Capítulo 2: La cosecha

Começar do início
                                    

Cuando salgo de la ducha intento desenredarme el pelo yo sola, pero al final me rindo y coloco la mano sobre el panel que envía una corriente eléctrica para secar y peinar mi cabello rubio. Suelto una risita nerviosa pensando en que mi pelo rebelde pudiese ser un problema cuando esté en la Arena.

Me pongo el vestido blanco: es precioso, aunque sencillo, así que no creo que destaque frente a los demás. A saber qué horteradas se pondrán el resto de chicos y chicas del Capitolio... Si es que llegan a la cosecha. A lo mejor les da un ataque de ansiedad antes.

Bajo a desayunar y reflexiono si debería comer menos de lo habitual para acostumbrarme, pero decido que será mejor acumular unas cuantas reservas, así que me preparo unos huevos con bacon y unas tortitas con mermelada de arándanos.

Me pregunto qué diría mi madre: ella siempre está a dieta.

No paro de pensar en mi futuro. ¿Dónde moriré? ¿En el baño de sangre? ¿De hambre?

Nunca he probado a cazar. En cuanto a armas sólo sé que soy malísima lanzando cuchillos, porque una vez fui de excursión a una de las Arenas de los Juegos y participé en una reconstrucción de los hechos. Me tocó manejar un cuchillo; digamos que fui la primera en «morir».

Sinceramente, habría preferido usar el arco.

Y no por nada; ese arma tiene una especie de atracción especial hacia mí.

Desde que vi a Katniss en sus Juegos manejándolo como nadie siempre he querido aprender a usarlo: tensar la cuerda, preparar la flecha, respirar hondo y acertar en el objetivo siempre me ha parecido una sensación fantástica, aunque nunca la haya experimentado.

Supongo que escoger ese arma será lo primero que haga en el Centro de Entrenamiento.

Es curioso, siempre me decía a mí misma que tenía que tirar con arco alguna vez antes de morir.

Cuando salgo de casa me pregunto si debería coger mis llaves pero, ¿para qué?

Nunca voy a volver a este lugar.

Nunca volveré a casa.

Aunque, pensándolo bien, en el Capitolio nunca me he sentido «en casa». Ser la chica rara hace que estés todo el día pensando en por qué eres diferente, por qué no eres como los demás, por qué te ha tocado a ti entender las cosas. Por eso, algunas veces, me planteo la conclusión de que no he nacido para vivir sin preocupaciones. Que estoy aquí para vivir una aventura.

Que mi destino siempre ha sido ir a los Juegos del Hambre.

Y ese pensamiento es el que me da fuerzas para cerrar la puerta a mi espalda y seguir caminando hacia la plaza Mayor.

Tardo aproximadamente 10 minutos (vivo a dos manzanas de la plaza principal del Capitolio, pero el vestido me hace ir más despacio). Cuando llego, está abarrotada.

Hay chicos y chicas de doce a dieciocho años, cada uno aparentando como tres más por todas esas modificaciones que se han hecho, excepto los más pequeños (es decir, en comparación, parece que los de trece años son más mayores que yo).

Me dirijo tranquilamente a la zona llena de colores y brillos que corresponde al cartel en el que puede leerse «15 años». Los chicos que hay aquí me miran extrañados. Bueno, no me sorprende. Aquí soy la única que no lleva el pelo con un recogido extravagante, o un traje que deslumbra a todos en un radio de dos kilómetros.

También hay otra diferencia: los demás están temblando. Bueno, supongo que yo tuve tiempo para temblar cuando presencié el asesinato de mi abuelo en televisión. Aunque realmente, no lo asesinaron, sino que murió ahogado. Katniss disparó a Coin, la presidenta del distrito 13. Según escuché y más tarde deduje por mí misma, el Sinsajo se enfadó mucho con ella al darse cuenta de que fue su plan y el de su primo Gale el que mató a su hermana, Prim. Sí, recuerdo esa explosión. La vi por televisión en mi refugio, las cámaras de seguridad lo grabaron todo.

Capitol is not my homeOnde as histórias ganham vida. Descobre agora