AUSENCIA

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Como duele tu ausencia en el papel, en las letras, en aquella letanía de párrafos compartidos para llenar las horas vacías de tus noches, de mis noches.

Tus palabras llegaban a cualquier hora, en medio de mi jornada de trabajo, tomaba pausa para leerte y podía imaginarme contigo cerca, casi tocando la nieve de esa cordillera que se avista como telón de fondo en la ciudad donde vives, mientras me enviabas fotos de ella camino a tu trabajo. Yo te respondía con fotos del mar desde la ciudad que habito con la esperanza de que sintieras su aroma a yodo y algas, arena húmeda bajo los zapatos aún en el frio invierno.

Esa esperanza de pasear tomados de la mano, riendo de las mismas cosas que conversábamos a lo lejos, con ganas de que hundieras tus manos en la profundidad de mis cabellos desordenados por la brisa del mar y tocases mis labios como lo hiciste una vez.

Porque llevas el color del mar en tus ojos y la fuerza de la cordillera en los hombros y te extraño en cada verso, en cada promesa vana, mientras el alma se me deshilacha a jirones al no encontrarte en el texto.

Porque un día sin más partiste, dejaste de escribir y no entendía los motivos para este silencio sepulcral que hacía interminables mis horas, teclee muchas veces exigiendo, demandado razones. Sólo una palabra asomó peregrina desde tu chat; "Una carta".

Horas más tarde expusiste; una carta, sólo una carta déjame escribirte, como aquellas de antaño, donde a pluma nos comunicábamos con el ser amado. Te debo una explicación y necesito hacerlo en el papel, nadie jamás me ha enviado una y quiero escribirte a ti, como lo hacían los amantes derramando el torrente de sentimientos que los rebasaba mientras el otro se mantiene expectante a la espera de que aquella misiva arribe a sus manos.

Pero transcurría el tiempo, el chat continuaba mudo y esa carta prometida no llegaba. Una carta; a veces me reía amargamente, para qué quiero leerla, constatar en ella el hecho de que habías dejado de amarme, que ya nada quedaba de lo nuestro, que te estabas desprendiendo. No volví a avistar esa Cordillera que me impulsaba a comenzar el día, no te devolvía las olas del mar, su salado rocío no lograba tocarte.

Tampoco te escribí, no a riesgo de parecer patética, más aún de lo que ya me sentía aunque el alma se me carcomía en dudas te dejé tu tiempo, sin agobios, sin presiones, sin saber que te estaba entregando la libertad.

Porque un día el chat me mostró la explicación más simple que siempre tienen aquellas cosas que juzgamos por complicadas, ahí en tu foto, hermoso y sonriente, aquellos ojos dulces que reflejaban el color del mar, esos en los cuales amaba perderme tocando tu rostro, posaban su mirada en otra, la que te acompañaba en un retrato prefecto de dos enamorados. Creo no exagerar si digo que escuché el crac de mi corazón roto al contemplarte.

Dejé pasar los días haciendo de cuentas que esa dolorosa foto no estaba impresa como un grabado a fuego en mi retina, pero el daño estaba hecho, la observé a su lado, contemplé su rostro y lo memoricé aun sin desearlo, era hermosa, en la fotografía lograste traspasarme la admiración y el deseo con el que tus ojos la miraban.

Crac... crac... crac... me rompiste mil veces; no hablabas, ni siquiera una frase, entonces tomé un respiro hondo y tecleé sintiendo que caminaba rumbo al pabellón de los condenados a muerte. Ya tengo mi respuesta, he aquí la causa de tu abandono y la razón por la que mis horas vacías lloraban sin encontrarte y te lo pedí ese día, bloquéame de este chat amado mío, porque no seré capaz de ver esa foto por un segundo más sin enloquecer; porque si te bloqueo y tú no lo haces aún veré este retrato perfecto de ustedes dos, pero si no haces tendré que eliminar el chat y no me siento preparada para perder el tesoro que contiene. Soy una maldita masoquista que no es capaz de desprenderse de tus letras, de tus audios, de aquellas bellas palabras y frases que fueron solo mías.

No soy capaz, me cuesta el mundo me dijiste, no querías que te soltase porque sentías miedo de que el amor te destrozara; no era miedo de mí, yo jamás te hubiese herido. Eras de otra y eso no te impedía cogerte de mí, no querías dejarme. Llorando te rogué que me permitieras dejarte partir.

Me confesaste que estabas asustado, que tenías miedo, que no lograste abrirte a nadie hasta que me conociste. Que te infundí seguridad, autoestima y un piso firme sobre el cual sostenerte. Entonces yo fui el puente que te permitió cruzar seguro hasta llegar a los brazos de otra para llenar el hondo vacío que habitaba en tu pecho. Mientras me dejaste parada en la orilla de aquel puente colgante, viendo cómo te alejabas para entregarte a ella.

No te importó destruirme de la manera más canallesca y ruin, resguardaste tu corazón a costa del mío. Tenía claro que me habías utilizado para sanar y avanzar, aun así, constatando aquello que en realidad moraba en tu alma, no logré dejar de amarte.

Si me clavaras mil puñales directo al centro del pecho, si tuviese que volver a encontrarte en esta vida y exponerte el alma lo haría, una y otra vez, porque mi amor era ancho y profundo como lo es aquel océano que habita en tus ojos.

El vacío de mi pecho, ese que estabas consiguiendo llenar de a poco, con caricias, besos, con letras y frases cargadas de ternura, se mantiene yerto.

El océano me azotó con sus olas, arrastrándome hacia la playa del dolor, aquella playa donde van a parar los despojos inservibles que el mar arroja en cada resaca, aquella basura flotante que ensucia sus mareas, esa que no le permite lucir la belleza fiera que posee. Así me arrojaste amado mío, lejos de tus aguas.

Intento olvidarte, cada día sobrevivo apenas respirando, con la certeza de que te llevaste las mitad de mi alma y gran parte de mi corazón, mis latidos apenas logro percibirlos, débiles, sin ímpetu. Las ganas de vivir se marcharon junto con tus letras, la cordillera con su nieve.

Me he estado preguntando cada noche, cuánto tarda un corazón en sanar, cuando dejará de doler tu ausencia, pero la respuesta no llega porque nada más pensarlo las lágrimas acuden raudas a mis ojos mojando la almohada y me entregan la respuesta, este corazón continúa roto.

Pero alguien más asomó en mi horizonte, parece una fantasía pues también guarda el mar en sus ojos.
Su carácter tan diferente al tuyo. Alzó sus brazos fuertes para levantarme desde la playa donde me arrojaste con la firmeza de tus olas bravas.
Siempre ríe, alegre, cariñoso gentil.
No lo buscaba, más el me encontró y aunque dudaba me arriesgué a recibirlo y no me equivoqué.
Llena mis días y abriga mis noches, con sus relatos, con su sonrisa, calidez, ese hombre emana calidez.
Como pude tener tanta suerte al volver a encontrar el mar en otros ojos, tan similares y tan distintos a la vez.
Pero sus olas son calmas, su arena tibia, el verde transparente, honesto.
Las oportunidades se presentan cuando menos las esperas.
Me arriesgo a tomarla, quiero sentir que estoy viva, que no me aniquilaste.
Cada noche me dejó mecer por otras olas, sus mareas tibias, me acogen. Me hacen sentir en casa.

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Dosis AmargaWhere stories live. Discover now