Capítulo 25

10.2K 1K 85
                                    

Capítulo 25

Antonella

A pesar de que Marcus en este momento está sonriendo, no puedo dejar de recordar el episodio vivido en el salón de Clases con esa mujer que se dice llamar madre. Lamento tanto que el pobre chico tenga que sufrir por el desinterés de Ambra, como si no tuviera corazón, como que nada con respecto a Marcus le importara, tal cual lo ha dicho Diego. Es real lo que pasa en esa familia, y lo he visto en vivo y en directo, sin embargo, aún no puedo creer que existan mujeres así, con tan nivel de apatía, que no les duele herir al prójimo, en este caso a su propio hijo, y lo que es más extraño, Marcus, es producto de un amor verdadero.

«Un amor que ahora es mío... ¡Deja de marcar territorio!»

Al ver sus ojitos aguados, no dudé ni un solo instante en aventurarme en autobús con Marcus al parque de diversiones, y no me hubiera importado pasar horas viajando, con tal de darle un poco de cariño y atención a este chico que he logrado querer, no por ser el hijo de Diego, sino que, porque es un niño que se da a amar con su forma de ser.

Vamos en el auto de Diego de camino al parque, y no puedo dejar de imaginar que soy su esposa, y que Marcus es nuestro hijo, un niño amado, que jamás ha sufrido. Diego sonríe, y yo lógicamente también, pero con la felicidad de Marcus, porque ahora sí que está contento, aunque no niego, que cada herida que le provoca su madre queda marcada en él, no obstante, estoy dispuesta a curar sus lesiones, y estar con él en las buenas y en las malas.

—¡Esa canción es muy buena! —comento cantando a todo pulmón con Diego y mi pequeño compañero, lo que me hace reír de felicidad, sabiendo que con Marcus nos llevamos realmente bien, solo espero que, cuando nos vamos a vivir juntos, sienta la misma empatía hacia mí.

—Creo que haremos un trío de cantantes y viajaremos por el mundo —opina un Divertido Diego, y yo aún sin poder creer lo que estoy viviendo, y lo más importante, muy pronto dejaré de verle la cara al despreciable de Bruno.

—Pero yo debo terminar de estudiar, y la maestra me debe enseñar —escucho a Marcus y me regocijo de ternura con su ingenuidad, lo que me hace mirar hacia atrás para darle ánimos.

—No te preocupes, nuestra faceta artística la dejaremos para más adelante —digo regalándole miradas cómplices a Diego.

—Gracias —dice—. Papá, ¿cuánto falta para llegar?

—Mira hacia adelante —responde Diego—, allá se ve la rueda de la fortuna. ¡Estamos llegando!

—¡Si! —grita Marcus, haciéndome sentir a gusto con él, tratando de entender porque a Ambra le disgusta tanto.

Nos bajamos del auto, y empezamos a caminar hacia la entrada del parque, y un roce en la mando me pone en alerta, creyendo que es Diego, pero para mí sorpresa, Marcus tímidamente me mira con esos bellos y dulces ojos, cogiendo mi mano para que sigamos juntos hacia el carrusel, mientras que Diego pasa las entradas.

—Maestra, ¿quiere subirse conmigo? —pregunta el niño, pero no alcanzo a responder cuando doy un brinco de sorpresa al sentir la mano de Diego en uno de mis glúteos, mientras ríe con picardía.

—¡Hey! —advierto, fijándome de que Marcus vive su mundo.

—¿Qué? —cuestiona con falsa inocencia—. Eres mía —susurra en mi oído.

Con Marcus nos subimos al carrusel, mientras Diego nos graba desde abajo con el celular, dejando en evidencia que las vueltas me tienen más que mareada. Para mí suerte, las vueltas empiezan a ir más lentas, indicando que pronto cesará la tortura, sin embargo, no me importa, pues ver el rostro de felicidad de Marcus es lo mejor del día.
Hay unos cisnes gigantes, una atracción a la que podemos subirnos los tres, aunque me da un poco de risa ver a Diego tan grande intentando caber en él.

MIRAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora