Un capitán demasiado perspicaz

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La cena era la peor hora de la jornada. Todos los hombres, salvo a los tres que quedaban de guardia, se reunían en una sala que parecía haber visto tiempos mejores, con una lámpara colgante que no era ni limpiada ni encendida hace años, y que parecía recordarles con burla que pertenecía tanto a ese barco como ellos al lugar de donde la habían sacado.
El cansancio y la bebida eran los compañeros constantes de un grupo de hombres marginados, que parecían totalmente a gusto entre mesas gastadas y sillas de patas rotas, remendadas con madera de diferentes colores. Hardy comió rápido, como cada noche, esperando poder ir a su litera y disfrutar del silencio aunque fuese solo un momento.
Acabó su pescado en cuestión de minutos, levantándose de la mesa entre burlas que nunca se hacían esperar, y caminó sin prestarles atención hasta abrir la puerta que daba al pasillo, para subir por la estrecha escalerilla que daba al aire libre. Dejó que la puerta tras de sí se cerrara de golpe, sin molestarse en revisar el pestillo, y caminó bajo el alero de la luna, masajeandose las sienes en un gesto aprendido de Huracán que pretendía liberarla de un dolor de cabeza imaginario.
Con sus antebrazos apoyados sobre la barandilla, tomó como cada noche el trozo del tesoro y una fina línea se dibujó en sus labios. Se preguntó qué era lo que había provocado todo ese desastre: Si el que el tesoro hubiese sido robado o la estupidez que había cometido catorce años atrás. Decidió que era una mezcla de las dos cosas, y giró la roca entre sus dedos, apuntando en un instante a la derecha y luego a la izquierda.
La roca seguía guiándola hacia tierra con un brillo lúgubre, siempre y sin error.
―¿Qué tienes en la mano? ―la voz profunda y ronca de Huracán la despertó de su letargo, poniéndola en alerta. «Maldito pedazo de carne con piernas» pensó hastiada. Cuando creía que ya no la podía llevar peor, aparecía de la nada la fuente constante de sus pesadillas.
―¿Por qué quieres saber? ― preguntó Hardy de vuelta, sin una gota de diplomacia, mientras guardaba el trozo del tesoro en el bordillo de su pantalón.
―Por que creo que eres una mentirosa ―. Hardy se giró de mala gana y una vez más se encontró con una fuerza invisible ante los ojos de Huracán. Quería arrancarle todos los cabellos cobrizos uno por uno hasta que el bloqueo se desvaneciera. Pero resistió el impulso. Quizás esa era la oportunidad que había estado esperando.
―Imagino que sabes reconocer a uno por experiencia propia ¿No? ―. Hardy sintió como un puño la levantaba del borde de su camisa, encontrándose a la altura de los ojos de Huracán y sintiendo sus pies balancearse en el aire.
―Tú y yo vamos a tener una conversación, ahora mismo.
Huracán no esperó una respuesta, y arrastró a Hardy por la cubierta hasta llegar a su cámara cerrando tras ellos la puerta de golpe y bloqueando el paso de la sirena a cualquier otro lugar. Hardy hizo acopio de toda la fuerza de voluntad que tenía, y con su mano derecha alejó al capitán lo más lejos que su brazo le permitía. Respiró una vez más, tratando de componer una sonrisa aprendida y con un gesto de su mano libre le señaló a Huracán la pequeña mesa que se encontraba en la esquina de la cabina.
El capitán arrugó el ceño y la sirena logró ver una mueca en su boca mientras ambos se acomodaban en las sillas, manteniendo la mayor distancia posible entre los dos.
La cabina tenía ese olor a sal y humedad propio de las embarcaciones, pero sin la compañía del tabaco, que era el único placer del que Huracán no disfrutaba. Hardy juntó sus manos sobre la superficie irregular de la madera y miró a Thorn a los ojos, sintiendo como su espalda se tensaba en anticipacion.
―Bien, ¿Qué quieres saber?
―Quiero que me digas quien eres, de donde vienes y qué haces aquí ―. Huracán se inclinó sobre la mesa, acortando la distancia entre ambos. La sirena relajó los hombros con cierto alivio, ahora que sabía que él estaba dispuesto a escucharla.
―¿Qué fue lo que me delató? ―preguntó Hardy, más para si misma que para el capitán.
―¿Además de que la costa este de Terento no tiene piedras rosadas?, Tu ropa. Creo que ese estilo ya era antiguo cuando mis abuelos nacieron ―. Hardy abrió la boca sorprendida. Que la ropa la delatara le parecía entendible, hace siglos que no se topaba a un humano, pero que las piedras rosadas ya no estuvieran ahí era una grata novedad. Asintiendo en señal de comprensión, se cruzó de brazos y comenzó a hablar.
―Antes que te precipites a conclusiones, quiero que sepas que vengo en son de paz. Mi nombre real es impronunciable en esta lengua, pero lo más cercano a una traducción, es Hardy Arjhun.
»Pertenezco al pueblo de Ignus y soy una de las princesas del clan de Argos, además de la actual guardiana del tesoro de Ush. En tus dominios no aparento más de veintitantos años, pero en los míos ya he vivido tres siglos humanos.
»Durante los últimos cientos de años la relaciones con otros pueblos submarinos han sido un tanto tensas, los humanos con sus barcos cada vez más grandes han hecho que muchos seres se desplacen hasta el territorio de Ignus y eso solo ha enardecido los problemas que ya existían con ellos por causa del tesoro. Durante las festividades de la primavera pasada, en la ceremonia de ascensión de uno de mis hermanos como líder del clan, sufrimos un ataque inesperado y en medio de todo ese caos, algún imbécil decidió que era buena idea robar el tesoro y llevarlo a tierra. Y así es como terminé aquí.
Huracán la miró un segundo en total silencio antes de que un ataque de risa se apoderara de él, sacudiendo su pecho de forma incontrolable. Hardy lo miró estupefacta.
―¿Esperas que me crea que eres una sirena?
«Pues si no me crees...», pensó Hardy, mientras separaba sus brazos, levantandolos a la altura de su cintura con las palmas de las manos abiertas. Bajo la mirada atónita del capitán, los pequeños artículos personales que poseía empezaron a elevarse de sus mesas y estanterias, mientras una corriente humeda hacia remolinos circulares a su alrededor, elevando el cabello de la sirena, que parecía flotar bajo un mar invisible. Cuando Hardy notó la mandíbula abierta de su acompañante, dejó caer las manos y con ellas todo lo que había flotado, provocando que mapas, frascos y tinteros rodaran por el piso.
―Por todos los mares ―dijo Huracán, carraspeando ―. Esto cambia un poco las cosas, pero tiene más sentido que toda la sarta de mentiras que has repartido por la tripulación. Si quieres un consejo la próxima vez que mientas asegúrate de que en Terento exista gente con el cabello plateado ―finalizó, mientras Hardy le respondía con una mueca involuntaria.
―Si sospechabas de mi, ¿Por qué no preguntaste antes?
―Necesitaba estar seguro, pero cuando vi esa roca en tu mano esta noche...Me pareció claro que mis dudas tenían asidero.
Hardy asintió con la cabeza. Huracán desvió la vista un instante, como si no estuviera seguro de que hacer a continuación. La sirena lo miró intrigada, y no le sorprendió en absoluto el sútil deseo que la invadió por saber que pensaba realmente su capitán.
―Así que digamos que te creo toda esta historia ―continuó Huracán, como si aquella pausa no hubiese existido―. Si vas a seguir en mi barco necesito saber un par de cosas. Primero, pude sentir la llamada del océano. O más bien mi cuerpo con instintos suicidas lo hizo. No intentes negarlo, que yo a buenas de primera ni loco me lanzo a salvarte. Ahora, me gustaría saber ¿Qué tengo que ver yo en todo esto? ―. Hardy vio como Huracán entrecerró los ojos sin perder de vista sus labios, que estaba segura habían formado la línea más delgada del mundo de tanto fruncirlos.
―Nuestro oráculo menciono unas cuantas cosas que coincidían contigo y tu barquito. Y ya puestos yo debería recuperar el tesoro con tu pseudo ayuda. Pero es solo un oráculo, no puedes esperar que tenga las respuestas a todo en el universo ―. La sirena vio como una vena se hinchaba en el cuello del capitán ante la mención de la palabra barquito, pero nadie le iba a quitar la satisfacción de molestarlo. Y tampoco estaba de ánimos para contarle que técnicamente el oráculo no había mencionado nada. Más bien había hiperventilado mientras la obligaba a huir en medio de la noche después de haber cometido unos cuantos errores bastante garrafales.
―Segundo: Suponiendo que aceptó ayudarte, me gustaría saber porque es tan importante ese tesoro ―a Hardy no le pasó desapercibida la curiosidad en las palabras de Huracán, pero tenía claro que como buen hombre de mar, no dejaría pasar la posibilidad de ponerle las manos encima a algún tipo de recompensa.
―Si no lo recupero, mi pueblo dejará de existir como lo conozco ―el capitán se rascó la mejilla.
―Tercero, ¿Qué clase de tesoro es ese que estalla guerras y te manda en una tormenta a un barco lleno de bestias? ―Hardy se mordió el labio y enterró sus dedos en su melena rubia.
―La clase de cosa brillante que estalla guerras en tu mundo por igual.
«Y la clase que te hace inmortal», pensó Hardy, sin atreverse a abrir la boca a sabiendas que podía arruinarlo todo otra vez.


Hola a todos :D Como ya os había comentado, estoy de vuelta para seguir escribiendo esta marina historia

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Hola a todos :D Como ya os había comentado, estoy de vuelta para seguir escribiendo esta marina historia. Debo confesaros que está siendo todo un desafío, en especial porque Hardy es un personaje que va a suponer todo un cambio en relación a los personajes que leísteis en DPYC #1. Pero espero que os esté gustando, y ya sabeis, soy feliz de leer vuestros comentarios así que aquí estoy si quereis conversar :D Saludos acuáticos, Savvie.

Huracán Thornbird - Los Seis Reinos #2Where stories live. Discover now