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Lloyd's POV

Me la llevé a la cara y olí su aroma por última vez antes de doblarla para meterla a la caja con las demás mantas.

Cerré las tapas de la caja con algo de amargura y la fui a dejar junto a las otras. A pesar de que la mitad de mi habitación ya estaba limpia y sólo me hacía falta empacar mi ropa, todo eso apenas llenó cuatro cajas como de medio metro de alto y uno de ancho. Tres de ellas estaban llenas de cosas que donaría a caridad.

En una de ellas estaba el juego de mantas que me dio mi madre cuando comenzamos a quedarnos en el monasterio. Los bordes celestes y el grabado de un dragón dorado me hacían amar esas mantas que se me fue imposible cambiar. Las otras dos, tenían cosas varias... Recuerdo haber metido el viejo tocadiscos y el juego de ajedrez al que le faltaba un caballo y dos soldados, ambas cosas me entretenían cuando pasaba largos ratos encerrado en las cuatro paredes de mi habitación.

Estaban llenas de todas esas cosas que, si era posible, no quería volver a ver con el fin de no lastimarme más de lo necesario. Al principio me pareció una buena opción conservarlas dentro de esas cajas por siempre, pero yo no era tan fuerte como para dejarlas ahí y tarde o temprano terminaría sacándolas.

Corrí las puertas del closet y observé mis prendas dentro por unos segundos. Abrí otra caja y comencé a doblar mi ropa con tranquilidad. Descolgaba, retiraba el gancho y doblaba. Nada más.
Pasaron alrededor de treinta minutos antes de que terminara de desocupar el closet y siguiera con los cajones y las cómodas.

La mayoría de mi ropa era verde, tal y como me gustaba. No era que fuese mi color favorito ya que a mi parecer jamás lo interpreté así, simplemente era un color del que no podía desprenderme. Era como algo que me identificaba de los demás y me hacía sobresalir entre la multitud de gente. Me hacía sentir seguro traer algo verde con migo.

La primera vez que me puse el traje verde tenía once años, casi doce. A esa edad nunca había tenido nada propio, al menos no porque lo obtuviera limpiamente. Ese traje me pertenecía por derecho.
Y aunque pareciera simple, era todo para mí. Le había dado sentido a mi razón de existir, me hizo poner los pies en la tierra y ver el mundo como realmente era. Me dio un nombre, un hogar, una familia. Me otorgó un don, que a la vez era mi desgracia. El destino había decidido que fuese yo quien vistiera de verde.

Ese traje era mío, y nadie me lo podría quitar mientras estuviera con vida. Con ese traje era todo, sin él, nada.

Ojala fuera lo mismo con este lugar.

La voz del Sensei resonó en mi mente en ese mismo instante. La indiferencia con la que me había dado la noticia me hacía enfadar, como si se tratase de algo de todos los días que pusieran a la venta tu supuesto hogar. Sus palabras parecían sencillas de pronunciar, a fin de cuentas dijeran lo que dijeran el monasterio sólo tenía un pasajero significado para él.

¿Y para mí? ¿A mí me importaba tanto el monasterio?

Me hacía esa pregunta dos veces, dando siempre respuestas opuestas. 

Apenas terminó la llamada salí a tropezones de mi habitación en busca de las llaves, y después de un monótono viaje en carretera fui a empacar mis cosas. Así, cuando mi madre y el Sensei fueran a empacar el resto y llevaran a la agente de bienes raíces en unos días yo no tuviese la oportunidad de tratar de hacerlos cambiar de opinión.

En aquel momento estaba negando la verdad: ese lugar si me importaba. Había algo en él que logró unir, aunque fuera por un corto tiempo, una familia rota. Tal vez era verdad porque yo lo creía; yo no era el hijo perfecto, supongo que era muy tarde para eso. Mi padre no se ganaba el premio a esposo del año. Y mi madre... Sólo era cuestión de tiempo para que se diera cuenta que se casó con el hombre equivocado ¿no?
Siempre hubo algo en mi madre que me hacía sentirme roto por dentro cuando estaba cerca de ella.

GET UP | Greenflame | TERMINADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora