Había llegado a la Casa Hyukjae a final del mes de mayo. Junio y julio habían pasado en una furia de felicidad y desesperación. Desesperación debido a mis deseos en conflicto de ser un hombre digno que pudiera utilizar una espada y montar un caballo, y felicidad cuando Sir Hyuk me permitía cocinar y remendaba su ropa.
En el campo, conocía el triunfo y la humillación. Me había convertido en un excelente jinete, y había aprendido a ensartar incluso el anillo más pequeño que colgaba del quintain. Sir Hyuk estaba maravillado de lo bien que lo había hecho en tan poco tiempo. Un día, insistió en que todos los hombres me vieran. De inmediato mi aprehensión aumentó y temí estar por debajo de sus expectativas, y fracasar miserablemente decepcionándolo. Mi corazón latía con fuerza, monté en mi caballo. Sir Hyuk me dio mi lanza.
—Haz que me sienta orgulloso, Donghae.
Quería desesperadamente hacer que se sintiera orgulloso, pero nunca parecía que lo hiciera lo suficientemente bien cuando sentía el peso de los deseos de alguien más. El sol estaba alto y caliente, mi armadura y casco me pesaban. Estaba hirviendo en el interior como un cangrejo en una olla sobre el fuego. Incluso antes de que Sir Hyuk me hubiera ordenado que me mostrara ante sus hombres, yo estaba dispuesto a bajar de mi caballo para refrescarme. Todo en lo que podía pensar era en sumergirme dentro del agua.
Bajé la visera para evitar que el sol me diera en los ojos y vi a través de la rendija. Con la lanza sintiéndose muy pesada en mi brazo, golpeé el costado de mi caballo con la mirada en el objetivo. Juntos, el caballo y yo, salimos a la carga. La punta de la lanza se deslizó a través del anillo de la quintain, y mi caballo disminuyó el ritmo, el alivio me inundó. Oí vítores mientras cabalgaba de regreso con Sir Hyuk. —Bien hecho, Donghae —gritó—. Hagámoslo de nuevo.
¿Otra vez? Mi corazón se hundió. Pero no podía desobedecer a Sir Hyuk. Yo era su escudero, y quería que él pensara bien de mí.
Por segunda vez, me dirigí al quintain y enganché el anillo. Una tercera, cuarta y quinta vez. Para ahora, los hombres estaban animados y hacían pequeñas apuestas sobre mí. El miedo al fracaso se hacía cada vez mayor cuando me encontraba con el anillo y lo mismo sucedía con mi ira. Estaba caliente, y quería detenerme. Sir Hyuk se estaba divirtiendo tanto que cuando me dirigí hacia donde se encontraba para pedirle permiso de retirarme, golpeó el flanco mi caballo y me ordenó seguir de nuevo.
Cuando finalmente se cansó del deporte y le dijo a los hombres de la aldea que deberían de ir a casa para cultivar sus campos, me deslicé de mi caballo en un ataque. Me desabroché la armadura con dificultad —no tenía ningún asistente—, la dejé caer en el césped y la dejé ahí. A medio camino del campo a la casa, Sir Hyuk me alcanzó. —Dejaste mi armadura en el campo. Ve a buscarla.
—Iré por ella más tarde. Estoy cansado y necesito un poco de agua. —Le lancé una mirada malhumorada.
— ¡Regresa ahora, escudero!
— ¡No lo haré!
Jisung se hubiera ganado un golpe alrededor de la oreja por responder, aunque dudo que en primer lugar se hubiera atrevido. Pero Jisung tenía la disciplina de un escudero, y yo estaba aún aprendiendo. Sir Hyuk no extendió su mano sobre mí. No era necesario. La mirada en sus entrecerrados ojos y su mandíbula fuertemente cerrada era la disciplina que necesitaba. Los hombres de la casa que estaban al alcance del oído del intercambio dejaron lo que estaban haciendo para ver y escuchar.
—Perdóname, Sir Hyuk —dije lo suficientemente alto para que escucharan. Corriendo, regresé a buscar la pesada armadura. El alivio en su rostro me hizo avergonzar.
En el momento en que llevé su armadura a la casa y la dejé en el gran salón, no vi a Sir Hyuk. En la cocina, le pregunté a la señora Sunhee si ella lo había visto.