I. Los hijos de la venganza

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Año 467 de Isla Nordein

El melodioso sonido de espadas siendo desenvainadas, cuerpos cayendo al suelo y gritos de terror arrancó estrepitosamente a Trenkar de los brazos del sueño.

—¿Qué ocurre? —inquirió con voz grave.

En el pecho de Lord Trenkar Dantia IV, rey de Isla Nordein, latía uno de los corazones más fuertes jamás vistos, lo que le confería un carácter orgulloso e impulsivo que había arrastrado a todos sus vasallos hasta aquel lugar con el único objetivo de satisfacer sus propios intereses. Al igual que en todas las campañas que había organizado, su carisma, sus enaltecedoras palabras y sus exorbitantes promesas de gloria y reconocimiento le habían sido de gran utilidad. En aquel momento se encontraban en el campamento amurallado que con cierta dificultad habían logrado levantar en Crof Jhar, zona calurosa, montañosa y repleta de cambios de relieve. Las duras condiciones de vida que aquel territorio presentaba hacían que resultase difícil de creer la existencia de una civilización allí establecida: únicamente vivían unos pocos pueblos nómadas, agrestes y de primitivos comportamientos que jamás habían supuesto un problema. No obstante, el sonido de la batalla sugería que alguno de ellos había cometido la insensatez de alzar las armas contra el ejército del rey. Tales noticias no desagradaban a Trenkar, un rey conocido por solucionar con guerras todos sus problemas. Para él, despertar y verse sumido en caos y la destrucción era una experiencia verdaderamente placentera, a raíz de la cuál su corazón aceleró el bombeo de la sangre, presa de una indomable excitación. Si había algo que realmente diese sentido a la vida de aquel controvertido rey, era la guerra, la batalla en todo su esplendor, pues le daba la oportunidad de mostrar su valía como combatiente.

Físicamente el rey era un hombre de edad cercana a la treintena, de cabello rubio y corto, ojos celestes y figura esbelta a la par de frágil en apariencia. Sus enemigos más prudentes sabían bien, no obstante, que no debía ser subestimado por ello a la hora de la batalla. Todos los que se atrevían a hacerlo alguna vez acababan pagándolo con su vida, pues él era un guerrero arcano, un verdadero maestro en el combate cuerpo a cuerpo. Los pertenecientes a esta profesión se adiestraban en el manejo de hechizos que aumentaban temporalmente tanto la condición física como la musculatura, convirtiéndose en letales rivales cuya destreza estaba por encima de la de los seres humanos corrientes.

Al ver que nadie respondía a su anterior pregunta, se colocó la armadura y agarró su mandoble, tras lo cual se dispuso a salir de su tienda de campaña para intervenir en el combate. Se detuvo, sin embargo, al ver entrar a una jadeante muchacha con brusquedad. Había sido herida, al parecer, en varios puntos del cuerpo. Trenkar la reconoció al instante: se trataba de Krelean Thaeras, una joven Keew que llevaba varios años sirviéndole como su pupila. Al igual que la mayoría de los Keew, Krelean era alta, pálida y de constitución atlética. En numerosas ocasiones había mostrado su destreza en el combate cuerpo a cuerpo, pues su habilidad con la espada era encomiable. Con todo, en ese momento se encontraba abatida, algo difícil de concebir teniendo en cuenta que supuestamente los únicos enemigos con los que se podrían haber encontrado en aquel lugar eran aquellos nómadas torpes.

—¡Lord Trenkar! —exclamó, con un atisbo de preocupación en su voz.

—¿Se puede saber que ocurre, Krelean? —preguntó Trenkar, con tono severo—. ¿Cómo es posible que vosotros, mis soldados, que salisteis victoriosos de todas las batallas de la Rebelión de Zyman, seáis incapaces de contener el improvisado ataque de unos bárbaros nativos?

—¿Bárbaros, mi señor? ¡Somos el ejército de Reino Dantia, y un enemigo como ese jamás nos ocasionaría tantos problemas!

—¡No te entiendo! ¿Qué es lo que ocurre, entonces? ¡Especifica!

Caminantes Galkir I. El llanto del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora