14. Ryeowook Kim (Parte 2)

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Donghae

Luego entonces, víctima de un inconsciente estado de nerviosismo, fui también víctima de un inesperado choque de labios que no sólo me sacó de equilibrio sino de la Tierra.

Me aparté en cuanto conseguí volver, empujándolo con ambas manos, usando toda mi fuerza, logrando que de una vez por todas cada uno de esos cabellos rubios perdieran también su eje y dejaran su sitio habitual. Sin embargo, no esperaba yo que él regresara y que su pronta insistencia me hiciera navegar de nuevo por el espacio y, como era de esperar, una vez de vuelta no tuve idea yo del tiempo transcurrido. Pensé luego del aterrizaje que se había tratado tan sólo de un segundo, incluso pensé en definir "pestañeo" como una nueva unidad de medida para el tiempo. Sin embargo, al abrir los ojos sospeché que bien pudo tratarse de años o, yéndonos un poco menos, de horas o minutos. Me vi a mí mismo a medio vestir sobre una cama ya bastante conocida: la mía. Con el pecho descubierto al igual que él y los pantaloncillos hasta las rodillas. Vi sus cabellos despeinados como reflejo de los míos y en cuanto me volvía consciente de nuevo del funcionamiento de mi maquinaria respiratoria, concluí que en mal momento había tenido yo otro de esos lapsos de falta de conciencia, pues apenas veía yo las imágenes más recientes de los lunares que ya le conocía, que si bien luego de seis años la piel de su cuerpo había en algo madurado, cada mancha en ella parecía ser, salvo por un margen de error infinitesimal, del mismo tamaño que el que recordaba yo antes. Y qué buena memoria la mía (aunque retardada en ocasiones, como ahora), pues una sola vez, en aquellos días del pasado tan lejano del ayer, me había bastado para bien aprenderle cada detalle ya fuera de la piel, las manos, la expresión y hasta de los movimientos que su cuerpo solía hacer, no sé si sin pensar o con toda intención. Luego entonces mi percepción acústica también volvió y le escuché respirar agitado a mi lado.

Reaccioné y erguí mi cuerpo, quería pensar que todo daba vueltas a mí alrededor pero estaba en realidad todo bastante claro y estático: la manta desarreglada, ropas mezcladas debajo y un libro abierto en una página cuyo número no alcanzaba yo a ver yaciendo sobre el suelo. Por fin tomé valor de verle a los ojos y reflejándome en ellos al igual que la luz entrante por la ventana, le sentí nervioso y tal vez temeroso de lo que estaba yo a punto de hacer, pues al percatarse que me acercaba yo a él ya no con caricias sino con puños, dio un brinco y bajó de la cama sin siquiera cubrirse, sin más defensas que el reflejo inmediato se sus manos interponiéndose a las mías.

Le corrí en cuanto recuperé voz y tan orgulloso de tenerla de nuevo conmigo, así como orgulloso estaba yo de mi conciencia (aunque de pronto me abandonada), de mi memoria y de mi raciocinio, le corrí a gritos sin importarme ni en un milímetro la desnudez de su cuerpo o el mío. Apenas se subió los pantalones mientras decía cosas que no quería escuchar, palabras entre las cuales aseguraba yo no se delataría ni un poco de razón.

Entre gritos y golpes le hice salir y tras un portazo me dejé caer al suelo, arrojé de un manotazo el libro caído y lo lancé a la esquina que sin calcular previamente resultó ser la más lejana. Estaba yo lleno de fuerza y coraje y, por más que me molestara reconocer para mi mismo, de una auto decepción tan impresionante que de no considerar la flagelación algo injustificable, ya estuviera yo golpeándome la boca, las manos y cualquier parte de mi cuerpo infestada de huellas extrañas.

Escuché el tímido abrir de la puerta y aspiré el olor a flores de la señora mayor. Entró y detrás de mí, porque no me atreví ni a verla, recogió aquella camisa que no era mía, el saco también ajeno y todo lo demás que no me pertenecía. Salió sin decir nada, sin dejarme escuchar más que sus pasos lentos detrás y un par de sollozos. De inmediato volvió, como si de su silencio se arrepintiera o fuera yo fan de escuchar cómo tan forzadamente contenía el aliento. Dijo:

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