padre, tendríamos una vida hermosa juntos.

— ¿Samantha?

— Cásate conmigo...

Se me salió de repente, no lo pensé, escupí las palabras, su mirada era indescriptible, sus ojos brillaban y poco a poco una sonrisa se fue formando en su rostro. Respire aliviada con su reacción.
Tomó mi cara y me besó con fuerza.

— ¿Debo decir acepto?

Ambos reímos y los besos continuaron, se bajó del cofre y me ayudó a bajar, nos subimos al carro y fuimos hacia mi casa. Todo el camino hubo silencio, pero un silencio romántico.

— Si estuviera divorciado, te llevaría a casarnos en este momento.

— Eso casi, casi, fue romántico.

Entre diversión, besos, halagos y palabras sensuales llegamos a mi departamento y subimos corriendo por la fuerte lluvia que había empezado ya hace más de 10 minutos. Subimos al elevador y en cuanto las puertas se cerraron me recargo en la pared y me dio fugases besos por todo el cuerpo, el frío por la ropa mojada empezaba a desvanecerse poco a poco, el calor en mis mejillas me advertían el color de mi cara.
Comenzó a subir mi blusa y me empecé a preocupar ya que solo faltaban dos pisos para llegar.

— ¿Y si alguien nos ve?

— Es de madrugada, nadie nos verá.

Sacó mi blusa por completo y comenzó a besar todo mi abdomen, pasó su lengua por el rastro que el agua había dejado y subió de nuevo hacia mis senos, sus dedos comenzaron a jugar con los broches, pero antes de soltarlo el elevador llegó a nuestro piso y yo rezaba para que no hubiera nadie ahí.
Se abrieron las puertas y el pasillo estaba vacío, sus dedos desataron mi sujetador y caminamos de espaldas hacia la puerta, el besaba mis senos poco a poco, los mordía y jugaba con mis sentidos.
Intentaba sacar las llaves del bolso pero él no detenía sus besos, era como un reto.

— Me encantas.

Las llaves al fin entraron a la cerradura y pudimos continuar dentro del departamento.
Caminamos a oscuras hasta topar con el sillón, el cual nos tumbó y terminamos en el suelo, aún que eso no nos detuvo ya que lo hicimos ahí, luego en el sillón y por el resto de la casa.
Nuestros movimientos eran torpes por la oscuridad total, solo podía distinguir sus rasgos por la luz de la luna que entraba por la ventana de la sala. Las risas y los gemidos eran tan fuertes que sólo estaba esperando a que el vecino viniera a tocar.
Fue una larga noche, llena de pasión y besos candentes, tal vez la mejor noche que he tenido en toda mi vida.

— Ansío estar casado contigo.

Fueron las palabras que escuche antes de quedarme dormida.

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