EPÍLOGO

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Había pasado tan sólo una semana desde que sabía que no lo vería más.

Era difícil asimilarlo. Lo veía casi a diario y, después de tantas cosas, se había vuelto un de vez en cuando.

Me había enterado, cuando seguí la carroza minutos después y me presenté en su entierro, de cómo había partido.

Escuché a dos mujeres conversando, no estaba segura de qué o quiénes eran pero hablaban acerca de lo que había acontecido y eso era lo que realmente me importaba.

Sus palabras habían sido tan directas y sólidas que me despojaron del alma: "No puedo creer que se haya quitado la vida, se veía tan feliz. Y mira cómo lo fue a encontrar su padre: lleno de heridas múltiples en los brazos, desangrado y drogado en su habitación. Dios mío. Pobrecillo."

No sabía cómo actuar ante aquello, él no había sido mucho en mi vida pero sí bastante en mi corazón.

Sentía que, aun a pesar de lo acontecido, lo volvería a ver dentro de un par de días y sentiría de nuevo aquel roce de él conmigo. Pero, después, recordaba lo que había pasado y toda pizca de emoción se desvanecía con brutalidad.

Ya no, no lo iba a ver nunca más.

Jamás me había considerado buena para las despedidas. Estaba acostumbrada a los hasta luego.

No cabía en mi cabeza la idea de no ver más a alguien. Estaba tan acostumbrada a tenerlos a mi lado que, cuando ya no estaban ni estarían más, quería creer que seguían conmigo.

No podía desprender ni su rostro ni su voz ni su aroma ni alguna otra cosa suya de mis recuerdos.

Y era porque un "adiós" no era sin un "hola" antes dicho, no existían despedidas sin saludos. Siempre habría comienzos con finales, finales siendo un nuevo comienzo pero nunca un final sin antes haber comenzado.

La vida era un cofre con un sinfín de sorpresas. Podías encontrar buenos, malos, tristes, felices y agridulces momentos.

Podías tenerlo todo y  repentinamente nada, o viceversa.

Algo podía ser poco y volverse mucho, o al revés.

Alguien podría estar e irse, o haberse ido y volver.

Sentirías muchas cosas y de pronto ya más nada, o pasarías de ser alguien seco a la persona más alegre del universo existencial.

De ser la gran cosa, lo que sea podría perder su gran valor; o de no valer nada, podría valer más que cualquier cosa.

Así era la constante lucha que implicaba vivir, así siempre sería.

Estarías en la cúspide de la felicidad y caerías de la nada en un pozo más profundo de lo que pudieses soportar. O tendrías unos días muy amargos y, de repente, todo comenzaría a sonreírte.

Era un constante cambio, de bueno a malo, de malo a bueno, de bueno a mejor, o de malo a peor.

Siempre subiendo y bajando, en un recto, curvo o zigzagueante camino, acelerando o yendo más lento.

No podríamos nunca acostumbrarnos a algo. Esa siempre sería la Ley de Oro en la vida: "No te acostumbres, nada nunca es para siempre".

Era la verdad, y la verdad dolía.

No puedes controlar lo que sientes ni evitarlo. Simplemente, no está a tu disposición el manejo de tu corazón. Lo único que podrías hacer para permanecer cuerdo y listo, era preparar tu cerebro y sentidos para soportar, tolerar e ir contra marea con tal de mantenerte de pie.

Era cosa de toda la vida. Las luchas de ésta no acabarán jamás, y eso, es importante tenerlo claro.

La gente cambia; la mayoría se va y muy poca se queda.

Vas a pasar por momentos difíciles, y eso lo sabes. Pero es importante tener la convicción que te haga capaz de no ser derrumbado.

Recuerda: si alguien se va, tú no te vas con él o ella, tú te quedas contigo mismo. Y tienes que luchar por estar bien y seguir avanzando.

Si pasas por malos momentos, es bueno recordar también la gran princesa de hierro que eres y combatir a esa guerrera de seda vulnerable que no te deja avanzar. O acordarte del príncipe de acero y no seguir haciéndote el caballero de goma.

Todo pasa. Los cambios son inevitables, impredecibles e inciertos; pero, si te mantienes listo y decidido a amoldarte a lo que venga, ¡dale! Todo será más fácil.

Yo sé que no volveré a ver más a Adrik. Y me dejó claro que no debo rendirme, porque quizás parezca importarle a nadie, pero siempre habrá un alguien que sufra a causa de mi malestar. Y aunque sea por ese alguien, debo mantenerme de pie.

Con la vista en alto y determinación para seguir. Agradezco que él haya cambiado y marcado mi vida, por muy insignificante que haya sido su presencia en ella.

Siempre recordaría a mi —extraño y desconcertante— amor a primera vista: el chico del autobús.

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»¿Escucharon la canción de multimedia? Me encantó desde que la hallé vagando por ahí en YouTube, me sorprendí mucho pues cuenta prácticamente la historia como un resumen. Es preciosa.

Habrá una "secuela". No lo sería del todo, pero contiene unas cosas de Adrik y un asunto pendiente.

Ya está publicada, se llama: "Notas a la idiota de la que me enamoré".

Y, eso es todo, muchas gracias. All the love ❤.

—D. A.

El Chico Del Autobús {HDC Vol. 1}Where stories live. Discover now