Septiembre del 2005

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Santiago y Abril se encontraban recostados en el suelo de la casita del árbol, mientras Dobby —el perrito de Abril— jugueteaba por el lugar. Ambos habían estado jugando con el can durante las dos horas anteriores, y se encontraban tan cansados que optaron por descansar allí por un rato.

—¿La extrañas? —preguntó el niño de once años.

Había dudado si debía hacerlo, pero su madre le había dicho en innumerables ocasiones que cuando las penas se lloraban en silencio, las personas podían ahogarse en las lágrimas que no derramaban, y no era eso lo que él quería para su amiga.

Abril lo pensó sólo por un momento, recordando la manera en que Amber actuaba con ella, como si realmente fuera su madre, y lo bien que se sentía a su lado. El mismísimo Santiago se había sorprendido al saber que, en realidad, aquella mujer era su madrastra, y no una como la de Blancanieves.

—Todo el tiempo —susurró la niña y, sin preguntarse algún motivo para hacerlo, se aferró a las manos de Santi, entrelazando sus dedos con los de él—. Amber es maravillosa, pero mi mami nunca debió irse. A veces siento que duele. Cuando cierro los ojos por la noche, sólo puedo imaginar su rostro, y sus ojos mirándome. El último día fue el peor.

Fue extraño, incluso para ella misma, cuando las palabras empezaron a salir de sus labios, pues nunca se había permitido hablar de lo sucedido con nadie, ni siquiera con aquella psicóloga a la que su padre la había llevado cuando todo pasó.

—Papá me dijo que no mirara, que me quedara en mi habitación —continuó, y sus ojos quemaron a causa de las lágrimas que intentaba retener—. Él sabía que estaba a punto de suceder, y no quería que yo viera, pero era mi mamá, y yo quería hacer algo.

La niña cerró sus ojos y permitió que las lágrimas rodaran por sus mejillas, después de todo, ante Santi ella era capaz de expresar sus sentimientos.

Aún de cuclillas, Santiago se aproximó a Abril y la envolvió entre sus brazos, y ella, sintiéndose reconfortada por aquella protección que su amigo le brindaba, se permitió aferrarse a él con verdaderas fuerzas.

—Llora si necesitas hacerlo —murmuró el niño.

Fue como si aquellas cuatro palabras hubieran sido las que Abril necesitaba, pues de inmediato comenzó a hipar como sólo se había atrevido a hacerlo —muy pocas veces— en la soledad de su habitación, cuando su padre no podía verla.

—E-ella t-tenía sus ojos abiertos —sollozó—. Hizo-zó un gesto de do-dolor y... Sus ojitos... Se apagaron.

El rostro de Santi se crispó a causa del dolor: la idea de que algo tan horrible le hubiera pasado a aquella niña que sólo le hacía sentir cosas bonitas, le provocó un dolor en el pecho, y se prometió hacer todo lo posible para que jamás ella pasara por algo similar.

~*~

Santiago miraba expectante a Abril, ansioso por conocer la reacción de su amiga, pues hasta ese momento, ella se había limitado a mirar la foto con una mezcla de anhelo y nostalgia en sus ojos.

Aferraba el portar retrato como si de ello dependiera su vida. Pero Santi sabía que no era el objeto lo que su amiga miraba con aquella añoranza, sino la foto que éste guardaba.

—¿Cómo la conseguiste? —preguntó al fin, su voz siendo apenas un susurro—. Pensé que mi padre la había tirado.

Santiago lo pensó dos veces antes de confesar. No se sentía orgulloso de lo que había hecho, pero sí de saber que aquella acción la había cometido únicamente para disminuir la tristeza de su pelirroja amiga.

—Estaba en las cajas del despacho de tu padre —dijo entre dientes—. Supuse que realmente no guardaría allí utensilios de cocina, como decía en rotulador.

Los ojos de Abril se fijaron en Santiago con renovado interés.

—¿Entraste a hurtadillas? —preguntó.

Santiago se dijo a sí mismo que la respuesta era obvia, pues desde luego no se la pediría directamente al padre de Abril, pero no quiso decirlo en voz alta: su amiga se veía realmente apenada.

—Dijiste... Dijiste que sólo podías recordar cuando los ojos de tu madre quedaron... Quedaron sin brillo —explicó el pequeño—, y que no había ninguna foto suya. Yo supuse que tu padre las tendría escondidas, y allí está.

Ambos posaron su mirada en la foto enmarcada que tenía Abril en sus manos. En ella, aparecía la madre de ésta con una sonrisa radiante —se notaba que era de mucho antes de haber descubierto su enfermedad—, cargando entre sus brazos a Abril siendo una bebé.

—Puedes mirarla antes de dormir, tal vez así no tengas más pesadillas —propuso Santiago, quien acercó su mano a la de Abril, y la aferró con la fuerza que sabía que ella necesitaba.

~*~

No olviden votar y comentar ❤️ Les juro que no se les caerá un dedo por hacerlo ;) 

Dos personas me escribieron para decirme que el capítulo 2 no les aparecía (lo subí el sábado), y yo se los envié al correo. Me gustaría saber si a alguien más le sucedió, para subirlo nuevamente.

Los quiero <3

p.d.: ¿Hay algún Potterhead por aquí? Estoy escribiendo un fanfic de cierto par de pelirrojos perfectos, ¿les gustaría leerla? Aún no la he subido.

De tu mano ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora