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     Él le empuja hacia atrás pero Daniel que es más rápido y seguramente más listo, se recupera enseguida y le golpea en la cara. Es un puñetazo limpio, tan limpio que el otro chico se ha quedado patidifuso y no se ha movido ni un centímetro.

-¡Como se te ocurra ponerle un solo dedo encima te juro que te mato! – oigo el grito amenazante de Daniel.

El chico se ríe como si el golpe anterior no hubiera pasado y empuja a Daniel hacia atrás crujiéndose el cuello.

-¿Tú, matarme a mí? Vamos Danny, creía que eso ya lo habíamos comprobado – se acerca a él de nuevo tanto como puede sin llegar a tocarlo y le mira a los ojos. – no puedes conmigo... Y nunca lo harás.

¡Vaya! Esa voz me ha asustado incluso a mí, que no soy la receptora del mensaje. Veo a Daniel apretar tanto la mandíbula que da la sensación de que en cualquier momento se le desencajará. Decido hacer algo para calmar los nervios pues no quiero una pelea en medio del pasillo, ni tener que volver a la enfermería porque... seamos sinceros, ese chico tiene pinta de salir vencedor en las peleas.

-Daniel creo que...

-Ava, vete. – no me mira, sus ojos siguen posados en el chico que tiene una estúpida sonrisa en la cara. ¿Por qué sonríe?

-Pero... - me acerco un par de pasos antes de que me dé tiempo a decir nada más, pero veo las manos de Daniel cerrarse en puños y lo capto enseguida. Que me vaya.

El grandullón, del que debería saber ya el nombre para dejar de ponerle motes, se acerca a él y le susurra algo a al oído, algo demasiado bajo que no llego a entender, pero a juzgar por la cara blanca que se le queda a Daniel... entiendo que no es nada bueno.

Camino hacia mi bota y la recojo agachándome, haciendo equilibrio para no caerme con un solo pie y colocándome mejor la mochila, me escabullo lo más rápido que puedo del pasillo, del colegio e incluso del aparcamiento. Con la última imagen en la cabeza de dos hombres a punto de echar humo por las orejas del cabreo.

Cuando llego a casa me bajo del coche e incluso camino rápido para entrar lo antes posible dentro, donde podré tirarme, literalmente, en mi cama y no saldré de ella hasta mañana por la mañana.

Subo las escaleras que se encuentran frente a la puerta principal forradas por una moqueta roja oscura y dejo el bolso colgando de la barandilla, pero antes de eso saco el móvil y lo llevo conmigo hasta mi habitación. Todo sigue desordenado, pero al menos la cama tiene sábanas y un edredón viejo de la antigua casa. Me encantaría poder decorarla a mi gusto, pero tengo gustos caros así que creo que eso será imposible en estos momentos.

Me siento en la cama y dejo la chaqueta sobre ella. Compruebo la hora en mi móvil, las tres y diez y como si mi cuerpo procesara la hora, comienza a gruñir de hambre pero el simple hecho de pensar que debo bajar a prepararme algo... mejor me contengo un rato, tampoco es que tenga tanta hambre. Miro a mi alrededor y suelto un suspiro, quisiera pintar el pequeño armario que tengo en la pared frente a mi cama, pues la madera está algo desgastada. También me gustaría poner unas cortinas en las mini ventanas que hay en una esquina, aunque no sé si debería llamarla esquina pues no lo es. La habitación en sí es bastante extraña, parece cuadrada pero justo entre el armario y el escritorio se forma una especie de octágono con tres ventanas que ocupan la mitad de la pared y que se abren hacia arriba. Como si fuera mi propia torre de vigilancia dentro de mi cuarto.

Me levanto haciendo un gesto de dolor en el tobillo, pero ya no me duele tanto como antes. Tal vez las pastillas estén surgiendo efecto aunque lo dudo pues perece que soy inmune a cualquier tipo de antibiótico. Camino hacia la ventana y lo primero que veo es la tétrica casa de mi vecina y a algún que otro gato suelto por el jardín.

SIN ALIENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora