Miércoles 25 de mayo 2016//1:38 pm

32 0 0
                                    



Me encontraba sentada en una de las incómodas sillas de imitación de madera que formaban parte del itinerario del salón, esperando con ansias el toque del timbre que indicaría el cambio de clase.
El peculiar sonido de las melódicas nunca había sido mi favorito, trituraba mis tímpanos sin compasión, generando un gran dolor de cabeza.
No llamaría precisamente clase de "Música" a la asignatura presente, parecía más bien un concurso de "Veamos quién puede hacer más ruido innecesario".
Mientras me quejaba internamente, decidí hacer a un lado la aburrida y escandalosa clase y levantarme a mi casillero para revisar si tenía algún pendiente y evitar que se desperdiciara el tiempo.
Al abrir mi caótico casillero, todo lo que contenía estalló sobre mi. El desorden en el suelo parecía reflejar mi vida en esos momentos, o por lo menos mi corazón.
Es ridículo como una persona puede tener tanto poder sobre ti.
Es ridículo como nos invade la co-dependencia, como dejamos que una persona se vuelva parte de nosotros y de pronto sus decisiones afectan por completo nuestra vida.
Es patético. Jugarse el todo por el nada.
Dejarse caer completamente en los brazos de alguien más, confiando en que no te dejarán caer.
Parece masoquista, es demasiado arriesgado.
Es como entregarle una pistola a esa persona, pararte en justo en frente y confiar en que no disparará. Cegados por la ridícula excusa "estoy enamorado".
Es tan precipitado, tan rápido que ni siquiera te das cuenta del momento preciso en el que te enamoras. Te das cuenta en el momento más inesperado, tal vez después de un beso, tal vez mientras caminas de la mano o después de cruzar una mirada. Es un sentimiento extraño, es como si de pronto ya no fueras un entero, sino una mitad de lo que antes fuiste.
Una mitad que solo puede convertirse un entero al estar con esa persona.
Lo peor es que es inevitable, es como si se metieran en tu piel e invadieran cada rincón de tu alma, logrando así convertirse en una parte indispensable.
Y luego se van.
Te dejan sin aire, de rodillas, sin idea de cómo continuar, de cómo vivir con solo la mitad.
Te arrancan la parte que les pertenece, dejándote un hueco en el alma.
Con una simple excusa se dan la media vuelta y huyen del "nosotros".
Te obligan a mentir, a vivir con el constante dolor de estar incompleto.
Hasta que la herida comienza a cerrarse, hasta que los recuerdos se van desvaneciendo y el frío comienza a convertirse en calor.
Hasta que el hielo donde los recuerdos quedaron plasmados comienza a derretirse, transformando así el dolor en solo un sentimiento distante.
Es cuando empiezas a ponerte de pie, cuando te das cuenta de que el sangrado se ha detenido y comienza la cicatrización.
Mientras volvía a la realidad y me agachaba a levantar el desastre de papel que había ocasionado, me di cuenta que lo mismo pasaría con mi corazón; pronto tendría el valor de agacharme a recoger los pedazos, ponerlos en orden y levantarme aún más fuerte que antes.
Claro que iba a tomar su tiempo, pero ahora lo sabía, sabía que todo iba a estar bien.

Crónicas de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora