Y luego... El rompecabezas del que ya les hablé.

No me acusen. Repetí miles de veces que él no me había hecho nada. Pero hasta a mí me resultaba difícil de creer la historia que hice, sobretodo porque jamás pude verle a él otra vez para que pudiéramos ponernos de acuerdo en decir lo mismo. Yo decía que lo había conocido en la panadería y pastelería de mi tía. Algo que no era del todo mentira. Ahora... ¿Qué había dicho él? Sería un eterno misterio para mí tal vez.

Madame Red me dijo entonces, que ella podía asistir al juicio, ya que a mí no me lo permitían. Sin embargo, a cambio de eso, yo debería volver con ella sin poner ningún tipo de alegato. Acepté, con una condición: No me vendería al maldito de Parker.

El día de la sentencia, yo le esperé sentado en la pastelería, con un nudo en el estómago. Solo a Bard le había contado todo y él era el único que me consoló en esos momentos. Sobre todo... ¡Ah! ¡Otra vez! Si me vieran... Se darían cuenta que todavía se me quiebra la voz y se me escapan las lágrimas cuando recuerdo el momento en que Madame, tan fría como siempre, tan distinta a ese color rojo que la caracterizaba y que debería haber sido símbolo de felicidad ( al menos eso era lo que Sebastián decía que simbolizaba psicológicamente el rojo. Felicidad, seguridad, fuerza... ) me dijo : "Fue condenado a cuatro años de prisión por pedofilia." Hizo una pausa. "Por cierto, se ve más recuperado por el impacto de la bala. Comienza a tener más color en el rostro."

Y eso fue todo lo que supe. Después de eso, todo fue trabajo. Aunque ya no me molestaba tanto como antes. Es como si cada noche que lloraba en silencio mi dolor se hacía más intenso y mi propia condena más soportable.

Las noches en la cama de la habitación siete se acabaron. Ahora aquélla era mi habitación y utilizaba cualquiera de las otras para "trabajar". Ya no lo pensaba de otra forma. Cada noche entraba, me acostaba en la cama y les dejaba hacerme como gustaran. Cuando estaba con Parker cerraba los ojos y pensaba en Sebastián. Su cuerpo siempre fue el más similar al de mi "demonio". Ya sabrán más adelante porqué le llamo así. Por ahora no debo cambiar el tema. Las noches con Parker se conviertieron rápidamente en mis favoritas y yo nuevamente en el suyo.

Al principio venía una vez cada cuatro o cinco días. Después venía casi todos los días. Recuerdo que un día le dije "¿Te molestaría que te llamara Sebastián?" Él me miró serio, pero luego sonrió picarescamente como siempre lo hacía. ¿Ven ahora por qué les digo que se parece un poco a Sebastián?

"Claro. Puedes llamarme como sientas más cómodo." Respondió.

Aquella noche, como tantas otras, me entregué a él. Él fue cariñoso conmigo esa noche, más de lo acostumbrado. Sus manos no se comparaban a las de Sebastián... mi Sebastián. Él me tocaba y me hacía sentir como nadie. Quizás por ser un estudioso de todo lo relacionado a los nervios y el cerebro, conocía puntos que no eran fácilmente encontrados por otros humanos. Me rasguñaba suavemente las caderas, me besaba las rodillas y conocía puntos en mi cuello que no sabía que causaban tanto placer. Parker no era del todo malo en cuestiones sexuales. Lastimosamente no era igual a él. Sin embargo, cuando en ese momento, enredé las piernas alrededor de su cintura y susurré a su oído "Sebastián, te amo." Fue como si me hubiese quitado un momentáneo peso de encima. No me sentí de Parker ni un instante, no me confundan. Yo quería un cuerpo... Un cuerpo al que pudiera decir ese nombre. Y el suyo estaba ahí.

Cuando Parker se fue, me levanté de la cama, me vestí y fui a mi habitación. Me senté frente al buró y escribí una nota. Creo que puedo reescribirla para ustedes. Todavía la tengo fresca en la mente.

Escribí algo como: "Sebastián: Te he extrañado muchísimo, mi amor. ¿Cómo estás? Lamento no poder ir a verte, pero Madame Red no me ha dejado hacerlo. Te amo. Por favor, vuelve pronto. Ciel."

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