Trozos de mi vida

69 5 11
                                    

Abro mis ojos y ya está aquí, puedo olerlo amargo y duro, logra que sienta asco de mi cuerpo. La cercanía del suyo me produce arcadas comienzo, sin poder evitarlo a temblar. Las cobijas que cubren mi menudo cuerpo no logran ocultar los estertores del miedo que me recorre de pies a cabeza, es como si la temperatura de la habitación hubiese descendido abruptamente. Pues él trae consigo el invierno. 

No es mi culpa, he tratado de consolarme con esta pueril frase a lo largo de estos ocho años de abuso constante, pero sin lograr evitar la sensación de haberme provocado esto.

El agobio, la tristeza, el agravio y mi inocencia perdida.

La primera vez solo tenía ocho años _¿cómo pudiste? En la penumbra del santuario de mi habitación irrumpió con su lujuria derrumbando los muros de mi infancia. Atrás quedaron las muñecas, los patines y esa cuerda con la que saltaba hasta sentirme libre como un ave que eleva sus alas buscando migrar al sur, al calor del verano.

Pero mi verano sólo conoció escarchas desde que entraste a mi cuarto y mancillaste mi cuerpo de niña.
¿Debo agradecer que nunca me violaste? Que solo te conformabas con tocarme de esa manera grotesca y asquerosa, sobándose contra mi cuerpo hasta sacar de tus entrañas esa materia pringosa con la que ensuciabas mis pijamas.
Te odié y el vínculo familiar que nos unía hacía imposible acusarte. Ella jamás me hubiese creído, así me lo dijiste un día, riendo con la maldad asomada en tu cara y te creí, porque a pesar de ser mi madre no permitía acercarme y atribular la con problemas.

Eras su hermano menor, regalón, a quién cuidaba de pequeño.

Ya entonces ocultaba de tus padres esas travesuras que pronosticaban el oscuro ser en el que te convertirías, pero ella te amaba, no te veía defectos y por ello me confió a ti cada vez que debía salir a sus quehaceres, sin dudarlo.

Vivías en nuestra casa, la que te permitías recorrer libremente mientras todos dormían, todos excepto yo, porque tus recorridos tenían un fin, llegar a mi cuarto y lo sabía, como cordero al matadero esperaba mi turno.
Nunca fui más que la hija nacida de un error de juventud, del hombre que amó pero que no quiso mantener en su vida, tú conocías los secretos que ella guardaba acerca de mi concepción. Su actual marido ignoraba que yo no era su hija, todos estos secretos me ataban al silencio, callé para salvaguardar la farsa en la que mantenía su vida, la integridad de su matrimonio y permití que tú pisotearas la mía.

Mis noches se llenaron de pesadillas y mis ojos antes llenos de luz se colmaron de sombras.

Quería decirle a alguien, soltar la bomba que cargaba dentro, develar los espantos que se hacían presencia viva cada noche en mi cuarto. Contarle mi padre amado, ése que aunque ignoraba que no llevaba su sangre, me amaba más que a todo, el que me veía con dulzura cada tarde al llegar del trabajo.
Pero cuánto cansancio habitaba en esos ojos. No quise poblarlos también de tristeza y callé nuevamente porque verlo feliz me daba paz y cada vez que dejé pasar aquella oportunidad de gritar la verdad, mi alma se vaciaba por la alcantarilla.

Y callé para que no asaltaras a mi hermana que estaba creciendo, por las amigas que visitaban mi casa y por todas aquellas en quienes posaste tus ojos pederastas y fui mártir de mi propia causa, para que no ensuciases a otras, rogaba para que te conformaras sólo conmigo y en hiel convertí mi sangre.
Pasaron largos ocho años en los que nunca dejaste de venir a mi habitación para hacer infames mis noches y oscuras las madrugadas. Cuando todo en mi vida debía haber estado pintado de colores, tú lo vestías de gris.
Maldito o bendito el día en que advertí sobre ti a mi hermana y ella me confesó que tú habías osado tratar de tocarla, te amenazó con correr a contarle a papá, que chica más lista.
Después de todo el sacrificio que soportó mi corazón y el tormento que le infligiste a mi cuerpo, igualmente te acercaste a ella. El odio se asentó en mi carne y esa noche te esperé sin lograr dormir, como tantas otras , pero con un propósito y un puñal escondido entre mis medias.
Y cuando te deslizaste sobre mi cuerpo como una alimaña, reptando por mis curvas para alcanzar tu perversa satisfacción te esperaba ansiosa por primera vez. Porque había decidido acabar con tu inútil existencia, ya no me importaba nada. Habías tocado lo que más amaba, mi familia, mi hermana pequeña y lo ibas a pagar.
Y te asalté de pronto sin que te dieses cuenta porque tus ojos estaban nublados de deseo corrompido, había cumplido dieciséis y sentía que esta vez, alimentada por la rabia y el odio, la fuerza me acompañaría para culminar mi noble labor.

Dosis AmargaWhere stories live. Discover now