Jade asintió y se fijó atentamente en el juego de llaves que le estaba ofreciendo.

―¿No vas a entrar conmigo?

Alzó el rostro y cuando sus ojos se encontraron con los míos noté que la confusión se reflejaba en ellos. Tragué saliva. Para ser sincero, no había esperado aquella pregunta. Mi estómago se revolvió y de forma instintiva dirigí la vista a la entrada principal de la casa, que estaba vacía en ese momento.

―No creo que a Samantha le convenza la idea.

Ella alzó las cejas y rio entre dientes.

―¿Por qué no habría de convencerle? Solo vas a mostrarme el lugar, ¿cierto?

Se encogió de hombros y se dio media vuelta para encaminarse a donde le había indicado que estaba la entrada de su nueva vivienda. Daba por hecho que no tendría nada que replicar ante aquello. Sin embargo, me parecía que el momento era violento. Era cierto que ella se había quedado dos veces solo conmigo, pero las circunstancias habían sido diferentes. Ahora que ni el miedo, ni la confusión ni la ira se interponían entre ambos, no estaba seguro de cómo proceder.

De todas formas, la seguí hasta la puerta trasera de la casa y dejé que tomase las llaves y que fuese ella quien abriese la puerta. Entramos al sitio, este constaba de un recibidor, un cuarto con baño y una cocina americana. Cada área era bastante espaciosa y, aun así, me sentía encerrado allí adentro. Quizá era una secuela de la jaqueca, pero estaba mareado; de repente era consciente del más mínimo detalle de la presencia de Jade. Notaba que aquellos pantalones negros se ajustaban a su cuerpo como una segunda piel y que el escote de su blusa de tirantes tenía una extensión bastante inapropiada para el clima primaveral.

―Es más grande de lo que pensé ―dijo, ¿tal vez? Lo cierto es que estaba aturdido, su voz sonaba como un eco distante―. De hecho, tiene las dimensiones de un apartamento propio y resulta impresionante porque desde afuera la casa parece más bien pequeña. ¿Estás seguro que la dueña te ha dado ese precio? Es muy poco dinero para...

Jade volteó al darse cuenta que no la estaba siguiendo. En cambio, me había quedado plantado en el medio del recibidor observando sus movimientos con una fijeza enfermiza y no pude apartar mi vista de su cuerpo a tiempo. Supe al instante que ella había notado hacia dónde estaban yendo mis pensamientos. Avergonzado, intenté desviar mi atención con algún comentario vago sobre la forma en la que estaban dispuestos los muebles de la cocina, pero apenas me escuchó. En pocos segundos sus ágiles movimientos cercaron la distancia que nos separaba y la hallé frente a mí, dejándome sin escape.

―Tócame ―me dijo―. Estabas fantaseando con ello, ¿no?

Sin dejarme replicar, tomó mi mano y la guió hasta la base de su cuello. Sentí la misma electricidad del primer encuentro recorrerme el cuerpo y la misma necesidad desesperada borrando a su paso cualquier atisbo de razón en mi cabeza. Su piel estaba tan suave como la primera vez que mis manos habían hecho contacto con ella. Reconocía aquel como un terrible momento de tentación y, aun así, no fui capaz de detener el recorrido que habían iniciado mis dedos hasta su hombro.

Con cuidado, aparté uno de los tirantes de la blusa y la prenda se deslizó hasta la mitad de su brazo. La pálida piel de su pecho quedó al descubierto llegando al mismo límite de la indecencia. No tenía nada debajo. Mi corazón latía frenético mientras mi mano cercaba la distancia que había hasta el borde de la tela. Un gemido se escapó de mis labios y atravesó el silencio en el que la habitación se había sumido. Me detuve en seco, todo mi cuerpo se congeló ante aquel sonido gutural. De repente tenía miedo, tenía mucho miedo por lo que estaba a punto de hacer.

―Sigue ―murmuró―. Es lo que quieres.    

―N-no puedo. Esto está mal... está muy mal, Jade ―Sentía todo mi cuerpo temblar mientras luchaba por separarme de ella.

Su mano atrapó mi muñeca en el momento en el que intenté levantarla para romper el contacto que tenía con su piel. Aquella determinación me dejó helado en mi posición, sin fuerzas para resistirme.

―Sin embargo, tampoco puedes alejarte de mí ―dijo.

Soltó su agarre con parsimonia y mi brazo cayó por gravedad mientras ella me veía con fijeza.

Sus ojos eran verdes, del mismo color de los de Ainara. Sin embargo, no había el más mínimo parecido entre ambos. Ainara transmitía luz, siempre que su mirada cruzaba con la mía una inexplicable calidez se apoderaba de mi cuerpo. Pero ella... ella estaba vacía. En todo ese tiempo su expresión neutra no había cambiado ni un ápice. De repente un nudo cerró mi garganta y tuve ganas de salir corriendo. En un principio, me había dejado llevar por la ilusión pueril de que esa chica podría sustituir a mi esposa. Ahora entendía que nunca sería así.

No eran la misma persona. Ainara había sido mi salvación. Jade podía destruirme. 

Y yo no tendría las fuerzas para impedírselo.  

Tráeme de vueltaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora