Capitulo 9

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Aquel día había sido, sin duda, el mejor de toda mi vida. La vergüenza que pasé en la biblioteca se convirtió, unos minutos más tarde, en una alegría inmensa que me invadía todo el cuerpo, junto con los nervios y una sensación extraña, prácticamente imposible de expresar sólo con palabras.

Al día siguiente, volví al instituto muchísimo más contento, animado y, enamorado. No me fijé en si los demás compañeros soltaban comentarios o en qué estaba haciendo Bruno. Sólo esperaba a terminar ese día para salir a cenar con Milo.

La última clase había terminado y Tris me llevó a casa. Pasé los apuntes a limpio y estudié un poco. Para cuando había terminado, ya eran las ocho. Habíamos quedado en la puerta de mi casa a las nueve, así que ya me tenía que vestir y arreglarme. Milo no me había querido decir a dónde me llevaba, así que tenía ganas de que llegara el momento.

La luna estaba alzada, siguiéndonos desde ahí arriba mientras íbamos con el coche hacia el sitio sorpresa. Hacía frío hasta dentro del coche. Milo llevaba un abrigo negro, largo hasta las rodillas y unos jeans azules, y yo sólo me había traído mi ropa de siempre, una sudadera negra con la frase de SATAN SAID DANCE en rojo y con letras sangrientas y unos jeans a conjunto con el color de las letras. Mientras miraba a Milo cómo conducía concentrado, pensaba en que quizá me tendría que haber arreglado un poco más.

El restaurante destacaba con los demás edificios. Tenía una puerta grande de vidrio con la mítica pegatina roja circular. Habían mesas de distintos tamaños, pero todas circulares. Milo le dejó el abrigo al guarda-ropas mientras lo saludaba con un gesto de cabeza. Al quitarse el abrigo, le ví una camisa blanca que le marcaba los abdominales. Nos hicieron sentar en una mesa al lado de la ventana y en seguida vino el camarero a traernos la carta.

- Buenas noches, soy Tyler y seré su camarero ésta noche. Aquí les dejo sus cartas. -nos las dejó sobre la mesa, una delante de cada uno y se marchó, no sin antes hacer una salutación.

Abrí la carta y todo parecía en otro idioma, pero decidí decantarme por la ternera con trufas, sabía lo que era la ternera y lo que eran las trufas, y ambas me gustaban.

- ¿Qué te parece el restaurante? ¿Te gusta? Temía que no te gustara... -Yo estaba nervioso, pero Milo lo estaba aun más, sus piernas saltaban locas debajo de la mesa, aunque sin moverla.

- Me encanta, es... muy elegante, y ese chico... Tyler, es muy guapo -le heché una sonrisa pícara, mientras le cambiaba el rostro a mi cita-. Pero tranquilo, ni punto de comparación contigo, y estoy seguro que no esta ni la mitad de loco de lo que lo estás tú.

Milo sonrió. A pesar de la poca luz que llegaba de la calle, sus dientes lucían blancos, y sus labios besables. Ya no me pude aguantar más, en toda la cita no lo había tocado, así que me levanté de la silla lo justo para llegar hacia él y lo besé. Fué un beso corto porque llegaba Tyler con los platos, pero igual de bonito que los demás.

- Lo siento. Aquí tienen. Que pasen una buena noche, buen provecho. -dijo el chico, algo cortado.

- Gracias -contesté yo, mientras Milo se limitaba a asentir con la cabeza.

- Te quiero Milo -continué con una sonrisa.

- Yo pensaba que te gustaba Tyler, -dijo él, disimulando una carcajada- pero lo prefiero así.

La noche fue tranquila, a penas tuvimos problemas. A Milo se le cayó el vino, supongo que de lo nervioso que estaba, y acabó con un circulo rosado en el centro de la preciosa camisa, que hizo que se transparentara un poco. Tyler se ofreció a quitarle la mancha, pero Milo se negó a hacer un streptease delante de toda esa gente.

Cuando terminamos los platos, todos deliciosos, nos fuimos a su casa para tomarnos la última allí. Me encantaba ir de la mano por la calle, me sentía seguro y querido, hacía mucho tiempo que no lo hacía con nadie.

Me enseñó la sala de estar y nos sentamos en el sofá. Milo se quitó la camiseta manchada, la poca luz que había le marcaba aún más los músculos. Yo me lo quedé mirando atónito, y cuando se dió la vuelta, se dió cuenta que me interesaba más él que la televisión o la botella de vino.

Sin ponerse la camiseta, se acercó a mi y nos empezamos a besar en el sofá hasta que caímos al suelo. Noté una mano desabrochándome los pantalones, y me quité la camiseta.

- Te quiero -dijimos al unísono, y sonreímos.

¿Gay? Yo noWhere stories live. Discover now