1. Gelsey I: Bienvenidas a Léiriú

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Desperté yaciendo sobre la húmeda hierba de Léiriú, bajo su inabarcable cielo crepuscular, con sus nubes ardiendo sin emitir humo. Me dolían las heridas del cuerpo y la cabeza me martilleaba. Había algo pegajoso en la atmósfera que se adhería a mi piel, la traspasaba, traspasaba los huesos y se iba depositando entre los recovecos. El resultado era una extraña melancolía que no lograba entender. Estaba empapado en sudor. Había tenido visiones. Un sueño que fue como piezas de un puzle girando dentro de mi cabeza. Las imágenes formaban un remolino incoherente de color y había alcanzado a distinguir algo que no me gustaba en absoluto. Me había visto a mí mismo... haciendo cosas que no parecían propias de mí. De pronto se había creado en mi interior una necesidad patológica de descubrir las piezas que faltaban para poder comprender qué era lo que había visto realmente. La membrana que separaba los recuerdos ocultos del inconsciente se había quebrado en el viaje. Mi pregunté si a todos nos había sucedido lo mismo al llegar a Léiriú o solo a mí.

—Gelsey, ¿estás bien? ¿Gelsey?

Era la voz de aquella misteriosa híbrida, Enora.

Mis pupilas iban filtrando la luz vespertina. Había escombros de piedra rojiza por todas partes y naturaleza descontrolada como nunca antes había visto. Árboles muy antiguos de hoja caduca secándose bajo el débil calor otoñal. Me incorporé con dificultad.

—Estoy bien, estoy bien... —mascullé—. ¿Cómo estás tú?

Por la cara que puso, le sorprendió que me preocupara por ella y no que preguntara de inmediato por Idril para completar mis planes lo antes posible. Su melena negra y rizada se le había salido del recogido, no lo suficiente como para disimular sus orejas picudas. Los débiles rayos de sol trataban de horadar y resquebrajar su piel, pero no eran lo suficientemente fuertes gracias a que no era vampira del todo. Miró de soslayo la marca negra que había aparecido en su brazo y después, miró con odio recalcitrante al hechicero, que también se hallaba recomponiéndose del viaje.

—¡¿En qué momento acepté formar parte de esto?! —farfullaba.

Yo fijé mi atención en el bufón que ya estaba de pie frente a nosotros, preparado para amenazarnos.

—Bien. Ahora voy a mataros a todos.

Lo dijo completamente serio, con los ojos de un depredador hambriento y sus dagas apuntando hacia nuestros pechos. Y, sin embargo, me pareció un loco que se acababa de escapar del hospital. Un loco muy peligroso, pero me costaba tomármelo en serio: tan alto y tan delgado, con esas ropas brillantes de seda deshilachada, el cabello claro encrespado cuyas puntas se manchaban por el maquillaje distorsionado de su rostro... Un payaso amanerado no podía sostener un arma peligrosa, por muchas caras de loco que pusiera. Entonces, ¿por qué había empezado a sudar hielo? Le detesté intensamente y rara vez mis primeras impresiones sobre alguien acaban variando. Le quería lejos, muy lejos de Idril. No le soportaba cerca de Madelaine.

No me daba la gana permitir que nos amenazara como si no valiéramos nada, así que me incorporé y puse en guardia de inmediato. A mi lado, Enora también se había recuperado, aunque seguía sin gustarme nada esa mancha del brazo. Vi como recogía la espada de la sala del tesoro que debía de haber caído junto a ella.

—Inténtalo si puedes. —No iba a dejarme amedrentar.

—Un dos contra dos, ¿qué os parece? —El hechicero también tenía ganas de amenazarnos con lo que quedaba de su espada. Joshua se había incorporado y debió de pensar que imitar al payaso le haría ver menos ridículo.

Al menos el dinosaurio se había dado de bruces contra el suelo, cayendo sobre su propia cola y aplastándosela. Eso me hizo sonreír para mis adentros. Su escudo de llamas se había apagado y así, gimoteando, no daba ni una pizca de miedo. Entonces comprendí por qué el bufón se veía tan crispado: no había ni rastro de Idril por ninguna parte. Tampoco de Madelaine. Ni entre los brazos de luz solar que proyectaban la ilusión de calentar el suelo ni entre los arbustos y macizos de flores rojas y púrpuras que crecían amontonadas por todas partes hallé a ninguno de los dos.

La ilusión de Fehlion (Léiriú #2)Where stories live. Discover now