Capítulo 1 | Te he vuelto a encontrar

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La suave brisa golpeó el delicado rostro de Abril en el instante en que bajó del auto. La chica miró hacia la calle, que se extendía a lado y lado de donde se encontraba, con nostalgia. Tres años habían pasado ya desde la última vez que estuvo en aquel sitio, cuando se marchó con el corazón herido, dejando a todos los que quería atrás, incluyendo a Santiago. Una sonrisa melancólica cruzó por su rostro al recordar cuanto le había dolido aquella despedida.

Miró hacia la casa que había llamado hogar durante seis años y luego, sus ojos corrieron a la casa de al lado, y una sonrisa tiró de sus labios: aquel lugar había sido testigo de tantos momentos que habían marcado su vida. Abril se preguntó, con un anhelo creciente, si aquel niño —convertido en adolescente para el momento en que se fue— que tanto había amado viviría aún allí, o si se había vuelto a enamorar, o si al menos la recordaba. Más allá de eso, se preguntó si cuando la viera, lo haría de aquella manera en que lo había hecho en el pasado, de aquella forma en que sólo él era capaz.

Unas fuertes manos se posaron sobre sus hombros.

—Hemos vuelto, hija —sonrió el hombre, quien también miraba con una sonrisa a la casa.

Abril sonrió.

—De todos los lugares donde hemos vivido, esté ha sido mi favorito. Aquí, Amber, tú y yo, decidimos empezar a ser una familia.

La sonrisa del hombre flanqueó, y sus ojos corrieron en dirección a la mujer que caminaba hacia ellos.

—Jamás debí defraudarla. De no haberlo hecho, jamás nos habríamos ido.

—El pasado ha quedado atrás —le recordó Abril a su padre—, Amber te lo ha dicho. Cuando decidieron vivir juntos, aún no habías sanado algunas heridas. Pero ahora es tiempo de comenzar desde cero.

Amber se acercó con paso decidido hacia su hijastra y esposo, y los rodeó con sus brazos.

—Este es un nuevo comienzo —susurró—. Vamos a volver a empezar en el sitio que jamás debimos dejar atrás.

Sonriendo una última vez en su dirección, Abril se alejó de sus padres, tomó una de las cajas del baúl, y caminó hacia la enorme casa blanca.

Al entrar al umbral, la invadió la nostalgia: casi pudo verse a sí misma corriendo por los pasillos, a sus 10 años, persiguiendo a Santiago y a Ruth.

Caminó hacia las escaleras y, una vez estuvo en el primer escalón, corrió hasta la habitación que fue suya. Amó ver las cosas —su cama, su armario, su tocador— justo en el mismo lugar en el que estuvieron años atrás. El día que decidieron partir, su padre le prometió que al regresar, todo estaría como antes, como si jamás se hubieran ido, y se alegró al descubrir que lo cumplió. Supo de inmediato cuál había sido el motivo de que les pudiera pasar la noche en un hotel mientras él organizaba "algunas cosas".

Corrió hasta su cama y se permitió lanzarse sobre ella, disfrutando del momento, del lugar, de los recuerdos, de todo.

Suspiró, absorbiendo el aroma de los recuerdos.

Fue entonces cuando su mirada se posó sobre su cómplice: la ventana.

Caminó con paso lento hacia aquel pequeño ventana marrón y se sentó sobre el marco de esta, sonriendo. Allí había pasado más de una noche hablando y riendo con Santiago.

Se quedó allí, tan absorta en los recuerdos, que tuvo que espabilar más de una vez para finalmente darse cuenta de que aquel chico que la observaba justo desde la ventana de enfrente, no era un recuerdo, y mucho menos su imaginación: él estaba realmente allí.

Una sonrisa tiró de los labios del muchacho, asombrado de lo que estaba viendo. Ninguno de los dos fue capaz de pronunciar una sola palabra, tan sólo de miraron con ternura y, como si se hubieran puesto de acuerdo, ambos corrieron lejos de la ventana.

Ni Abril ni Santiago distinguieron quién de ellos fue el primero en lanzarse sobre el otro, tan sólo notaron cómo el otro lo estrechaba con tanta fuerza que casi dolía, aunque era un dolor que estaban dispuestos a soportar luego de tantos años lejos del otro. Daba la impresión de que, con aquel gesto, querían anular los años en los que no se habían visto.

Santiago tomó por los hombros a Abril, mirándola de pie a cabeza, con los ojos llenos de emoción.

—Estás... ¡Estás preciosa! —exclamó—. Sigues siendo igual de hermosa que la adolescente que partió hace tres años.

—¡Y mírate a ti! —Dijo Abril—, ¡estás guapísimo!

Santiago rió.

—Gracias —dijo, guiñando un ojo en su dirección.

Se quedaron en silencio entonces, pero no fue un silencio incómodo, tan sólo uno en el que el único que hablaba eran las miradas.

Santiago no podía creer que Abril realmente estaba allí, justo frente a él, haciéndolo sentir como la primera vez que la había visto. Hacía mucho que su corazón no se sentía tan feliz.

—¡Miren a quien tenemos por aquí! —Exclamó Amber, quien salió de la casa al escuchar las risas—, ¡estás enorme, muchacho!

—Y usted luce encantadora, señora Amber.

La mujer sonrió y rodeó a Abril por los brazos.

—Apuesto a que no te esperabas semejante sorpresa —dijo.

—A decir verdad, no —reconoció Santiago, y sus ojos se posaron nuevamente en Abril—, pero no puedo imaginar una mejor sorpresa que esta.

Abril sonrió, sintiéndose tan llena como pocas veces se había sentido. Ver a aquel chico, su primer amor, el primer niño por el que había sentido algo, la persona con quién compartía tantas primeras veces, era algo realmente maravilloso.

—Abril —dijo Amber—, tu padre me ha pedido que te llamara. Tiene hambre y dice que quiere que comamos juntos, por ser la primera vez en casa.

—En un segundo voy —dijo.

Amber entró a casa, dejando a Abril en compañía de Santiago.

—Me alegra volver a verte, Santi.

El chico sonrió al oír a Abril llamarlo de aquella manera. Siempre le había gustado.

—Y a mí me alegra volver a verte, Abril.

La chica sonrió.

—¿Te parece bien si nos vemos más tarde? —preguntó—. Tres años nos aseguran mucho rato de conversación, ¿no crees?

Santiago asintió.

—Volveré a eso de las cinco —dijo.

—Te esperaré.

Abril, sin saber cómo despedirse, se dio media vuelta, pero no había alcanzado a dar dos pasó cuando la voz de Santiago la llamó.

—¿Sí? —preguntó.

Sin medir una palabra, el chico caminó hacia su amiga, depositó un beso sobre su mejilla y, sin pronunciar nada en absoluto, se alejó de allí.

Sin saberlo, ambos caminaron hacia sus respectivas casas con una enorme sonrisa dibujada en sus rostros.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora