Capítulo 1. "El día de antes."

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Amanece un día como otro cualquiera, lo peor es lo que viene con la próxima salida del sol.

Suena el escacharrado despertador con un irritante sonido que se atropella a sí mismo. Parpadeo varias veces hasta que abro los ojos perezosamente e intento situarme observando detenidamente la habitación, viendo en primer plano la almohada, a la que, seguramente, llevo abrazada toda la noche; detrás está la mesa con los libros de páginas amarillentas e incompletas con portadas —eso si siguen teniendo—. Sí, estoy en mi cuarto, lo cual dudaba después de una animada noche de constantes pesadillas.

Me incorporo en la cama y tras tomar aire profundamente me levanto y me visto con las botas bajas marrones por fuera de los pantalones verde oscuro, una camiseta sencilla y la chaqueta del mismo color. Recojo mi pelo castaño ondulado en una cola alta, pero se me sueltan algunos mechones más cortos que aparto de mi cara colocándolos detrás de mis orejas. Me observo en el espejo y veo como se han formado por un cúmulo de noches sin descansar unas amoratadas ojeras bajo mis ojos de iris verde, como los de mi padre. Que me diga quién consigue dormir estos días... Pienso.

Aquí, en el Distrito 7 nos encargamos de la obtención de madera para abastecer al Capitolio y el trabajo nos es asignado dependiendo de nuestras facultades y capacidades. A mí me eligieron para pulir y podar las ramas que han sido cortadas anteriormente, básicamente uno de los trabajos más aburridos y más fácil, pero se acaba adquiriendo perfección y precisión. Nuestro horario laboral comienza a las 6 am, al alba, hasta las 7 pm casi al anochecer y en cuanto hayamos terminado y aseado debemos encaminarnos a clase, dónde pasamos dos míseras horas.

Mis padres salieron hace rato al trabajo, ya que tienen que caminar hasta los bosques más alejados y mi hermano, Bran, suele quedarse dormido y yo no voy a ser la que se tome la molestia de despertarlo. Bran tiene un par de años más que yo, más o menos dieciséis. Hace años que dejamos de preocuparnos por los días que pasaban, ahora solo importa llegar bien y producir lo suficiente a final de mes. Tiene el mismo horario que yo.

Desayuno un trozo de pan y un vaso de leche importada del Capitolio —asquerosísima— y estoy lista para salir de casa.

Camino a paso tranquilo por las estrechas calles del distrito y, como no están asfaltadas, se levanta mucho el polvo a la hora punta. Saludo a un par de vecinos con un frío sacudimiento de cabeza y llego al gran edificio, donde hay distintas plantas para cada especialidad y habitaciones con las herramientas de cada grupo de trabajo. Mi grupo es el F82.

Cargamos las mochilas con un par de lijas y otros instrumentos que no suelo utilizar. La gente deja de prestar atención y cojo un cuchillo que sierre bien la madera, que supuestamente no debería hacerme falta, pero viene perfecto para cortar algunas ramas caprichosas. Alcanzo al resto del grupo en el pasillo.

En las lindes del bosque, donde ya está todo podado y no pueden aprovechar para plantar más, se encuentra la Fábrica, que no es más que un enorme edificio con enormes cintas transportadoras. Mi grupo avanzamos en silencio por las escaleras de metal hasta la zona F, cinta 82, en la que pasan grandes troncos de árboles que se detienen a penas 20 minutos y debemos dejarlos sin más que un cilindro. Después de dos horas de duro trabajo tengo la banda de mi frente empapada de sudor. Preparo el cuchillo al ver el gran troco que se coloca delante de mí. Batallo con una caprichosa rama con el cuchillo, pero se resbala y me hago un corte feo en la otra mano.

—Mierda —murmuro en voz baja, sintiendo el horrible escozor en la palma. Opto por quitarme la sangre con el pantalón e intentar seguir con mi trabajo, ya que podrían azotarme en la plaza por holgazanear.

—¿Qué está pasando? —dice la voz tranquila de mi supervisor, Dylan Lund, un chico de a penas la edad de mi hermano que decidieron colocar como vigilante y, en caso de muerte o falta, sustituto. Dylan es bastante guapo y nunca ha sido duro con ninguno de nosotros. Es alto y algo esquelético, de piel dorada, pelo rubio oscuro y los ojos de un penetrante castaño oscuro.

—Nada —respondo automáticamente.

Dylan parece darse cuenta de la herida y saca un rollo de venda.

—Cuando llegues a tu casa tienes que lavarte la herida, aquí no te da tiempo —dice mientras enrolla la venda alrededor de mi mano—.

—Gracias —musito antes de que se gire.

—No es nada —me mira directamente a los ojos un momento y sonríe amablemente—. Ponte con el trabajo antes de que algún otro supervisor te vea.

A las 7 en punto salgo envuelta en un cortavientos que poco me sirve con todo lo que he sudado y la diferencia de temperatura que hay en la Fábrica respecto al exterior. Me encamino a casa.

Una vez allí, me ducho antes de que llegue mi hermano y me pongo el horrendo uniforme gris con detalles verdes. La clave del Capitolio es que todos nos sintamos igualmente inferiores. Pienso y al momento aparto esa idea de mi mente, no podemos desafiar al Capitolio ni cuestionar sus decisiones.

Pasamos las dos horas hablando de los Días Oscuros, lo cual puede ser el tema más abordado de toda mi vida. No hay nada que no sepamos ya, todo está dicho.

Sé que los para entonces 13 distritos se rebelaron contra el Capitolio, que ganó y destruyó el 13, mostrando así su poder, que cada año se celebran Los juegos del hambre, un show televisivo para recordar el poder que tiene el Capitolio y tal.

Los juegos del hambre no es más que una matanza: cada distrito debe ceder un chico y una chica entre doce y dieciocho años para ser entrenados en lo que ellos llaman "el arte de la supervivencia" y estar preparados para luchar a muerte. De 24 personas, llamados tributos, solo quedará uno, el Vencedor, que será obsequiado. Mañana es la cosecha, donde un enviado del Capitolio sacará a suerte un papel con un nombre, el de la persona desgraciada que deberá luchar en aquel juego sangriento. La verdad es que estoy bastante nerviosa, hay 3 papeletas en la que pone: Deanne Delaney, y aunque parezca poco, una papeleta define tu futuro, si lo tendrás o no y ha habido casos que en el cual salió elegida una chica con solo una en su contra.

La clase termina y salgo con los cuadernos en la mano al pasillo a esperar a Bran y, cuando por fin lo encuentro y nos vamos a casa.

Nuestra casa es pequeña con seis pequeñas habitaciones: el cuarto de mis padres, el de Bran, el mío, el baño, la cocina y la sala de estar o comedor. Para algunas cosas nos falta dinero, como para la ropa u otros, pero tenemos para comer y eso es de lo mejor. No estamos en las peores condiciones.

Cenamos toda la familia con un pesado silencio.

—¿Has pensado que te pondrás mañana, cariño? —me pregunta mi madre amablemente.

—Mmm, no, la verdad es que no... —respondo dándole vueltas al tenedor en la mano.

Claro, la cosecha. Es el único día en el que podemos ir más o menos arreglados, pero a nadie le parece importante, se ha convertido en una tradición.

Veo como mi madre termina de comer y se levanta en silencio, a los dos minutos me llama y me levanto yo también. Está en su cuarto y tiene una bolsa en las manos que abre y saca de ella una preciosa camisa blanca y una falda azul marino.

—¿Te gustaría ponerte esto? —sonríe y sé que le pesa dármela justo para mañana.

—Sí, ¿desde cuándo la tenías? —acaricio la suave tela. Tiene que haberle costado un pastón.

—Es mío de hace años —termina la frase con un suspiro.

Aparento más ilusión de la que siento. Me encanta el conjunto pero no me agrada tener que ponérmelo mañana ya que una compañera, una amiga, una vecina o en el peor de los casos, yo, tendrá que ir a jugarse la vida solo por entretener al Capitolio.

Termino la cena y me voy a mi cuarto a dormir, o al menos intentarlo. Obligo a mi mente a pensar en cualquier cosa que no tenga nada que ver con los juegos, pero no sé cómo, siempre acabo en lo mismo.

LOSS. (FanFic The Hunger Games)Where stories live. Discover now