Cigarrillos en un día nublado

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Ese día el cielo se teñía de gris y mientras caminábamos nos envolvía una densa neblina matutina. Los árboles que cubrían el sendero mostraban una floreciente belleza que contrastaba con el aura sombría de aquella mañana. La humedad resultaba embarazosa, los rayos de sol no habían terminado de secar las gotas de rocío que cubrían el césped y las plantas que había a nuestro alrededor.

El parque, salvo por nuestra presencia, se hallaba vacío. Hacía menos de una hora que había amanecido y era lunes. Jade no había dicho nada desde que habíamos salido de casa; en principio, no había parecido contenta con la idea de ir a caminar a esas horas, pero tampoco se había opuesto. Llevaba puesto un abrigo color crema y una falda que le llegaba hasta los tobillos. Lucía bien con la ropa de Ainara. Sin embargo, resultaba inquietante para mí verla vestida con decencia. De repente, era capaz de revivir casi com exactitud las tardes en las que había salido a pasear por ese mismo parque con mi antigua esposa. Hacía casi diez años de ello, la cercanía con que sentía los recuerdos parecía irreal.

―¿En qué piensas? ―Jade habló luego de cinco minutos. Habíamos llegado a un punto en el recorrido en el que los árboles eran más altos y cercaban el camino hacia una gran fuente.

―En ti ―le dije y volteé a verla.

Ella no me devolvió la mirada, su atención siguió fija en el camino que teníamos delante. Sin embargo, noté que las arrugas de su frente y alrededor de sus ojos se marcaban con intensidad. Fruncía el ceño como respuesta a mis palabras, no estaba contenta con lo que acababa de escuchar. Yo tampoco lo estaba, a decir verdad. Detestaba admitir que mi obsesión con aquella chica iba mucho más allá del parecido que tenía con Ainara, que incluso comenzaba a olvidarme de mi esposa por ratos cuando estaba con ella.

―¿Por qué tendría yo el honor de ocupar tus pensamientos? ―preguntó de repente.

Se había detenido frente a la fuente. Cuando llegué a su lado, fijó su vista en mí y noté que un indescifrable brillo cruzaba sus ojos mientras me estudiaba con detenimiento. La distancia que nos separaba era casi inexistente. Desde mi posición podía sentir el calor que emanaba su cuerpo, era una tortura tenerla cerca y luchar con la necesidad que tenía de tocarla. ¿Por qué tenía que seguir insistiendo en provocarme? «Te odio, Jade Rumsfeld. Quisiera verte muerta tanto como quisiera desnudarte».

―Sigo sin saber nada de ti.

Una media sonrisa se dibujó en su rostro ante mis palabras.

―Yo tampoco sé nada de mí ―me dijo y se encogió de hombros―. Quizá me llamo Jade Rumsfeld y que tengo diecinueve años. Quizá soy una mujer. Quizá fumo tanto que terminaré muriéndome de un edema pulmonar. Al menos, esas son las cosas que me gusta creer.

Luego de aquello, sacó de uno de los bolsillos de la falda un encendedor y una cajetilla de cigarros que con seguridad había guardado antes de salir de casa. Me ofreció uno y yo le rechacé con un gesto de desaprobación que ella ignoró mortalmente.

―Después de todo lo que me he ofrecido a hacer por ti ―le dije―, creí que te habías dado cuenta de que soy alguien en quien puedes confiar. Estoy haciendo un esfuerzo, Jade, quiero entenderte. Quiero ayudarte.

―Yo también estoy haciendo un esfuerzo, Damien, pero no puedo aceptar que me presionen. ―Su rostro no mostró en ningún momento el más mínimo interés hacia lo que decía―. Necesito mi espacio.

Como para confirmar aquellas palabras, dio un paso hacia atrás y desvió la vista hacia la fuente. Entonces, se encendió su cigarrillo y le dio una larga calada. No entendí qué tipo de retorcido juego estaba disfrutando Jade a mi costa, pero también sabía que lo único que lograría insistiendo sería alejarla de mí. Y no podía, por alguna extraña razón la idea de que desapareciera de nuevo se me hacía desoladora, imposible de digerir.

―¿Me das uno? ―Señalé el cigarrillo que sostenía entre sus dedos.

Ella se encogió de hombros y sacó otra vez la caja y el encendedor. No quería fumar, pero era una buena forma de hacer más llevadero el silencio que se había impuesto entre nosotros, así que acepté lo que me ofrecía. En teoría, había dejado el cigarrillo al entrar en la escuela de medicina, aunque me había costado casi una década y una buena cantidad de casos de personas con cáncer de pulmón olvidarme por completo del vicio. Era más un asunto de ética que de verdadera convicción. Sin embargo, el sabor seguía resultándome agradable.

«Algún día me voy a morir. No importa cómo, voy a estar muerto», pensé. Nada hacía sentirme tan cercano a la muerte como fumar. Ni siquiera recetarle morfina a un paciente en etapa terminal, ni siquiera ir al cementerio a ver a Ainara. Quizá esa era la verdadera razón por la que había cortado de raíz aquel vicio.

«Si todas las personas que un día conocí mueren, ¿habré existido realmente?». Pensar en ello era una simple confirmación de la existencia de Dios. El hecho de hallarnos sobrepasados por la presencia de la muerte y aun así negar su existencia no era más que un acto de soberbia e imprudencia. Le di una calada al cigarrillo. Todos íbamos a morir. Me tomé mi tiempo para retener el humo en mis pulmones y luego botarlo con lentitud. Granizo y fuego mezclado con sangre cuando las trompetas sonaran. De repente, el aire fresco me hacía sentir enfermo.

A mi lado, vi que Jade mantenía una expresión relajada. Tenía los brazos cruzados sobre su pecho y parecía ajena al caos que se desataba en mi mente en ese momento. Cuando notó que mi atención estaba puesta en ella, cruzó los brazos sobre su pecho y me dio una mirada de soslayo.

―Odio esto ―me dijo, señalando la larga falda color azul―. Siento que en cualquier momento la tela se enredará y caeré al suelo. Es muy poco práctico, de hecho. Hubiese preferido salir a pasear con mi vestido.

―Es lo único que puedo ofrecerte. ―Mi tono fue cortante. ¿No podía darse cuenta de todo lo que estaba haciendo por ella? El día anterior la había rescatado, si no hubiese llegado a aquel bar justo en el momento... Me sentí irritado sólo de pensar que Jade fuese tan desagradecida―. Creo es mucho mejor que te veas así cuando vayamos a visitar las habitaciones de alquiler y las ofertas de empleo que te he señalado. Nadie va a poder tomarte en serio si te ven vestida como... como...

―¿Cómo qué?

―Como una zorra ―le dije y la miré con dureza.

Ella me respondió con una fiereza reflejada en sus ojos que me obligó a desviar la vista por un momento. Me fijé en que sus manos temblaban y ella, al darse cuenta de que mi atención estaba enfocada en ese gesto, se apresuró a esconderlas dentro de los bolsillos de la falda.

―A lo mejor ese es el único trabajo que quiero conseguir. ―Una tensa línea se formó en sus labios―. A lo mejor, Damien, intentar ayudarme no cambiará nada porque yo he nacido para ser eso que tanto aborreces: una puta.

Supe que no había escogido bien mis palabras cuando Jade se dio media vuelta y echó a andar por el camino que habíamos recorrido hacía unos minutos. No había esperado ese gesto de su parte y al ser consciente de la reacción que había provocado en ella, mi mundo se desmoronó. La seguí porque no sabía qué otra cosa hacer. La seguí incluso cuando seentía que todo lo que le había dicho era verdad. La seguí porque supe que perderla significaba perderme a mí mismo.

―No quise decir aquello, jamás creería que tú eres... eras... Oh, nunca podría juzgarte, Dios sabe que no lo haría. ―Cuando pude al fin alcanzarla, tiré de su brazo para evitar que siguiera caminando y la hice girarse a verme. Mi corazón latía frenético. No quería admitirlo, pero tenía miedo―. Yo... Jade, lo siento. No me dejes, por favor. Prometo que no haré ningún tipo de insinuaciones indebidas. No volverá a pasar.

―Desde el principio, supe que tú no eras una persona que quisiera en mi vida. No sé cómo llegué hasta ti, no sé qué quieres de mí ni tampoco sé si pueda dártelo ―me dijo―. Eso sí, créeme cuando te digo esto: lo peor ya ha pasado. No hay nada que puedas hacer para quebrarme que no hayan intentado otros antes que tú. A pesar de ello, sigo aquí. Tengo esta costumbre... Esta costumbre de no poder alejarme de lo que me hace daño. Es mi problema y es la razón por la que me quedaré, Damien. Estoy segura de que me vas a lastimar. En el fondo, es lo que quiero que hagas, porque no sé vivir de otro modo.

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