Diciembre del 2010

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Un suave beso en la mejilla despertó a Abril de sus sueños. Sonrió incluso antes de abrir los ojos: conocía a la perfección esos labios de algodón. Sintió dos besos sobre sus párpados cerrados, y su sonrisa se ensanchó.

—¿Te he dicho ya que eres hermosa? —escuchó a Santiago preguntar en medio de un susurro.

Ella asintió.

—Algunas cien veces por día, creo.

—Pues eres hermosa.

Abril sonrió de aquella forma que Santiago tanto amaba, radiante. Ella llevó las manos a cada lado de las mejillas del muchacho, y lo acercó para plantarle un beso en los labios.

—Te amo, Santi.

—Y yo te amo a ti, Abril.

Ellos sonrieron, y sus labios se encontraron una vez más. Aún en medio de la oscuridad, sus manos reconocieron el cuerpo del otro, avanzando sin dudar.

Los labios de Santiago hicieron un camino de besos al rededor del cuello de Abril, al tiempo que ella lo acercaba más a su cuerpo, acariciando el cuello del muchacho.

No era la primera vez que estaban así, tan cerca, con toda la bruma de sentimientos a su alrededor. Y ya lo habían conversado: querían esperar sólo un poco más.

Pero diablos, a veces se les hacia tan difícil, que resultaba un tanto doloroso.

—Santi... —susurró Abril cerca del oído de su novio.

Muy a su pesar, posó sus manos en cada hombro de él, alejandolo un poco.

—Prometimos que... —comenzó ella, pero no hizo falta que dijera más: el muchacho se apartó un poco, y se quedó acostado junto al cuerpo de la pelirroja.

—Lo sé, lo siento —susurró en la oscuridad.

Para ambos costaba casi lo mismo esperar, hacer el esfuerzo casi sobrehumano que suponía alejarse del otro cuando cada centímetro de sus cuerpos estaba deseando más y más.

Ambos soltaron un suspiro.

Abril rodó sobre su cuerpo y dejó caer su cabeza en el pecho de Santiago: allí era capaz de escuchar los latidos de su corazón.

—¿Crees que en realidad tengamos que esperar más? —preguntó ella, tras esconder su rostro en el pecho del muchacho—. Yo te amo, Santi, y creo que nos estamos castigando.

Él soltó una risita, y enredó los pelirrojos mechones de su chica entre sus dedos.

—Tal vez no deberíamos hablarlo justo ahora. Ya sabes, en esta oscuridad, estando tan cerca, tú siendo tan sexy...

Esa vez fue el turno de Abril para reír.

—¡Estoy hablando en serio, Santi! —se quejó—. Yo siento... Siento que podemos dar ese paso.

El castaño suspiró, y haciendo acopio de su fuerza de voluntad, dijo:

—Hablémoslo mañana, ¿sí? Cuando estemos un poco más... relajados.

Santiago adoraba a Abril, y lo último que quería era que las cosas entre ellos se pusieran extrañas. Apenas un par de días atrás ella le había dicho que no se sentía preparada, y él no quería que la primera vez de ambos se viera opacado por el arrepentimiento.

Ella pareció entender los motivos de Santiago, pues no refutó.  Se limitó a permitir que el silencio los embargara, y poco a poco, el sueño fue acaeciendo sobre ellos hasta que finalmente, ambos se quedaron dormidos.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora