2. La barbería de los Kim

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Siwon

Salí de regreso a la calle Park una vez que luego de haber amanecido, aseado mi cuerpo, vestido mi uniforme de oficial y desayunado, recordé que aún tenía una conversación pendiente con ese joven aparentando más de veinte años, que si bien no se dejaba a sí mismo percibir como una persona educada y atenta, no me bajaría ni los ánimos ni los humos de continuar con esto. El caso había tomado rumbos que ni siquiera yo, tan involucrado que he estado, comprendía.

Más grande fue mi sorpresa por la mañana una vez comparada con la que me llevé por la noche. Aunque no corría iba yo a paso muy rápido, con las manos en los bolsillos y mi libretilla aferrada debajo de un brazo. Había un joven inconfundible cuya apariencia no podía ser olvidado luego de verle apenas unos segundos. La misma camisa arrugada, desfajada y vieja del día anterior, y la misma coleta hecha a media sobre su nuca. Ahí estaba él caminando a paso peligroso por la acera de adelante. Llevaba los brazos bien alzados hacia al frente y con sus manos sujetaba un pesado libro de amarillas hojas el cual parecía que leía. Aunque más bien parecía que caminaba entre esas líneas escritas y que en lugar de cruzar las calles cambiaba de hoja.

Esperé de pie justo donde me detuve en cuanto sentí su presencia cerca. No era el único que lo observaba, pues ese manojo de detalles tan poco pulcros no podía hacer más que llamar la atención de cualquiera que al menos tuviera la costumbre de asear su cuerpo un par de veces a la semana, limpiar sus uñas con regularidad y peinar su cabello todas mañanas. Daba incluso vergüenza pensar en el hecho de que sostuve un par de palabras con él. Y más vergüenza me causaba el hecho próximo de seguir sus pasos hasta conseguir intercambiar con él más que un par de estas.

Me quedé allí, parado y absorto, hasta que su paso (sorpresivamente nada descuidado) amenazó con alejarse aún más del mío que estaba estático. Comencé a seguirlo. Me convertí esa mañana en el único valiente que no dejó ver mueca alguna de asco o descontento.

Llegué hasta él, lo llamé por su nombre y lo corregí de inmediato al llamarlo Donghae Lee y no Donghae Park como había hecho en un principio. De igual forma, bien o mal dicho su nombre, me ignoró al igual que en la noche anterior y la vergüenza no dejaba de ser cada vez mayor dentro de mí. Pero continué, porque si no sentía haber conocido la vergüenza durante todos los años de oficial al hablar con delincuentes y asesinos, no era permisible sentir tal incomodidad al acechar a alguien que debería ser honorable.

No podía yo entender, mientras más le observaba, cómo es que podía caminar con el libro frente él tapándole la vista al camino, con la mirada clavada en las hojas y los brazos bien extendidos hacia enfrente, los pies avanzando sin detenerse uno luego del otro y con unos reflejos sorprendentes que no necesitaban ni de su tacto ni de sus ojos.

No cayó ni tropezó siquiera, ni una sola vez. Mis manos no necesitaron sostenerle ni un brazo ni un hombro en ningún momento, y él nunca necesitó quitar el libro de su vista para vigilar el camino. Y por más que me asomaba yo, dentro de esas páginas para él tan interesantes, no vi más que fórmulas extrañas y letras sin sentido.

Luego de un suspiro él se detuvo cercano al parque, y ahí estaba yo a su lado, sin importanme la poca clemencia que el sol tenía sobre ambos e ignorando el calor producido por la tela oscura y firme de mi uniforme de oficial de policía. La placa con mi nombre, con tres picos hacia abajo como debe portarla un oficial de primera clase, me quemaba el pecho por encima de la ropa y reflejaba un poco de luz molesta hacia la vista de otros transeúntes.

Muchos decían Oficial Choi, buenos días esta mañana, yo callado y respondía alzando una mano y agitándola tímidamente, esperando que alguno de esos saludos turbara la lectura de mi perseguido pero esperando aún más que ninguno de aquellos ciudadanos educados y conscientes de la existencia de mi persona y de mi profesión, me volvieran a mí distraído y el joven perseguido aprovechara la ocasión para escapar.

Calle Park, 9889Donde viven las historias. Descúbrelo ahora