Capítulo 8

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Elizabeth extrañaba tener alguna amiga cercana, pero su mejor amiga estaba actuando en una obra musical en el extranjero y no quería preocuparla, las demás personas que conocía no eran tan cercanas a ella. De hecho llamó a un par y se sintió más desanimada, podía percibir la lástima o el desinterés por su situación.

Lo cierto era que había estado demasiado concentrada en el baile para construir verdaderos vínculos con los demás, y también que desde el día que había perdido a Cristhian nunca había vuelto a confiar plenamente en alguien.

Había estado rodeada de mucha gente, era querida y tenía un amplio círculo social, pero estaba sola.

Finalmente se decidió a llamar a Robert. Si era sincera no se había sentido muy bien con él cuando la había visitado, pero era la única persona cercana que le quedaba, el único que podía servirle de escudo contra Kensington y el pasado.

Su novio, dijo que estaba de viaje, pero llegaría en una semana e iría a verla inmediatamente. Hablaron durante un rato, él le contó un poco sobre el impacto que había tenido su accidente en el mundo artístico y también le dijo que no se preocupara por sus contratos o presentaciones.

-Todo fue resuelto- dijo Robert.

-¿Cómo?

-No lo sé, cuando vi a los productores me dijeron que no me preocupara, todo estaba resuelto pero no me dijeron ni como ni quién lo había hecho- le dijo y luego se despidieron.

Ella sí sabía, sabía quién se había encargado de todo. Debería estar agradecida, pero la enojaba, la enojaba mucho.

Él era tan capaz, siempre sabía qué hacer, siempre lograba su cometido. Aquello la irritaba, sobre todo porque ella estaba en un torbellino constante. Cristhian era tan seguro, lo veía como un ancla en medio de una tormenta y lo que más temía era aferrarse a él por debilidad.

Esa necesidad casi animal de alejarse de él, de protegerse como si fuera un depredador al acecho, complicó la convivencia.

No podía evitar enfadarse y tener explosiones de mal genio delante de él, y Cristhian cada vez se volvía más taciturno.

También luchaban día a día por el tema de sus medicamentos, ella se negaba a tomarlos y él insistía hasta hartarse. Algunos días le ganaba y otras vencía ella mientras el hombre se retiraba murmurando.

Confrontar era la única manera en que Liz podía manejar sus sentimientos. Y el anhelo. Porque no importaba cuanto luchara o lo negara, muy dentro de ella quería volver al pasado, desde niña Cristhian Kensington había sido el centro alrededor del que giraba. Pero ya era tarde, se habían alejado tanto que era imposible volver a reunirse, aunque ella seguía sintiendo aquel magnetismo, casi como una fuerza de atracción, cada vez que lo tenía cerca.

Y para no desear lo imposible, peleaba. Peleaba contra él y peleaba contra sí misma.

Margueritte la había llevado al jardín y se había quedado dormida en el sillón mientras leía.

Entonces tuvo un sueño, aunque más bien era un recuerdo. Algo que había pasado en los lejanos días de su infancia.

Tenía unos doce años cuando se había caído de la bicicleta y se había lastimado el tobillo, Cristhian la había cargado en su espalda todo el camino a casa.

Ahora volvía a vivir ese momento.

-¿Peso mucho? – había preguntado preocupada por molestarlo. En aquellos años odiaba ser tan niña y temía que él la encontrara molesta.

-No pesas nada, pelirroja.

-Soy una carga, ¿verdad?

-Jamás, jamás serás una carga para mí.- dijo él y ella se recostó cómodamente contra su espalda.

Heridas de AmorWhere stories live. Discover now