Capítulo 3

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He olvidado papeles importantes y no quiero que mi padre me regañe por ello. Sé que llegaré tarde, pero no tengo otra opción.

Subo por el ascensor y al deslizar la tarjeta magnética veo a Loren en el sillón. Me río levemente y al observar que está dormida con un tazón de uvas entre manos, sonrío aun más. Me acerco a ella, le quito el tazón y lo dejo a un lado. No puedo enfadarme con ella, lleva cuidándome desde que me mudé solo aquí hace casi cinco años, ha trabajado para mamá casi toda su vida y es parte de mi familia.

Miro a mí alrededor y busco a Iris, pero no la veo por ningún lado. Bajo el volumen de la televisión y decido recorrer el pasillo hasta mi habitación. Oigo ese familiar sonido de la cama, ese familiar y particular sonido, e imagino dos opciones, pero me quedo con la número uno y cierro los ojos antes de abrir la puerta. Puedo imaginarlo, de hecho, puedo oírla reír y sé lo que está haciendo. No sé qué hacer, contengo mi risa y decido abrir la puerta de la habitación. Lo hago lentamente para darle tiempo, pero cuando por fin la abro del todo ella enreda uno de sus pies en las sábanas y se cae de cara al piso. Sus brazos ayudan a amortiguar su caída, pero su posición exagerada hace que contenga una sonrisa. Jamás imaginé algo así y es lo más dulce que he visto.

—Eh... Hola... —me dice con una sonrisa que puede expresar todo su miedo. Me muerdo la lengua para no estallar en risas y luego me inclino para ayudarla.

—¿Estás bien?—pregunto fingiendo que aquí nada ha sucedido.

—Eh... Sí, bueno, si supones que yo... Me he roto el cráneo en dos pedazos —murmura con esos inmensos ojos verdes que me miran con miedo, timidez y algo de vergüenza. Verla es tierno y no quiero reírme en su cara aunque muera por hacerlo.

La ayudo a ponerse de pie e inspecciono su cabeza para comprobar que todo está en orden.

—¿Te duele algo? ¿Estás bien?

—Sí —me dice rápidamente—. Yo solo estaba... ... ¿Por qué estás aquí? —pregunta tomándome por sorpresa. Esa pregunta hace que enmarque aún más las cejas y la mire con incredulidad. No es una pregunta curiosa, es una pregunta que esconde un regaño.

—Es mi casa, Iris.

—¿Me vas a despedir? —pregunta con un hilo de voz mientras que agacha su cabeza y mira al suelo. Puedo ver lo mortificada que está y toda la dulzura de antes se multiplica mucho más. Esta chica tiene algo especial.

Finjo que no la he oído y entro a la habitación. Veo sus zapatillas y unos calcetines rosas con mariposas que hacen que suelte una risita. Tomo los sobres de papel que descansan a un lado de la carpeta de diseño color rosa de Iana y luego me volteo a verla. No sé qué decirle, tal vez mi silencio sea bueno.

—Si vas a despedirme en mi primer día de prueba está bien, pero al menos ten el valor de decírmelo —espeta molesta y me toma por sorpresa de inmediato. Doy un paso hacia ella, pero retrocede—. ¿Estaba saltando en tu cama? ¡Claro! —grita—, ¿Estaba jugando como niña de dos años en vez de arreglar tu habitación? ¡Por supuesto que sí! ¡Solo me divertía porque sé que jamás en mi vida tendré una cama así y si lo hago en la mía probablemente se rompa así que si te enfadas es porque eres un... Un...

La miro fijamente y amago una sonrisa. No podré resistirlo.

—¿Un qué?—le cuestiono sonriendo. Ella parece molestarse más y eso me gusta. Es un buen comienzo de semana.

—Tu... tu eres un... Un... ¡Aburrido! ¡Lo dije, eres un aburrido!

No puedo soportarlo y comienzo a reír. La miro por unos segundos y luego río de nuevo. No sé si estoy riendo porque recuerdo su caída una y otra vez, si río por ver su cara roja de enojo o si río por ambas cosas. Iris Dankwoth es una caja de sorpresas. Ella observa a nuestro alrededor y luego trata de no reír, pero no puede hacerlo. Esa dulce risita escapa de sus labios y veo como sus hombros se mueven con ella.

ALEX - Deborah Hirt ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora