Capítulo 6

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En la tarde, tras la insistencia de la enfermera y la de Margueritte que a su vez habían sido presionadas por múltiples llamadas telefónicas de Cristhian, Liz recorrió la casa valiéndose de la silla de ruedas.

Era un lugar impresionante, amplio y a pesar de la sencillez se notaba lo costoso del mobiliario. Sin mencionar que una casa de aquel tamaño debía ser carísima, aún así desprendía un aire impersonal casi como un espacio esterilizado.

No era una verdadera casa, no era su hogar ni el de Cristhian, era un lugar de paso, adquirido y adaptado para aquella situación especial.

Entró a la habitación que él ocupaba, no había mucho allí, una cama amplia, un sillón, un escritorio con una computadora y un armario con poca ropa.

Nada que hablara de él, ni toques personales.

Ver aquello empeoró su estado de ánimo, en qué diablos pensaba Cristhian al disponer aquella convivencia forzada Y en qué diablos pensaba ella al aceptar, aunque para ser precisos no había aceptado sino que se había dejado llevar, lo había dejado hacerse cargo sin oponer resistencia.

Aquella situación no podía continuar, ya no había nada que los uniera, no podía permitir que él se hiciera cargo de ella ni siquiera bajo la excusa de que no había nadie más que lo hiciera.

Sin embargo también sabía que discutirlo con él no sería fácil, no era alguien que cambiara sus decisiones, oponerse a ello sería iniciar una guerra, y no estaba segura de tener fuerzas para hacerlo.

Él no iba a almorzar ya que le quedaba lejos de su empresa, pero sí salía antes para llegar temprano a la hora de la cena.

Cuando llegó, Elizabeth pensó hablar del tema con él pero apenas lo vio el ánimo se le cayó al suelo, ella ni siquiera era capaz de ponerse en pie, y él se veía tan duro, tan inaccesible. Cada vez que lo observaba los recuerdos se arremolinaban en su mente y aquel hombre de negocios intransigente se superponía con el de antaño.

-¿Ya cenaste?- le preguntó él.

-No aún no.

-Cenemos juntos- propuso Cristhian y ella negó con la cabeza.

-Prefiero comer en la habitación, sola.- él respiró fuertemente como si intentara controlarse o callar lo que iba a decir.

-De acuerdo, como quieras – dijo finalmente y Elizabeth notó que se lo veía cansado. Sin embargo endureció su corazón. Él no necesitaba su preocupación.

La chica se movió dificultosamente con la silla de ruedas, era liviana y muy operativa, pero le costaba manejarla.

-Elizabeth...-la llamó él y ella giró la cabeza.

-¿Sí?

-Nada, olvídalo.

Cristhian estuvo tentado a ayudarla pero se contuvo, sabía que su gesto no sería bienvenido. De camino a su habitación, ordenó que la ayudaran y que le llevaran la cena a Liz, también dijo que él no comería, repentinamente había perdido el apetito.

Para Liz era muy penoso tener que aceptar la ayuda de la enfermera y Margueritte para poder dejar la silla y volver a la cama, aunque todo había sido ajustado para que ella se moviera lo más independientemente posible, no podía soslayar el hecho de que no podía caminar.

Lo odiaba.

Para ella el baile siempre había sido expresión de sí misma, en el escenario se sentía libre, brillaba y era feliz. No existía ni el miedo, ni la soledad, ni la tristeza, ella como bailarina era la mejor versión de sí misma.

Heridas de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora