16. Cuando hay amor, se es capaz de todo. (Lésbico/Yuri)

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Sinceramente, no creo que existan palabras en el diccionario para describir lo que llegaba a sentir en ese momento. El metal frío que apretaba mis muñecas se suponía que reflejaba mi falta de libertad, cuando ésta hacía tiempo que no estaba. La penumbra de aquella celda intentaba hacer más solitaria la estancia, pero la soledad ya me consumía desde que ella se fue. De ella sólo me quedaban su reloj y sus recuerdos. Reloj con el que hablaba como si fuera ella, como si así ella pudiera escucharme. Sabía perfectamente que no era así, que no era ella, pero era lo único que me quedaba. ¿Qué podía hacer sino?

Alguien venía. El sonido de sus pasos era cada vez más fuerte. Asustada, apreté el reloj con fuerza y lo guardé donde pude. Era lo único que me importaba proteger. Era lo único que me quedaba. Puse mi rostro en mis manos, pareciendo así una pobre chica inocente que no sabe por qué tiene que estar ahí. Eso era totalmente mentira, pero ellos no lo sabían.

-Rodolfa, el comisario quiere verte-dijo un amigo de mi difunto marido abriendo la puerta

-De acuerdo-me levanté tímidamente

-Lo siento por lo ocurrido, por lo menos ya se ha hecho justicia-puso tristemente su mano sobre mi hombro y yo asentí con la cabeza fingiendo que su muerte me dolía

Así pasó con todos los policías que nos fuimos encontrando por el camino. Me daban el pésame tanto que parecía que iban a resucitar al difunto. Inocentes, no saben quien era el monstruo que tanto echaban de menos. Si lo supiera, si supieran la verdad, me darían el pésame por ella, no por él.

Finalmente, llegamos a la sala de interrogatorios. Ahí estaba el nuevo comisario. Iba de luto, tenía los ojos hinchados por las lágrimas y una cara de no querer seguir viviendo. Era el hermano de la mujer de mis sueños, de la difunta mujer de mis sueños...

-Hola, Carlos-saludé con plena confianza

-No me saludes con esa confianza, los dos sabemos que ha muerto por tu culpa-me miró con odio, con una mirada que petrificaba a cualquiera

-Créeme, eso es lo que realmente me está torturando, no llevar estas esposas-señalé mis muñecas

-Te voy a explicar lo que la gente cree que ha pasado, después me vas a contar lo que realmente ha pasado y entonces, cumplirás la condena que te mereces

-No hay mayor condena que no tener a tu hermana entre mis brazos-suspiré

-Eso lo puedo decir yo, no tú-golpeó la mesa con rabia, la ira lo consumía. Era normal, a mi también me había pasado. Su hermana era... era porque estaba muerta... una mujer dulce, que iluminaba la vida de cualquiera con su vista positiva del mundo y sus ganas de ayudar a los demás. No era capaz de hacer daño a alguien, sólo sabía curar heridas, como hizo conmigo... Bueno, hay veces que es mejor no recordar los tiempos de felicidad, estos hacen que los momentos tristes pesen más.

-Empecemos-tragué saliva

-Bien, la gente cree que mi hermana es una asesina y tú, su cómplice. El cuerpo de tu marido apareció muerto y ya sabes que hoy, 23 de Octubre de 1960, agredir un policía tiene sus consecuencias y ya matarlo, ni te cuento. El problema fue que no sólo echaron la culpa a mi hermana de asesinato, sino también de secuestrarte. No me dejaron mover ni uno de mis hilos para demostrar la inocencia de mi hermana, no querían escucharme, también, las órdenes eran desde arriba. Siempre la hija de un burgués tiene más derecho que la de un relojero, ¿no?-me miró de arriba a abajo con cara de asco

-Y la mataron gritándole asesina, yo me quedé cuidándola hasta que su alma se desprendió de su cuerpo para ir directamente con Jesucristo. Diciéndome entre sus últimos suspiros...-noté como las lágrimas empezaban a brotar-que me quería y que siempre lo había hecho, que prefería morir entre mis brazos que no tenerlos, que había hecho que su vida cobrara sentido. Le dije que era recíproco, ella sonrió iluminando todo a su paso y me dio el reloj que le di-agarré el reloj con fuerza-diciendo que ella estaría con él y conmigo, protegiéndome hasta el fin de mis días. Después, se desplomó y yo lloré al ver que ya no la tenía. Eso te lo pudieron contar tus hombres.

Relatos homosexuales.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora