Fragancias

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Jade olía como la primavera o, al menos, su olor me recordaba a la primavera. Apenas había entrado en el auto aquel perfume floral se había colado por mis fosas nasales y había quedado impregnado en el lugar. Era de jazmín, ahora lo sé. Siempre que estoy cerca de esa flor su imagen llega a mi cabeza con claridad. Es increíble la precisión con la que puedes reproducir un recuerdo por medio de una fragancia. Jade era para mí jazmines, Ainara era girasoles.

― Estuve a punto de pedir un taxi, pensé que no vendrías ―me dijo mientras se abrochaba el cinturón. Guardé silencio en respuesta y arranqué el auto―. A ver, me refiero a que están por cerrar el centro comercial ―insistió―. ¿Has logrado contactar con la dueña del anexo que me habías dicho esta mañana?

―Sí, se llama Samantha. Es una mujer mayor que vive sola en una casa en el centro de la ciudad, es amiga personal de la familia. Sólo nos ha pedido el primer mes de depósito por adelantado como condición para que te mudes. Te agradará, Jade.

Ella se limitó a asentir. No le gustaba la idea de aceptar dinero de un desconocido incluso cuando este venía en calidad de préstamo. Para ser justos, a mí tampoco me gustaba prestar dinero a nadie. Cierto es que cumplía con enviar mensualmente una suma importante al templo y participaba en todos los eventos de caridad que ofrecían en el año, pero por norma general casi nada me motivaba a gastar. Sin embargo, ayudar a Jade a conseguir vivienda y estabilizarse en la ciudad era algo que merecía la pena. Sabía que solo bajo esas circunstancias podía asegurarme de que no desapareciera de repente.

En ese momento, el sol se estaba ocultando y las calles que rodeaban nuestro camino tenían una gran afluencia de personas. En la radio el pastor Smith estaba dando su prédica semanal, hablaba del amor familiar. La casa en cuestión no quedaba muy lejos del centro comercial y de la actividad general de la ciudad. De hecho, la ubicación era lo que había terminado por convencerla mientras conversábamos las posibilidades la noche pasada. En principio me había dejado claro que prefería tener un piso solo para ella, pero era evidente que en esa zona no encontraríamos nada por el precio y las facilidades que ofrecía este.

―Es bastante gracioso ―comentó Jade luego de unos minutos de silencio―. No recuerdo haber estado antes en esta ciudad y, de todas formas, logro ubicarme con una facilidad impresionante. Supongo que tengo algún talento especial para memorizar calles, ¿eh? Te digo, Damien, que si me dejaras varada en este lugar podría llegar a tu casa sin ningún problema.

Por el rabillo del ojo noté que sonreía. Trataba de comenzar una charla trivial y parecer despreocupada, pero sus hombros seguían tensos. Jade no se relajaba, no había bajado la guardia ni por un minuto desde que había entrado al coche y pese a que el gesto no fuese evidente, a mí se me hacía muy fácil entenderle.

―Espero que hayas logrado aprenderte el camino hasta acá ―le dije utilizando el mismo tono casual. Estábamos apenas a unos metros de su nueva vivienda.

Me detuve entonces y ladeé la cabeza para darle a entender que nuestro recorrido había finalizado. Jade se desabrochó su cinturón de seguridad y salió del auto. Por mi parte, intenté apagarlo rápido para indicarle adónde nos dirigíamos. Sin embargo ella desde el primer momento se había dirigido sin dudas hacia la casa de paredes blancas que se ocultaba tras una cerca hecha de madera. La casa de Samantha. Fruncí el ceño. ¿Lo había mencionado en el camino? Era posible que sí. Había sido un arduo día en el hospital y, pese a que la jaqueca hubiese terminado por ceder, todavía me sentía un poco fuera de mí mismo.

―El anexo tiene entrada individual por la parte trasera. Debes dar la vuelta y en la otra calle encontrarás la puerta ―le dije―. Samantha me ha dicho que estará esta la noche fuera de la ciudad, pero que no hay problema en que te acomodes mientras tanto.

Tráeme de vueltaWhere stories live. Discover now