V E I N T I C U A T R O

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Un miércoles nublado. El cielo pintado de un azul grisáceo y una leve brisa recorriendo las calles y envolviéndolas con su frescura.

Después de días, aún con el recuerdo de Adrik frente a mí y las ganas de cruzarme con él en cualquier momento, iba saliendo de las clases de danza.

Era verdad que hacía rato no me lo topaba ni en el autobús ni en la calle ni en algún otro sitio, pero aún guardaba el sentimiento de cercanía y sabía, con algo de certeza, que estaba por ahí y nos veríamos dentro de poco.

Antes de cruzar la calle para dirigirme a la boutique de mamá y Kendra, noté una carroza fúnebre seguida de varias personas cariacontecidas.

Me detuve y esperé a que siguieran su afligido camino hacia el panteón más cercano de por ahí.

Por la taciturna calle, podían escucharse claramente los sollozos y lamentos de aquella gente, sufriendo por una persona menos en su vida.

Qué pena.

No era la primera vez que veía algo así, eso ya era más que habitual, sucedía con mucha frecuencia pero no era algo que se me hiciera normal aún. Era raramente doloroso.

Me dediqué a recorrer varios de los rostros que pasaban por ahí, acompañándose unos a otros en su pesar.

Muchos desconocidos, que se me hacían algo familiares. Era como si los hubiera visto antes.

Mi mirada se detuvo bruscamente y se posó en dos personas en especial. Una demacrada cara de notable edad y otra más de finos y tiernos rasgos sin igual.

Mila y su padre...

Analicé a algunos otros y pude percibir la presencia de los amigos de Adrik, aquellos con los que cierta vez lo había visto divertirse. Pero él no estaba allí a su lado...

—¡Mi hermanito! ¡¿Por qué?! ¡No, no, Adrik, despierta! ¡Hermanito, no te vayas, por favor! ¡Tú no! ¡Prometiste que siempre estarías a mi lado! —Mila comenzó a llorar más y más intensamente y se aferró a las prendas de su padre.

Éste la cargó y, compartiendo su sufrimiento y derramando también cientos de lágrimas saladas, la abrazó con fuerza.

El corazón se me hizo añicos dentro del pecho, la fuerza de mis piernas pareció desaparecer y sentía la gravedad queriendo atraerme aún más hacia el suelo. Con todo el cuerpo tenso, los nervios más que crispados y los ojos ardiendo, unas pequeñas lágrimas se escaparon de mis ojos.

No podía creerlo, eso no podía ser cierto. No había pasado. Él no..., él no podía haber muerto.

Tenía mucho por delante, debía cuidar de su hermana, instruirla, guiarla, protegerla. Pero él... ya no estaba.

Sin ser nada, llegó a significar todo y ahora... se había ido.

Las lágrimas no dejaban de caer y yo permanecía en shock.

Adrik había muerto...

El Chico Del Autobús {HDC Vol. 1}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora